Capítulo *20*

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No quiero que tengas mis ojos..

Han pasado como dos semanas desde que ella no ha vuelto, hoy es viernes y espero que hoy llegue. El cielo claro por la aurora, y la luna en la mitad de el, con una estrella por detrás, en lo oculto, en la sombra. Tengo tantas dudas, el ¿por qué de su ausencia? Tal vez se dio cuenta del tipo de espectro que soy, se alejo por mi alma negra. Tengo que verla, y preguntárselo. Paris me acompaña, una canción hermosa pero si la escuchas desde diferentes puntos de vista te darás cuenta que hay algo que retorna en lo amargo, algo que no va bien. Saco mi bicicleta, me subo en ella y pedaleo, tengo un rostro mórbido, algo seco, sin pisca de felicidad. Los cigarrillos han vuelto, si, ahora tengo uno entre los labios, tengo besos venenosos desde hace una semana, no pude dormir muy bien a causa de mis padres, la mayoría del receso la pase afuera, perdido entre el olvido. Llego al puente y una nueva canción se reproduce, esta vez más triste, aun no entiendo como es que se cambia aunque tenga la repetición. El color rojo pasa a ser un celeste en las nubes, con ese eterno foco, y el frío de manera discreta se cuela por mis labios, el viento sopla y mueve mi cabello. Tengo el cabello largo, o al menos el flequillo.

Llego a las civilización o a las casas como me gusta decirle, y las personas aún se refugian adentro, la cadena de mi bicicleta esta gastada, truena y hace ruidos extraños, pedaleo suave, paso por las calles más feas, por donde los muertos celebran, hasta subir en la nueva calle de pavimento, y miro a las personas, en las banquetas conectadas a las redes social, algunos niños sonriendo. Es eso, lo que Erika me dejo, una vista más favorable de este mundo, y una lucha constante de lo bueno y malo se hace en mi mente. Pero entonces los recuerdos de las búsquedas de estos últimos diez días, me quede observando tantas veces la prepa, algún problema surgía de ahí, o cual es la razón de que ella no esté. Llego a la casa blanca, y me encuentro con Gabino, el esta acomodando su bicicleta, le bajo un poco al volumen de mi reproductor.

—Hola Gabinete. —Lo saludo en broma y me bajo de mi bicicleta para poder acomodarla.

—Hola. —Estira la mano y chocamos los puños. —¿Cómo te trata la vida? Deja ese cigarro, ¡mierda! —Me quita el cigarrillo de un manotazo.

—Aquí normal, ya sabes. —Le respondo con una voz cabizbaja. —¿Y tu?

—Pues ya sabes, con tareas, pero dejando eso de lado, ¿Cuál es la razón de que estés así? Suenas como si te dieron una paliza en tu mejor vídeo juego. —Me pregunta mientras caminamos. —A ya se, te dejo aquella chica.

—¿De quien me hablas? —Lo miro serio y me pongo a reír. —Te encanta estar jodiendo. —Lo miro y sonrió, aún no entiendo de donde saca la información.

—Si, descuida ella vendrá hoy, no pongas esa cara y vamos adelante. —Me toca el hombro con dos palmadas. —Bueno me voy por aquí tengo que pasar a traer algo en aquella tienda. —Me señala y se despide de mi.

Erika vendrá hoy, no puedo desconfiar de Gabino, pero y si no es cierto, no quiero darme falsas esperanzas, pero primero de donde saca la información, quien es el chivo expiatorio. Las luces de los carros ya casi indetectables se adentran en mis ojos, las personas caminan de un lado a otro, se ríen pero no le pongo interés, busco entre toda la malgama de gente, una persona, un rayo de luz, la busco por las esquinas, por las banquetas y entre las personas, pero fallo, y el color negro entra en mi mirada. ¿Acaso todo aquello que tengo siempre termina mal? Es eso, quería que ella viera con mis ojos. Entro al instituto, con los audífonos aún dando la canción de mil lágrimas de llanto, camino rápido, me preocupo por llegar temprano para poder olvidar aquello o a ella. El silencio de todos me frustra, nadie dice nada, ni siquiera escucho que hacen desorden, y el cielo se torna gris, los truenos alertan la llegada de la lluvia.

Tocan, todos entran y las horas pasan, nueve con treinta, la lluvia se detuvo media hora antes, todos se preparan para salir, yo no tengo mucho que hacer, las banquetas están mojadas, y no pretendo salir, pero una sed me pellizca, algo me incita, ese algo es la posibilidad. Camino lento, con la esperanza a raya suelo, todos juegan como niños, pisan charcos con agua para mojar al otro, busco como un mendigo, miro entre todos los lugares, después de unos minutos me dirijo al puente, y una sombra a lo lejos, una forma negra, algo que destilaba una aura morada, algo extraño pero no tanto.

—¿Erika? —Me doy cuenta que ella es esa sombra, sus brazos son más delgados y tiene esa aura de mal. —¿Qué te pasó? —Cierro la boca, algo en mi se destruye, mis latidos aumentan.

—Nada. —Saca algunas palabras de su boca, con sus labios algo partidos, su voz es muy débil. —Hola. —Se acerca a mi y me da un beso, de esos que tienen sensación a muerte.

—Hola. —De la misma manera lo hago, pero pude sentir la ceniza en su rostro. —¿Dónde has estado? —Le dispare a Erika una pregunta, me mira a los ojos haciendo que la ventana a mi alma se rompa. —Dime que te sucedió.

—Nada, no es de preocupar. —Sus ojos, no, ella tiene mis ojos, esa sensación de oscuridad abominable, sus ojos color café claro desparecieron, y unos ojos igual a los míos entraron en ella. —¿Por qué tienes esa cara tan preocupada? —Me pregunta y toca mi rostro, casi dejándome atónito, ahora yo tengo sus ojos y ella tiene los míos.

—No, esos ojos no. —Me acerco a ella, tanto como puedo, y con un abrazo de los más fuertes y cálidos, pero un corazón negro esta despierto en ella. —No importa si aún no me quieres contar, yo estaré contigo por siempre, voy a darte de mi nuevo calor y si es necesario extirpare mis ojos de tu rostro y te devolveré los tuyos. —Su dolor acuna mi cuerpo, podía ser ¿Qué ella es igual de miserable o aún más?

—Está bien. —Me abraza fuerte y pone su rostro entre mi hombro y mi cuello, y con pequeños ruidos al igual que un pequeño llanto. —Gracias, mejor amigo. —Esas dos últimas palabras me llenaron, eh hicieron nacer otra idea.

—Estaré para hacerte sonreír, te voy a proteger. —La miro al rostro, limpio algunas de sus pequeñas lágrimas con mis dedos y acarició sus mejillas de manera delicada. —No quiero ver mis ojos en ti otra vez. —El color de Erika se recobra lentamente. —Quiero ver tus verdaderos ojos.

—¿Tus ojos? —Me mira con los ojos humedecidos.

—Si, los que irradian amargura, esos que no tienen un buen propósito más que mostrarte lo malo de este mundo, por eso te quiero devolver los tuyos. —Una sonrisa se muestra en mis labios, y en ella el color de sus mejillas vuelve, sus ojos se vuelven más claros. —Parece que estas más feliz. —Le digo mientras miro su sonrisa. —Ahora creo que ya conoces un poco más de mi, podría decirte que estas en un veinte por ciento o un quince.

—¡Que bien! —me abraza más fuerte, y permanecemos ahí por más mucho más tiempo……….

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora