Día 22: A Flor de Piel.

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El traqueteo de los vagones al pasar por las gastadas vías. El sonido al voltear la hoja de un periódico. Personas hablando de lo que ha pasado durante su día. Niños riendo y jugando.

El ruido, extrañamente, no me molestaba. Tampoco me sentía inquieto. Ambos estábamos a bordo del tren, rumbo al lugar el cual ella aún no sabe. Todo el camino, Trenzas se mantuvo callada. Tal vez algo curiosa de saber a dónde iríamos, ya que me miraba de reojo cada vez que el tren abría sus puertas al llegar a una estación. Repitió la acción seis veces consecutivas.

Al bajar en la estación Shinagawa, ella primero caminó al mismo ritmo que yo, después disminuyó su paso y se fue quedando atrás.

—Vamos —me detuve en la salida de la estación, volteando para no perderla de vista.

—Ah, sí —corrió hacia donde yo estaba y de nuevo caminó atrás mío.

Tenía bastante tiempo de haber ido a ese acuario, sin embargo aún recordaba muy bien el camino. Alguna vez vine con Daishi de pequeño mientras esperábamos a que saliera papá del trabajo. Podía sentir el recuerdo rebosar sobre el ahora remodelado acuario.

—Aquí es. Este es el lugar —dije finalmente al detenernos cerca de la entrada—. Cuando fuimos a Tsukiji, te invité porque sabía que te iba a gustar ese lugar. Me has ayudado en muchas cosas, así que es como mi muestra de gratitud por eso.

—No puedo —contestó de golpe, casi en un murmuro.

—¿Ah? —realmente no entendía a qué venía su respuesta.

—Perdón, no puedo ir ahí —mantuvo su cabeza agachada, mostrando aflicción—. Puedo ignorar otras cosas, pero no este acuario. Lo siento, Mamura.

No me costó trabajo procesar sus palabras. Me quedaba más que claro a qué se refería.

Ella se volvió a disculpar. Cuando acercó una mano a sus ojos, la jalé del asa de su mochila.

—Ven conmigo —la fui arrastrando hacia la entrada.

—¡Espe-! —jaló su mochila con fuerza al sentido contrario—. ¡Dije que no quiero ir!

—No lo entiendo. Te traje hasta aquí como muestra de gratitud, deberías al menos entrar —seguí arrastrándola hacia allá.

—¡Mamura!

—¿Entonces vas a seguir viviendo así? —volteé a mirarla, serio—. ¿Vivirás por siempre evadiendo los lugares que visitaste con él, hasta cada comida que comiste con él? —solté el asa de su mochila—. ¿Cómo planeas vivir si cada pequeña cosa que recuerdas siempre te hiere tan fácil?

No obtuve respuesta de su parte, pero no hacía falta decir que había acertado. No estoy en contra de los momentos que ellos hayan compartido, sin embargo el ver en su rostro dolor y tristeza cada vez que algo le recordaba a él, no lo podía soportar.

Un dolor silencioso y punzante recorría mi interior.

—Ya entendí —apretó sus labios—. Vamos al acuario.

Pagué las entradas y contemplamos el lugar con lentitud, sin embargo Trenzas no parecía querer hablarme. Aparte, en cada lugar que nos deteníamos a mirar los animales, hacía un mohín con su boca. Comencé a sentirme como un idiota al pensar que la había obligado en estar ahí.

—Oye —le llamé mientras ella estaba acuclillada, con sus piernas juntas, mirando fijamente el estanque donde habían pingüinos—. ¿Seguirás malhumorada por el resto del día?

—No realmente —contestó seca.

Mierda, por lo menos voltea a verme cuando te hablo.

—¿No quieres ir a ver los tiburones? —intenté cambiar el tema.

Estrella Fugaz Diurna (Daiki Mamura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora