Capítulo *5*

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Recuerdos..

El día no es tan oscuro, los rayos de la luna cubren el lugar, se adentra por las puntas de las ramas, haciendo garras en la pared y traspasando el cristal de mis ventanas de forma emotiva. Mis ojos están abiertos desde la una de la mañana, el insomnio esta presente. Me levanto con rapidez, camino tembloroso por la casa, la piel se me cae de los dedos como renovando un siglo de suavidad, el ardor no se hace esperar. Me pongo el uniforme de gala, un pantalón azul oscuro casi dando con el negro, la playera blanca con el escudo de la secundaria. El frío siempre es presente en las mañanas, junto con el viento susurrante. Me detengo en mi cocina para hacer mi típico desayuno, el ruido se cuela en todo el lugar, al acabar camino para agarrar mi mochila he irme. Saco mi bicicleta a la calle, el día esta claro por la luna, saco de mi bolcillo, los audífonos y con sumo cuidado intento desenredarlos, acabo con rapidez. Pongo un pie en un pedal, suspiro hondo con la calma más grata y me doy cuenta de que me acostumbre a estar sólo, que en estos momentos no necesito a nadie.

Puse una canción de melancolía. Pedaleo con el recuerdo de esta maldición, al menos casi siempre he estado sólo, sin nadie o casi nadie, fui excluido de muchas cosas por razones que yo no entendía, ahora tengo más conocimiento y se que solo eran cosas triviales. En aquella ciudad tenía unos cuantos amigos, con decir que solo eran tres, mi primo Miguel que es unos seis o siete años más grandes que yo, mi prima que por tan solo por un mes yo era el mayor y Oscar de todos ellos el era al que yo más apreciaba, estábamos en el mismo grado, sabíamos igual de todo, jugábamos en su casa y abecés en la mía, contábamos chistes malos pero aun así nos reíamos, siempre me pasaba a traer, y en la escuela jugábamos a muchas cosas como patinar en arena, era raro pero muy divertido, comprábamos estantes de refrescos y los usábamos como patines para descender en la arena. Me río en el camino por esos recuerdos que jamás olvido. Yo era distinto al punto que nunca estaba triste, siempre me estaba riendo de algo, no juego fútbol ni casi práctico deportes, me gusta más el basquetbol pero casi nunca lo práctico. Antes Oscar y yo éramos los delanteros de los partidos, siempre celebrando por un gol. Mi cara aguádese por la otra cara del destino. Con mis primos era casi igual, pero un día todo cambio. 

Miro la luna, llena y satisfecha de la noche negra. Mis padres me ofrecieron venir a visitar a mi abuela, yo pensé que solo eran unos meses y devuelta a casa. Días antes busque a Oscar para despedirme, pero el no estaba por ningún lado, fui a su casa, lo único que me decían es, no está. Sabía bien qué me estaba evitando o ignorando, un día salí a su casa y le grite, muy enfadado ya que al siguiente día dejaría ese lugar. Mis primos y yo teníamos una promesa, desde que nos conocimos la cual era “ Jamás olvidarnos”.

Hace dos años aproximadamente fui a esa ciudad, la verdad queda muy lejos y no pude visitarlos por mucho tiempo. Aquí no juego fútbol y procuro lastimarme una pierna para que no me inviten ha jugar, sinceramente lo odio, pero ese día cuando fui con mi familia a visitar a mis primos, fue el peor momento de mi vida, ya me siento olvidado en el lugar que actualmente estoy, ese día aprecie con ojos muy abiertos otro nivel de olvido, tan ansioso de verlos, que si me pedían jugar fútbol lo iba hacer, ese nivel de olvido aún me esta devastando, creí encontrar la felicidad que tanto lloraba, creí encontrar personas que me dieran un aire más hermoso, pero solo creí, ya que sin saberlo me habían olvidado, me remplazaron, rompieron la promesa y mis sentimientos, ya solo era otro desconocido.

El viento sopla en mis ojos, me acuerdo que el día antes de partir había una luna llena, la luna llena refleja mi tristeza, sin querer en el camino empiezo a llorar a llanto vivo, es difícil aceptar que ya no eres nadie. Así estoy todo el rato, he ahí me limpio los ojos y sigo mi camino, ni puedo hacer nada, no soy nadie, cuando llego me vuelvo a mi persona actual. Los rayos del sol acarician mis mejillas evaporando todo rastro de lágrimas. Paso rápido por cada una de las calles, intentando llegar rápido. Llego algo cansado y me detengo con el freno, subo más el volumen del reproductor, y salgo lento con pesares en mis hombros. La calle es la misma, nunca cambia, camino con un temor desconocido, con temor de las voces. Al llegar al portón siento un poco más de calma, por dejar esas risas, el camino se hace mas claro, sin nada de carcajadas, todo se vuelve mejor. Al entrar a mi salón voy rápido a sentarme, hasta que suena el timbre.

Pienso que es una maldición, estar así, pero no se si estaría aún peor. Las tres horas principales pasaron rápido, y tocaron para salir al receso. Voy lento, casi sin ganas de esta vida, pero algo me detiene, y me hace voltear.

—Brandon ¿vamos ha dar una vuelta? —Algo insistente me lo pide, pero no estaría mal hacerlo.

—Esta bien. —Contestó sumiso para no discutir, talvez esta platica la esperaba hace unos días.

Una compañera de clases de hace un año atrás, ella era mi amiga, pero antes de la mitad de año me di cuenta de que sólo era conveniencia, siempre me pedía la tarea, al dejar de dársela, me dejó de hablar. Es extraño y creo que quiere un poco de ayuda. Caminamos por la cancha en silencio fúnebre. No cambia el hecho de sentirse en soledad, nos detuvimos en la sala de computo ya que en ella hay Internet gratis. Me siento y checo mi cuenta, las cosas nuevas. Mientras tanto una chica se acerca a mi compañera.

—¡Estoy aburrida! —La chica le dice con un cara de decepción y tirando las manos al suelo.

—¡Yo igual! —dijo mi compañera, aguadando el cuerpo.

Ella me señala y le dice algo a la chica que no conozco, la miro, no es tan grade y creo me llega al pecho, su cabello algo descuidado, presiento que es de tercer grado, ella se acerca lentamente y con una sonrisa.

—Soy Erika ¿y tu? —Se presenta estirando la mano derecha.

—Mi nombre es Brandon. —Estiro mi mano algo impactado por ese repentino cambio.

—¿Qué haces? —Me dice  olvidándose por completo de mi compañera.

Mi compañera sigue con sus cosas en su celular mientras su amiga me interroga, prendo mi celular y le muestro.

—Checando cosas. —intentando hacer respuestas muy cortas para que no me preguntara más.

—¿Qué música te gusta? —Me pregunta insistiendo en que responda.

No me gusta esto, me siento incómodo con su presencia, le digo que de cualquier género, le muestro una canción y le digo algo incómodo pero con más confianza.

—Está escuchado casi toda la semana atrás, creo hasta que me llegue a hartar. —añadiendo con una cara menos pálida del miedo.

—Yo también hago eso, ¡Hasta que uno se harte! —Pone una cara rara y responde a una pregunta que pensaba hacer.

El sonar de la chicharra nos avisa que es hora de entrar, mi compañera y yo nos despedimos de esa chica, creo ya olvide su nombre, por mis recuerdos se que una persona así se siente nerviosa, y al final nunca me vuelve a hablar. Camino detrás de mí compañera, sintiendo el mundo caer de nuevo sobre cada hombro con pesos muy gordos. Siento esos duros recuerdos.

Entramos al salón, me siento lento con muy pocas esperanzas de lo que fuera, las horas se pasaron rápido y tocan con previo aviso. Salgo con calma como todos los días, miro a las personas pasar por pequeños grupos, saco de mi bolsillo mis audífonos y los coloco correctamente, pongo una canción de armonía y tristeza, miro a los hombres empujándose a cada lado con mucha energía, yo en cambio no tengo a quien empujar. Las mujeres parecen contarse lo que paso con alguien o algo, todos están en su mundo y yo en el mío. Salgo caminando con la esperanza de no toparme con nadie, el viento es fuerte, sopla tratando de arrancar las casas de los suelos, me siento raro ya que me empuja con leves impactos, siento que todos se están burlando de mi.

Llego a la casa blanca, miro a cuatro niños jugando con un carrito, el niño que es el dueño, presta su carrito a sus amigos, uno sin querer saca una de sus llantas y todos se van a jugar con otro niño, excepto el, ya que esta llorando, pero una niña se acerca y aunque el no quisiera ella compuso su carrito, los dos niños quedaron jugando y riendo.

Doy la vuelta para sacar mi bicicleta, agarro fuerte el manubrio, y comienzo a pedalear. Esos niños me recuerdan a ellos, con lágrimas, enojo y desprecio, todos aquellos momentos muertos de un disparo.

—Desgraciados, ojala estén a punto de morir. —Mi alma es consumida por mis oscuros recuerdos. —Malditos sean familia. —Sin duda nunca más quiero verlos…

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora