Capítulo *34*

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Mi único sueño..

Las lágrimas recorrían mi rostro por ver como mamá se iba y jamás la volvería a ver. Allí esta él, con una sudadera negra y un pantalón gris. El sol toca por última vez mi rostro y el cielo despejado me deja ver el mar azul. Sin preguntar ni decir ninguna palabra, él agarra mi silla y me lleva a una habitación, me intento vestir pero al final mi cuerpo no me lo permite y le pido ayuda, es tan penoso no servir más, ser un costal de huesos que pronto va a ser desechado.

—¿Cómo fue que te encontró? —Le pregunto a Gabino mientras enciende un cigarrillo y busca en su bolsillo una hoja.

—Yo te registre como pariente el día del problema, fue sencillo. —Acerca el papel a mi rostro y el cigarrillo a mi boca. —Toma, te sentara bien.

—¿A dónde tenemos que ir? —Pregunto mientras aprieto mi mano y el quema la factura con un fósforo.

—No lo sé…Sólo se que tenemos que escapar de aquí. —Después de estar vestido, él agarra y me lleva por el pasillo y vuelvo a ver todos los cuartos, la mayoría de muerte. —Hoy será un mejor día ¿No crees? —Extrañaré mis próximos recuerdos, estos dolerán aún más.

—Es posible. —Respondo con perplejidad aunque el no lo nota. —¿Para que salimos? —Tardamos unos minutos hasta salir de hospital y él me queda mirando con negación. —¿Por qué se fue? —Formulo otra pregunta.

—Me dijo que no dijera nada, que lo guardará todo para después. —Se muy bien lo que esconden. El aire se hace fresco en cuestión de segundo y puedo notar las rosas afuera en un jardín.

—Tienes que decirme. —Le exijo mientras aprieto uno de sus brazos. —¿Crees que hay más tiempo para decírmelo? Mira mi estado físico.

—Lo diré al final de nuestro viaje, perdón, pero no puedo decírtelo aún. —Acelera el paso y siento como me da dos palmadas en el hombro. —Ten confianza se que mejorarás. —Sonríe de una manera tonta y molesta “Los dos sabemos que no lo haré”.

Caminamos sin rumbo por varios minutos, perdidos por las aceras, mirando al cielo y los edificios. Pasado unos minutos las personas aparecen más y más, los carros empezaron a moverse y siento como el aire se impregna de malos olores, casi que podridos. Pasamos por casas y edificios, hasta llegar a un café que nunca había visto y no se que hacemos aquí. Mueve una de las sillas que están en las mesas de afuera, para poder ponerme en el lugar, después de hablar unos minutos de nada importante un mesero se acercó para ver si deseábamos algo.

—Dos cafés y un pastel. —Afirma Gabino, sin preguntarme si quería eso o otra cosa, algo que me genera gracia. —Sabes estaba pensando en unirme al ejército, ¿tú que dices? Y por cierto ¿Querías café o otra cosa?

—Claro tienes pinta de buen militar mi sargento. —Eche a reír. —Me da igual hace tiempo que no tomo uno, pero en si, podrías ser un buen militar. —Hay más mesitas afuera del puesto, de esas típicas y pequeñas, un letrero arriba con el nombre del lugar y flora colgando de macetas, el ambiente parece detenerse por segundos. —¿Tengo una duda?

—Si, ¿Cuál es? —Gabino acomoda su silla y se sienta. —Si te preguntas por esa chica de cabello ondulado que tanto te amaba. —Se detuvo un segundo a mirar los alrededores. —Siempre quiso venir a verte, pero el tiempo no le daba y después la pena le consumió, no sabia si podría mirarte a los ojos después de tanto tiempo. —Se acerca a mi oído. —Hace tiempo cuando ocurrió el accidente, ella y Erika tuvieron una disputa y parece que corrieron a esa chica.

—Gracias, creo que es algo normal en ella. —Sonrío un poco y el mesero trajo el pedido. —Pensaba que había desaparecido.

—No, simplemente no sabe como estar aquí, menos que la dejarán entrar, pero le duele, y aun te sigue amando, eso fue lo que ella me dijo. —Noto cierta tristeza o algo que me oculta.

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora