Capítulo *18*

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La semilla del mal..

No puedo mirar a mi padre de igual manera, sin duda los golpes que me dio fueron suficientes para dejarlo de ver como tal, si, los problemas incrementaron, es tonto ver que se pelean por quien hará de comer y cuando uno lo hace llega alguien más y lo golpea, lo que me acuerdo es que agarro el cuello de mi camisa y me azotó contra la pared, medio barios golpes en el abdomen y uno en el rostro, tenia tanta irá en ese momento que lo abría matado si mi hermanita no se hubiera interpuesto en mi camino. Después me pidió perdón, pero soy producto de ellos, alguien muy rencoroso que no perdona después de la primera falla, y aun me duele el abdomen por sus golpes, en la cara sólo me rompió el labio inferior, creo que estaba enojado con mi madre y por tener hambre yo salí pagando los platos rotos. Siento el frío de las mañanas provocado por el viento, estoy afuera, no pienso pasar otro minuto adentro, camino a mi bicicleta y la saco, pedaleo con un dueto entre violín y piano en mis audífonos. El cielo culmina con aires de muerte, cráneos en las nubes, sonrisas inexplicables, y rostros completos sin ojos ni dientes. El agua apesta, tiene un tono verde, y una basta especie de líquidos viscosos, los árboles se caen, el bambú de un terreno se desploma, y mis cuernos de dominio vuelven a aparecer. Pero tengo una esperanza, no quiero caer otra vez en ese abismo, pretendo tener a alguien que me salve, antes hubiera salido de ahí aún así tuviera que escalar con las uñas, o me hubiera acostumbrado a sus bestias salvajes, dejaría mi humanidad y me volvería uno de ellos, pero aun tengo esperanza.

Los buitres bien posicionados me miran desde las ramas de los árboles más altos, y las serpientes pasan entre los matorrales. Me duele la espalda, como si alguno de esos golpes me la hubiera dislocado. Una sonrisa se dibuja en mis labios, y los hoyuelos en mis mejillas se forman, el sentido del abrazo, el calor era genial, mi única esperanza es ella. Siento el corazón palpitar, me duelen los brazos por tanta vibración y viento frío, suelto el manubrio y dejo una mano libre, la miro, un color rojo vivo se muestra, toco mi rostro, ¿En serio son suaves? Aquello me rompe, los recuerdos muertos reviven y todos mis problemas me amarran en un navío náufrago, y la pista cero cero uno no me ayuda. Llego a la calle, tomo una dirección diferente, pero de misma manera paso por el parque, y las parejas me restriegan el amor en mi cara, el dueto se vuelve más melancólico, mis ojos cambian de luz de día a una más oscura, aquella que siempre está pero nadie ve. Me detengo a tomar aire, mi día se torno gris, todo mi mundo se cae a pedazos, por aquellas que un día ame.

—Mierda. —Solo replicó de manera brusca. —Aún me atormentan, malditas. —El tener suaves las manos me recuerda a ellas, las que tanto quise y al final todo se fue en un adiós.

Siento como enormes lanzas me atraviesan, y soy amarrado a recuerdos perdidos, pedaleo hasta llegar a la cada blanca, pero esto me sigue, no hay escapatoria de mi mente. Salgo casi corriendo, esto me provoca una amarga sensación, en este momento no me importan las personas, ni como me miran, solo quiero moverme, solo quiero llegar al instituto. Jamás pensé que diría tal cosa. Casi que empiezo a correr, pero una mano me detuvo, me aprieta fuerte, me sujeta como nunca, y no me deja avanzar, volteo a ver, grande es mi sorpresa, tanta que me deja mirándola.

—¿Erika? —La miro sosteniendo mi mano y todas las personas voltean a vernos, es más extraño, sentir los ojos vigilando.

—¿Qué tienes? ¿Estás bien? —Sus preguntas me bombardean, pero guardo la calma.

—Si, no te preocupes, solo quería llegar más temprano y hacer un poco de ejercicio. —Lo hipócrita me llena la boca. —¿Y tu vienes?

—Si, vamos, espero que estés bien y no me estés engañando. —Sus palabras rompen el cristal de mentiras que siempre invento en estas ocasiones, la sujeto fuerte y caminamos.

Al paso de los segundos me doy cuenta, que sin querer la llevo de la mano. Me sonrojo pero aún así no la suelto. El color del sol nos toca la cara, sus ojos color cafés tienen un tono de hermosura más elevado, su linda sonrisa me hace reír, los pasos en una misma sincronía. Llegamos a un pedazo de camino, la suelto, le pellizco un cachete, y entonces la suelto.

—Oye eso duele. —Se molesta y me deja ver otro lado. —No voy a poder salir ahorita, tengo que hacer un trabajo. —Dice la causa por la cual no va a poder salir.

—No te preocupes, a cierto, buenos días. —Me acerco a ella y le doy un beso en la mejilla. —¿Entonces te veré en el receso?

—Buenos días. —Se acerca con dificultad a mi rostro y me besa en un costado. —Claro a esa hora ya estoy libre. —Su sonrisa me asegura la llegada.

Nos despedimos en el cruce, cada uno entra por su salón y el silencio inunda mi mente, como un apagón total, mis compañeros hacen desastre pero no reacciono, el mundo de un color gris, las nubes se dejan notar por la ventana y en cada hora miro una vez hacia el salón de los terceros grados. Las horas pasan, y al término de la ultima todos salen, camino entre la multitud para poder salir antes. Paso por el camino, y me encuentro con Erika.

—¿Quién soy? —Le pregunto a ella, mientras le tapo los ojos con mis manos.

—Por la textura tan suave que tienen tus manos y ese sonido de voz en particular. —Mis pensamientos dan una vuelta, ella sabe el tono de mi voz. —Eres Brandon.

—Tenías ventaja. —Me quejo un poco cuando la suelto.

—Y tu tenias todas las de ganar. —Me recuerda ese momento, nos reímos.

Caminamos por la cancha, hasta llegar a los primeros grados, me ciento en la banqueta y ella a un costado de mi. Ciertos recuerdos llegan y me hacen un escalofrío. Los cielos se colorean de gris, y el aire cambia, algo así como esos males que persiguen.

—¿Tu crees en esto? —Le hago una pregunta, mientras saco mi teléfono, acarreo hasta una imagen

—Tener amor entre amigos es lo mejor que hay. —Lee la frase y observa como dos personas una mujer y un hombre se besan mientras que la columpia. —No sé podría ser que es verdad o una mentira. —Erika mueve sus manos como si algo le molestará.

—En mi caso, no lo creo, son tonterías algo que no funciona, es algo que en cualquier momento se termina por irse al infierno. —No me doy cuenta de que tanta arrogancia estoy soltando, ¿Tanto odió le tengo a los que se enamoran?

—¿En serio? —Erika me mira de esa forma en la que me mira el mundo, con sus ojos indiferentes. —Entonces para ti no existe tal cosa.

—Así es. —Afirme con los ojos echando chispas de odio.

El silencio culmina el panorama, volvimos a ser dos seres diferentes, aquellos que parecen jamás conocerse, pero no sabia porque hacia aquello, estoy luchando contra mi mente, y mi odio.

—Entonces me gustaría conocerte completamente. —La luz de mis ojos vuelve como si fuera un robot. —Hoy aprendí que tu no crees en amor de amigos.

—Entonces tendrás que conocer mi cien por ciento. —Digo algunas palabras, algo extrañas.

—¿Un cien por ciento? —Me pregunta sacada de sus lugares.

—Si. —Le sonrió de manera sarcástica.

—A ver, ¿Cuánto por ciento conozco de ti? —Erika sigue con las preguntas.

—Un diez por ciento. —Le digo algo despreocupado.

Antes de que preguntara una vez más el timbre suena y nos deja sin imaginación, termino la charla y me levanto, me acerco a ella y le doy mi mano para que se apoye de ella. Caminamos hasta llegar al segundo crece, en ese momento me despido de ella, con un beso y un abrazo.

—Voy a luchar por conocer todo el porcentaje. —La voz de Erika suena decidía, algo que no parece pasarle por un oído y salir por el otro.

—Entonces no voy a ceder tan fácil. —Me suelta y me golpea en un brazo. —Adiós……….

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora