Caminos abisales..
Parece que los días son una mierda, solo escucho las frívolas hojas caer y los ladridos de muerte, y uno de mis cigarrillos se termina en segundos. Hay una gran sombra en mi cuarto, sentado en mi escritorio, escribiendo cartas de ciegos para sordos, esa gran sombra fuma nicotina. Me acomodo mejor en el asiento, con los audífonos sacando una canción bizarra en la cual solo me queda tocar imitadamente, y aunque mantengo el ritmo, el piano que uso no es más que un mueble de madera que esta envejeciendo, me saco el cigarrillo de la boca y me levanto, abro la ventana y me acerco a la más hermosa flor en mi pequeño balcón, suelto todo el humo para que se intoxiqué, para que se marchite al igual que yo. Estoy fumando en mi cuarto sin el mínimo problema o preocupación de ser cachado, mis padres no se darán cuenta, lo pasarán por alto y aparte, nadie se despierta a esta hora excepto yo, el sabor es bueno y aunque se que el cigarro me consume a mi y no yo a el, aun así me gusta la idea, no creo necesitar estar aquí otro día más.
Me levanto y camino a la cocina por un poco de comida y agua, tambaleó y dejo escapar las pequeñas nubes de humo blanco, en la oscuridad total se puede distinguir la nariz roja de Rodolfo y en la mía, un cigarro con la punta encendida, afuera hay un viento bipolar que a cada poco cambia de intensidad, es calmado y suave, al igual que agresivo y molesto, las cortinas empiezan a moverse para adentro, llego y preparó un desayuno bastante bueno, como rápido para poder volver a mi cuarto, termino y regreso enseguida, me siento en mi cama aún con ese cigarrillo ya casi extinto, me levanto y lo asesino contra la pared, un final mejor no puede a ver. Me alistó con mi uniforme de gala, me pongo calcetines diferentes para que el sistema no me devoré por completo, hago todo eso sin quitarme mis audífonos, parece más una técnica que otra cosa. Agarro mi mochila, me peino un poco, me baño en perfume para disimular el olor, y tomó una caja de cigarros que esta bajo mi almohada y salgo rápido para el patio de mi casa. Busco mi bicicleta entre la espesa negrura, la encuentro y camino con ella hasta el portón del patio trasero, la abro y dejo mi bici en la calle, sacó un cigarrillo de su caja y lo enciendo con un cerillo, exhalo todo el humo posible y lo dejo salir desde mis pulmones negros, sin duda ahora este día me parece nada más que una porquería.
Me subo a la bicicleta, agarro fuerte el manubrio y pedaleo sin ningún sentimiento de empatía, el sonido hermoso llena mis tímpanos y no deja que el horrible silencio se trasladé, las nubes pocamente alumbradas por la luna se abrazan y forman un gran manto gris, las ranas que saltan en mi camino sólo para fastidiar, pero algunas mueren sin consideración, paso por las últimas casas en la cual se aloja una familia unida, en mi casa no hay más que mierda los fines de semana. El sábado hubieron problemas y aunque no me quise entrometer entre los asuntos de mis padres, me llamaron, solo para crear conflictos contra mi y yo contra ellos, todos terminamos amenazándonos de muerte y al final lo que más me cabrío fue que mi estúpida madre me golpeara, sin duda ella no me quiere, nunca lo hizo, siempre hace todo lo posible para demostrármelo, creo que estaría mejor si hubiera crecido con el anhelo de encontrar a mi madre, seria mejor que se perdiera, viviríamos mejor. El cielo deja ver rayos escarlata que parecen quemar mis ojos, odio este mundo, sus aguas me asfixian con pudor, los cielos de universos paralelos me odian y soy solamente un muñeco, un títere, que ya ni envuelve carne ni huesos. Respiro hondo y pienso en mis palabras, talvez no esté tan mal, pedaleo con fuerza escuchando una canción exquisita en dolor. Aquel pasto es tan agradable de forma tupida que se mese con el viento sin preocupación, este mundo es extraño, lo e descrito varias veces pero aun así no deja de sorprender, creo que estoy mal por enojarme con el mundo, sus colores no son tan malos, sus negruras son frágiles y sus rayos potentes, me atacan con honestidad y me hacen sentir el mar de angustia pero aun así creo que es un pequeño coloso, algo extraño. Mi cigarrillo se detiene en combustión, me detengo en el camino sólo para dejar un cigarro en el suelo, cerca de un montón de tierra, me subo a mi bicicleta y sacó otro, lo enciendo mientras miro ese pequeño montón de tierra y pedaleo sin más.
Los pájaros vuelan en dirección al sol, ¿pretenderán quemarse? Hace tiempo que me hacía preguntas, las deje de hacer, ¿cuál es la razón?. Miro personas trabajando, sin esfuerzo me despido de ellas, eso es algo que usualmente no hago. Las nubes colorea el cielo de un tono gris, pero sin esa esencia maliciosa, es un color tierno, y mis ojos de vidrio lo logran captar a la perfección, y el viento me escupe hojas en la cara, se vuelve violento, como diciendo que no pertenezco a este lugar, que no soy digno de los colores. Las rocas parecen desprenderse y entorpecer más el trayecto, se forma un esqueleto de metal que trasciende mis audífonos, los gustos caen muertos al mirar carros, caminos y trabajadores, cada uno se mueve y trabaja, cortan árboles y miden distancias, son los mismos, aquellos que tiñen de rojo sus llantas, el sentimiento de impunidad se hace más creciente a cada metro, quedo sordo por un segundo, pero logró escuchar sus risas y algunos cuentan que por gusto mataron varios perros, eso provoca la chispa de odio total, sin duda los quiero ver muertos.
Me detengo en un puente, miro atrás con aquella esperanza de ver caer una bomba, pero no soy dueño del destino y mucho menos de sus vidas. En ese momento escucho una voz muy distorsionada que repite levemente, casi como un susurro “Le crauce” no se que significa, ni porque aparece así, me quito los audífonos pero la misma palabra sigue, ¿Qué es Le crauce?. Pedaleo escuchando esa palabra, pero en un punto se detiene y muere, en la entrada de aquellas casas donde el viento es más tranquilo, y los focos siguen chistando luz amarilla y blanca. El lugar esta muy despejado, no hay personas y las calles frías hacen parecer un pueblo fantasma, donde suelen ver a escondidas por las ventanas, pedaleo y paso por el parque y no observó a ningún amorío encandilado, solo bancas verdes y árboles de cierta manera podados, algunos perros sentados en las bases de una vieja iglesia, los grafitis mal hechos, todo aquello me conduce al lugar que quiero ir, hoy no espero nada bueno, espero estar solo, donde nadie interfiera.
Me bajo de mi bicicleta y la dejo en el costado de un árbol, en la casa blanca, y no hay ningún perro juguetón, ni mucho menos algunos destellos de felicidad, aquellos que en primero luche por encontrar. La música de funeral cambia mi sonrisa y en vez de una de odio y amargura, se proclama una de dolor, y tiro mi cigarro, cae duro contra la graba. En un cable, en lo alto de un poste se posan un numeroso tamaño de palomas, no se porque cuando era niño mi padre decía que nunca apreciara a alguna paloma blanca con los ojos rojos, me decía que eran acto de una bruja, no se, pero me encanta esa maligna combinación. Camino de manera lenta por aquella calle de lastre infinito, donde las manos demoníacas me sujetan de los tobillos, las personas como siempre ríen de cosas, la música me ayuda a no escuchar, no quiero amenazas, ni burlas, me cierra las ventanas a ese mundo, puede que sea un loco. Entro y me proclamó un asiento en mis hombros, trueno mis dedos de diferentes maneras, a este punto no necesito los otros dedos para hacer un carnaval de huesos rotos, el sol a un costado de color rojo claro, me ciega y desfavorece mi caminar, aplastó con mayor fuerza el suelo, intento no caerme, me siento extraño, los mareos vuelven y más seguidos, corro hasta la banca más cercana y me siento, espero que las náuseas se vallan, no observó ninguna cara conocida y no espero hacerlo. Llego a la puerta de mi salón, algo confundido, entro y dejo mi mochila, dejó pasar las horas hasta llegar al receso. Salgo con los audífonos tapando todo sonido de felicidad, me intento romper, dejó atrás lo que me hace feliz. Llego a la banca más alejada y me siento con el presentimiento que Erika vendrá pronto, es algo predecible, no es que la este esperando. El clima se puso cortante, obligándome a mirar hacia arriba donde los rayos claros del sol traspasan las ramas y hojas. Las hojas caen de forma lenta, apago mis audífonos y el silencio embarga toda mi realidad, que forma más extraña de colar los granos de angustia, el viento sopla como dándome palmadas.
-Creo que hoy no vendrás.- Digo con voz suave y casi indetectable.
Pongo una canción distante al sentimiento de rechazo, pero no puedo aclarar mis ideas, aquello me inclina a una pregunta, la cual no quiero creer, dejó caer mi cabeza sobre mis manos, espero que puedas venir. Termina el receso y todos camina a los salones.
-Hoy no has venido………
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El chico de los Audífonos
Roman d'amour-¿Acaso no puedo desear ser feliz sin pagar algo a cambio? Se que estoy maldito, que algo no cuadra en mi, ¿Qué es ello que me ha hecho sufrir?