Capítulo 36

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Lauviah:

Emalf cayó rendido ante mis pies. Aquel demonio parecía ser poderoso, pero a la hora de la verdad, no se trataba de nada más que un debilucho y ridículo demonio. Estaba más loco que una cabra, así que me sorprendía el prolongado tiempo que había durado en batalla.

—La llave—Exigí de nuevo—.

Emalf rio amargamente, para luego atragantarse con sus fluidos corporales, y posteriormente morir. Miré hacia a mi alrededor, desesperado. Aquel enclenque había sido ingenioso al mezclar todas las llaves. Cuando me disponía a probar con cada una de las llaves, Lilith señaló hacia mi derecha:

—Revisa su bolsillo izquierdo—Indicó Lilith—Si recuerdo bien, él la guardo allí después de asegurar el cerrojo.

Efectivamente, al buscar en su bolsillo izquierdo encontré una llave diferente a todas las demás. Era dorada y delgada, demasiado liviana para tratarse de la llave de tal celda.

—Es esa—Señaló Lilith con emoción al verla—.

Me acerqué con rapidez a la celda, y con la emoción toqué uno de los barrotes de oro. El ardor llegó de inmediato. Había olvidado por un momento las quemaduras que me había causado un tiempo atrás.

— ¿Estás bien?—Preguntó Lilith preocupada—.

Asentí y sacudí la mano, para que se diese cuenta que estaba en correcto funcionamiento. Continué con el procedimiento, introduje la ligero llave en la cerradura con forma de octágono. Una vez incrustada, la giré tenuemente hacia la derecha. La puerta finalmente se abrió y Lilith se abalanzó sobre mí.

Una pequeña sospecha surgió dentro de mí al verla en tan buen estado. Si bien recordaba, la última vez que habíamos descendido al inframundo en busca del libro de las lunas, Lilith lucía demacrada y a punto de morir. Sin embargo, la Lilith que tenía entre mis brazos estaba llena de vitalidad y vigor.

—Te amo—Susurró fríamente a mi oído, a la vez que sentía una punzada en mi pecho. Se trataba de su filosa daga enterrándose en mi piel— ¿Sorprendido?—Lilith sollozó sarcásticamente—.

—De hecho lo estaba esperando—Respondí clavando la afilada estaca de madera en su costado—.

Lilith me miró sorprendida y enterró con más fuerza la daga.

—No intentes escapar—Advertí, antes de iniciar las llamas que muy pronto nos consumirían. Después de todo, llevaba planeando aquel momento desde que partimos del cielo hacia el puente—.

Dolor. Hace mucho tiempo no lo sentía. Todo comenzó a nublarse de repente y en cuestión de segundos llegué a la nada. Un lugar vacío y sin color.

— ¿Por qué estamos aquí?—Preguntó una débil voz detrás de mí—.

Me sorprendió al ver que se trataba de Lilith acurrucada en el suelo, obstaculizando sus lágrimas con sus pálidas manos.

­—Morimos...—Comencé a explicar, pero ella me interrumpió—:

— ¡Es mentira! Tu muy bien sabes que este no es el lugar después de la muerte—Cortó desesperada—.

—Desobedecimos las reglas de los lugares de los que provenimos—La miré duramente—No merecemos ninguna recompensa.

En el momento en que Lilith se disponía contradecirme, un carraspeo le puso fin a nuestra discusión. Un joven de aspecto plácido se acercó a nosotros y nos ofreció caramelos de color rojo.

— ¿Mitsuki...?—Pregunté al recordar su rostro. Él era el antiguo guardián del pasadizo entre el cielo y el inframundo— ¿Qué haces aquí?

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