Capítulo *8*

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Semblantes risueños..

Despierto con un dolor punzante en mi brazo izquierdo, me levanto y camino hacia mi ventana, mientras me sujeto de una silla, parece que estoy muriendo, espero quince minutos para que la sangre siga fluyendo. Abro la ventana y siento el rico aroma de una noche de tormenta, la lluvia escasea como una limosna al suelo, el viento mese sonidos y voces susurrantes, y las gotas como manchas de pintura colorean mi escritorio. Un cielo oscuro como una mujer enfurecida por no poder dar ha luz, un vientre marchito y lágrimas de un niño no nacido, un cielo tormentoso pero ha la vez hermoso. Agarro mis audífonos y como una danza entre la canción y la lluvia que con el paso de los segundos forman una linda pareja, entre un hombre triste y una mujer maldita. Mis manos se comienzan ha mover intentado imitar al piano, las yemas de mis dedos tocan la rica y fría madera del cedro, levanto mis manos y miró mis raras palmas, pálidas y arrugadas. El frío recorre mi cuerpo haciendo que tenga escalofríos, y la alarma suena para despertarme, pero tengo pocos minutos de estar despierto. Agarro mi mochila, meto mis útiles, me pongo el mismo uniforme verde y de muy mal gusto, camino lento pero con cuidado de no tirar nada, desayuno un licuado sin sabor, esa típica porquería, termino y camino ha mi cuarto, agarro mi mochila, salgo de casa y cierro la puerta fuertemente por error. Escucho ramitas romperse y pasos, pero no hago caso y saco mi bicicleta. Pongo los audífonos en mis oídos y aunque las gotas parecen caer por batallones, no me van a detener, pedaleo frente a un cielo enardecido.

El agua corriendo en los caminos, el viento me sopla casi como queriendo tirarme, los batallones chocan contra mi piel desnudan, sin alguna protección, en mi rostro y manos. Otra mujer que besa con amor y ternura, pero estar con ella podría llevarte a la perdición, provocadora de simples gotas y señora de devastadoras tormentas, acaricia a todas las cosas que toca, y mata a quienes de ella se enamoran. Los árboles con gotas que caen a cada tres segundos, y una niebla que se levanta. Me detengo en una palmera, para proteger mis libros de la lluvia, un movimiento detrás de mí me alerta, me quito los audífonos y escucho un ladrido ahogado en miseria, observo al cachorro de antes, con un poco de frío.

—¡Eres tu! —Reacciono feliz mientras le sonrió. —¿Tienes hambre y frío verdad? Ven.

Término sentando en un poco de maleza y pasto verde, agarro al cachorro y lo pongo entre mis piernas para calentarlo, acaricio su cabeza una y otra ves, me voltea a ver, mueve su colita y me ladra sacando su lengua, mi rostro se torna con rasgos muy felices y termino riendo, lo acaricio con ternura, juego con el un poco, hasta que llega la hora de irse.

—Oh que mal, ya tengo que irme. —le sonrió un poco mientras me levanto. —Adiós. —Levanto mi mano y entrecierro los ojos, me despido con una amplia sonrisa.

La lluvia termina en un par de minutos y tengo que volver a pedalear, agarro y me subo en mi bicicleta sin antes mirar al cachorro, se acuesta en un poco de pasto seco y se pone más cómodo, acostado y con los ojos cerrados. Me pongo los audífonos y las nubes se disipan, el crepúsculo no tarda en aparecer y la aurora se muestras linda como siempre. Pedaleo con una mirada triste de dejar a aquel pobre cachorro, una sensación de dolor inunda la mano con la cual lo acaricie.

En poco tiempo las luces de las casas alumbran mi rostro, el aire se vuelve pesado y personas en los patios haciendo sus cosas de siempre. El sol se nota fuerte y deslumbrante, un círculo rojo que ha medida que avanza se torna claro. Unas nubes blancas y pájaros volando, señores que parecen discutir, humo por doquier, ladridos que logro escuchar y personas grises con sonrisas negras y ojos blancos, pero en menor cantidad.

Llego con facilidad ha la casa blanca, donde siempre dejo mi bicicleta, pongo un pie en el suelo, me detengo y me bajo, me quito los audífonos, mientras que escucho una pelea entre una mujer y un hombre, creo que son esposos, o unos simples idiotas intentando tener amor, acomodo mi bicicleta en un árbol, los gritos del señor suenan más fuertes, casi dando a los de mi casa, sin duda dos idiotas más. Salgo corriendo hasta la esquina, el camino se torna negro, con demonios intentando salir de las pequeñas grietas, intentando agarrar mi pantalón. Doy el primer paso, el caos sobre cae en mis hombros con un pesor casi inhumano, escucho burlas y mensajes obscenos, risas a gran escala y platicas pérdidas en la ignorancia. Agacho la cabeza y paso como un fantasma sin hablar, sin molestar, sin que nadie me conozca, con el ánimo como pasto muerto, nadie lo quiere más que el suelo. Un hombre que mira con rabia y desprecio, lamentándose de carecer de lo que otros tienen. El cielo se torna negro con nubes furiosas y una gran guerra se desata.

Camino hasta llegar al portón y el cielo desprende su llanto, dejándolo caer al suelo, mi mirada cambia por el sonido incesante de las críticas, miro con algo de rabia hacia atrás, todos corren por la lluvia y muchos me miran ir lento, algunos me dan codazos y hay muchos empujones, el agua es agua y no ácido. Llego todo mojado a la puerta de mi salón, todos voltean a verme, con esta ves ya son dos, camino hasta mi pupitre y me siento a esperar las clases. El viento que entra por las ventanas, me hace sentir más frío, necesito un abrazo cálido de esos que ya no he tenido. Las horas pasan, todos impacientes y con la gran espera, tocan y todos salen corriendo, como si se fuera acabar el mundo, una lucha por la comida; como bárbaros.

—Vamos afuera. —Me dice Amor mientras pone su mano en mi hombro.- ¿O no vendrás?

—Creo que no tengo elección. —Le digo mientras bostezo con mucha calma. —¿O si tengo? —Ella mueve su cabeza diciendo que no.

Me levanto de mi pupitre y salgo del salón, pasamos por el pasillo y llegamos a una banca, el cielo gris con nubes a lo lejos, un gran árbol a nuestras espaldas, sus grandes raíces salen como venas verdes, sus enredaderas tocan la copa y caen hasta nosotros. Siento un aire incómodo entre dos, ninguna palabra, ningún gesto, simplemente nada, un vacío. Pero miro a Erika llegar, con pasos rápidos y chistosos, tales que comienzo a reír, se sienta a lado de Amor, y pone un poco de comida en la mesa.

—¿De que te ríes? —Me pregunta mientras se acomoda en la banca.

—De nada. —Le respondo con unas cuantas risas. —Solo de como corres. —Pongo una mano en mis ojos y simuló mirar a otro lugar.

—Esta bien, esta bien. —Mueve la mano como apuntándome.

—Solo es una broma. —Amor se comienza a reír conmigo, y Erika pone una cara de pequeña molestia. —Mejor come o se va a enfriar.

Cuando termina de comer me paro y camino hasta la tienda, compro un poco de comida y le digo a la señora que me la guarde. Amor nos jala a Erika y a mi, nos lleva al arroyo, pasamos por la cancha y observo los hermosos rosales con grandes y poderosas espinas, el tiempo avanza efímero, solo puedo disfrutar muy poco. Llegamos hasta el puente, Amor intenta aventar a Erika al agua y Erika le súplica mientras mis rasgos faciales se tornan suaves y empiezo a reír de esas dos chicas locas, me acerco con cuidado y le doy el susto de su vida a Amor, se voltea y rápido me da un puñetazo en el hombro, siento el dolor más rico, es mejor que el emocional, me acarició donde me golpeó, Amor deja a Erika y le da un gran abrazo.

—Sabes que jamás te voy a tirar, tontita. —Le dice ha Erika y la abraza, mientras que yo solo me pongo ha reír.

Nos sentamos a la orilla de ese pequeño puente, miramos un rato el cielo, el viento forma nubes con formas peculiares, algunas simples y otras extravagantes, el rico sonido del agua correr, las nubes negras y el cielo gris desaparecen y dejan a los rayos del sol aparecer.

—Me callo una gota. —Dice Erika algo extrañada. —¿Será que va ha llover?

—De seguro te orinó un pájaro. —Dice Amor mientras nos reímos. Pasamos de ser caras simples a caras felices, todo esta mejor.

Erika puso una cara de asco y limpio donde le callo la gota, tocaron y nos paramos, sacudo mi ropa, caminamos ha nuestro salón y Erika se despide de nosotros, entramos, cada uno fue a su pupitre, las horas pasaron y el cielo se volvió ha tornar tormentoso. La estación de invierno es mi favorita, siempre hay agua y frío. Tocan, y salgo despacio con dirección a la cafetería, y le pido a la señora la comida, guardo la comida en mi mochila y me pongo a caminar rápido, tropiezo una que otra ves. Llego al portón y corro lo más que puedo, no tardo mucho en llegar a la casa blanca, saco mi bicicleta y me pongo a pedalear, el cielo suena como un tambor inmenso, la lluvia desciende como una ráfaga de balas, logro llegar a una palmera, mojado y con fatiga, pero al menos valió la pena. Saco la comida de mi mochila y un tierno perro se asoma por entre los montes, le quito la envoltura y se lo dejo en el suelo, el cachorro se acerca y empieza a comer. Lo acaricio y me subo en mi bicicleta.

—Nos vemos amiguito. —Digo con voz suave y con un semblante muy risueño. —Por lo menos pude saciar tu hambre.

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora