Capítulo *11*

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Un encuentro esperado..

Siento el aroma que provoca un aire dulce y ha la ves desconocido, los pequeños rayos de aurora trepan por los árboles y recorren el camino hasta entrar en las casas, se arrastran por la ventana y espían por ella. Han pasado dos semanas desde aquellos días, he sentido un vacío emocional, como un corazón en estado de descomposición y un cerebro marchito que no sabe razonar. El silencio se ve interrumpido por risas otoñales de niños en invierno, como zarpado de un barco para una mar tan grande. El castillo oscuro de tinieblas se destruye, sus pilares más fuertes caen y sus habitantes, mostros de la negrura huyen en busca del rincón más profundo. Llevo los pies con temor al piso, frío y tenebroso, me levantó y camino ha mi ventana, abro un pequeño pedazo para poder notar cuales son esas risas otoñales, varios niño corriendo uno tras otro, el frío no les afecta, corren descalzos y sin camisa puesta. Doy pasos temblantes, camino hasta mi cocina y preparó una tasa de café, pongo agua ha hervir y tomó un bote, sacó el agua en una taza y lo preparó, me siento en una silla y recargo mis manos en la mesa. Siento como el frío se cuela directamente desde las ventanas ha mis pies, suben y acarician mis nudillos, con un devaneo entre la tasa y la cuchara. Camino lento ha mi cuarto, me quito las prendas de ayer, tomó el uniforme que se encuentra doblado en mi escritorio, los niños desaparecen como el calor en invierno, me pongo el pantalón nuevo de el color azul marino, también mi nueva playera de gala, me colocó los calcetines y mis zapatos, buscó mis audífonos por todos lados, no se pueden dejar porque es mi motor, los encuentro bajo mi almohada, blancos de una forma que jamás había visto. Camino hasta mi sala, me coloco la mochila, el frío persiste y los cielos se notan claros, con nubes por doquier, blancas y negras. Tocó la helada manija de la puerta, salgo y tomó mi bicicleta, agarro y abro el portón, aun más frío y monstruoso, sacó mi bicicleta y pongo un pie en el pedal, me coloco mis audífonos y me acomodo para partir.

-¿Quieres jugar?.- Me dice un niño de los cuales juegan

-Perdón, tengo que ir ha la escuela.- Le digo de una forma normal, con algo de remordimiento.- Adiós.

Las risas otoñales desaparecen entre las esquinas y no se vuelven ha escuchar. El frío rápidamente barniza mis manos con su viento hambriento de calor, recorre mis piernas y de bocados devora mi rítmico color y me vuelve pálido. El cielo claro y muy distante, con azules bien delineados y celestes ha sus bordes, un cielo en llamas, miles y miles de nubes, algunas desechas y otras extintas, como pétalos salvajes. El suelo con un pedregal hace dificultoso el paso, junto con el agua sucia como bañera de cadáveres en descomposición avanzada. Paso por un árbol grande y con una sombra inmensa, donde las raíces relucen en la superficie y las hojas parecen bailar, durante dos semanas he venido ha dejar comida ha este lugar, siempre me encuentro con un cachorro, un poco más grande que el anterior, su madre lo abandonó, se fue por un montón de yerba y jamás se volvió ha ver, y he traído comida, las sobras, todos esos días. Es tan emocionante, bajarme de la bicicleta y sentarme alado del árbol, esperando ladridos de los costados, un cachorro de mayor tamaño se acerca y lame mis dedos, es tan sencillo como mi rostro se vuelve risueño, es cómodo un ambiente entre dos, es lo mismo que una amistad, tan colorido que deja los cielos pálidos y los árboles secos. Saco un poco de comida de mi mochila y la pongo en un plato, colocó el plato en el suelo y lo dejo comer.

-Solo espera hasta mañana.- Le digo al cachorro con unas cuantas sonrisas.- Estoy seguro que te dejarán quedarte en mi casa.- Lo acaricio mientras volteo ha ver el tiempo, y los minutos pasan como segundos.

El cielo se torno de un color gris amenazante, con ganas de gritar y agitarse, una ilustre señal de lluvia y tormenta, el silencio triste entre los dos, provocado por la partida. Me levanto, me sacudo el pantalón quitado esas pequeñas hojas de pasto, y camino hasta mi bicicleta, los dos sabemos que es hora de la partida, el silencio triste se hace aún más grande, pero mañana dejaré ese silencio y lo convertiré en ladridos de alegría. En un punto no logro escuchar los ladridos y voltear ha ver se hace impreciso. Las nubes negras se forman de una manera extraña con un color negro por debajo y un blanco por la punta, como tomar un cielo azul y pintarlo con los colores tenues, las gotas no consumen mucho tiempo entre su caída, me apresuró para no mojar mis libros. Paso por un camino lleno de árboles y sus hojas contienen gotas, algunas caen y se pierden entre la tierra mientras avanzó, siento la presencia, de un humano que viene detrás de mí, alguien pasa y me quedo pasmado con escalofríos en todo mi cuerpo, un temor otoñal y sin querer persigo ha esa persona, los dos nos dirigimos al mismo lugar. Las máquinas exhala aire y escupe humo no se guardan por mucho tiempo, las personas van ha sus trabajos, los perros dan ladridos de muerte y otros sanos y saludables se mantienen en tejados gritando, una casa con una leyenda un tanto descabellada, que en ella moran cien perros, sucios y polvorientos, que tiene las tripas por fuera, pero su corazón sigue latiendo. El lugar se hace fugas y pazo por la calle que me deja vista al parque, árboles siendo cortados de las hojas, y sonidos de grandes tijeras, dobló en la esquina y miró ha una pareja, un silencio nostálgico de mi parte, hace que pase con los ojos por otro lado, intentado no mirar ese amor que para mí es despiadado, la minoría tiene un corazón que les miente, últimamente me he sentido engañado, por sentimiento que parecen un vaivén, se colapsan y se reconstruyen. Las casas conocidas se hacen presente, personas con el mismo uniforme, distantes entre sí, alegres y calladas, pero una más rara que todas, solitaria e indefensa, alma podrida que transita entre dos ruedas. Llegó ha esa casa blanca que tanto anhelaba ver, el mismo perro juguetón me recibe en la entrada, entro y me detengo para poder bajarme, otra vez el primer días después de tanto.

Salgo rápido y acomodando mí playera, corro por un breve momento, me detengo al inicio de la calle, observo muy pocas personas e intento dar un paso, mis pies testarudos me detienen y ponen mucha oposición a mi marcha, doy un trago difícil intentando hablar, mas ninguna palabra sale, doy el primer paso, difícil y con nervios, empiezo a caminar mientras tambaleo, casi como si ese pedazo de pavimento comiera todas mis fuerzas nuevamente, camino y camino, no logro escuchar absolutamente nada, más que la música de un piano fértil, trago fuerte y camino rápido, con miedo de las palabras. Logro entrar a la escuela con fatiga, me quito los audífonos, tambaleo de forma extraña hasta llegar a mi salón, entro, tiro la mochila a mis pies y me ciento en mi pupitre, el olor a metal se hace presente, las luces fallan por un momento y todos mis compañeros entran de uno en uno.

Hola.-¬ Me saluda una voz conocida, volteo a ver.- ¿Qué acaso no me vas a saludar¬?- Me dice Amor con una mano en la cintura y enfrente de mi lugar

Hola.- Le digo con una cara desinteresada y vaga.- Claro que lo iba hacer, solo que tú me saludaste primero.- Le digo moviendo una de mis manos de manera circular

Pasan como siempre las horas, tan fáciles de evadir, la chicharra suena, me siento nervioso con unas ganas inaguantables de hablar con ellos otra vez, Amor me saludo como si nada, espero que todos sean iguales. Me levanto de mi lugar y camino despacio hasta llegar a la puerta. Una sombra entre el pasillo caminando de forma rápida, y gritando un nombre muy conocido, la voz parece ser de alguien que conozco.

-¡Brandon!- Me grita con mucha emoción mientras volteo para ver.- Hola.- Es Erika y sonríe de forma muy alegre

-¿Eso es lo mejor que tienes?- Le pregunto de manera que mato cualquier ilusión.- ¿Por qué estás tan feliz?- Esa pregunta se escapa de mis labios, sabiendo que yo estoy igual

-Ya basta de peleas tontas de parte de ustedes.- Nos dice Amor a ambos mientras me recargo en la pared.- ¿A dónde vamos?- Nos pregunta y no digo nada

Nos ponemos a caminar sin un rumbo fijo, dando vueltas por la escuela, los cielos azules con nubes esparcidas, nos reímos a cada poco, algunas tonterías de Erika y Amor, las observo desde el rincón más oscuro y solo me muestro para dar una risa ocasional, el ocaso de la incomodidad regresa, como un veneno que se vuelve a esparcir entre las venas y la sangre roja. Nos sentamos en una banca y hablamos de nuestras aventuras mientras estábamos de vacaciones, yo soy el único que no comenta mucho.

-La verdad estoy feliz de verlos.- Dice Erika mientras corta ese veneno y lo vuelve exquisita miel, destruyendo todo laso de incomodidad.- ¿Y tú?- Me señala como es de costumbre.

-Si.- Le respondo mientras sonrió de una forma cálida y amistosa.

Tocan y tambaleamos más felices, Amor me pone su codo en mi hombro y yo pongo mi codo en la cabeza de Erika, fanfarronea y se molesta, somos tres nuevamente, me estoy divirtiendo, estoy siendo de nueva cuenta feliz. Nos despedimos, Amor y yo nos sentamos en nuestro lugar correspondiente, el cielo avanza en unos segundos, horas completas, la chicharra suena y todos salen corriendo, como siempre soy el último en salir, el abismo en el que me encontraba desaparece y un patio con rosas crecientes nace. Salgo de mi salón y en el pasillo les grito con una vos fuerte y emocionada.

-¡Los veo mañana!..........

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora