Capítulo *31*

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Collar de desamor..

Puedo decir con certeza que estoy flaco de tanto llorar. Si mis dedos están en lo correcto y mi cerebro funciona igual que antes, han pasado dos meses. Si, estoy seco, necesito cuatro litros de agua para poder vivir, mis lágrimas no se detuvieron por mucho tiempo. ¿Quién soy? Un asesino que calla su pecado y tiene que sufrir por siempre. Creo que he madurado aunque sea un poco durante esté tiempo, lo sé, estoy maldito y me gustaría que me señalarán, que todos pudieran gritarme “Asesino” no sabes cuanto espero que alguien sepa mi secreto, y que me ejecutarán de una vez, pues ya lo intenté más de diez veces y nada, me gustaría llegar y que mi padre lo supiera todo, que me golpeara sin parar hasta que me vuelva un cuerpo sin aire, que mi madre me maldijera desde su vientre hasta la actualidad, que repudiara todos sus cortos recuerdos, así podría pagar un poco del dolor que les hago sufrir. Ahora sólo uso mis audífonos por el temor de escuchar una mala noticia, pero me los quito para que sepan la verdad. Mis amigos me han ido a visitar incontable número de veces, pero no logran sacarme esa sonrisa; Sólo alguien, con su aroma a pétalos perfumados, me tomó días asimilar la muerte de mi hermana y durante ese tiempo Leyla estuvo conmigo, añorando mi brazo y buscando besarme con pasión. Todos los días estuve en mi cama, mirando a la nada, esperando que Leyla llegará con un poco de comida o intentará abrazarme. Mis días se volvieron más grises, y el único tomo de color era una extraña princesa.

—Ya casi llegamos. —Dice Leyla y yo asiento la cabeza desde atrás. —Relájate, ¿Estarás bien amor? —De nuevo la asiento, es como si ella hubiera madurado más que yo. —Ya llegamos. —Me recuesto en su espalda y mis lentes se empañan por mi aliento agitado.

—¿Me vendrás a traer? —Pregunto como un niño aterrorizado, ella asienta la cabeza y sonríe. —Adiós. —Me despido al mismo tiempo que ella me retiene para darme un beso, uno de esos acaramelados con sabor a fresa.

Me suelta y sonrío mientras el sol toca el cristal de mi lente, ahora puedo comprobar que estoy ciego y los necesito, ¿Acaso de tanto sangrar perdí la vista?, volteo y camino hacia la entrada, algunos me miran asombrados por el beso y otros preocupados por mi ausencia, todos me miran, por fin tengo un poco de esa atención que tanto quería hace muchos años, puedo ver como las sombras se acercan más y más, hasta tocar mi cuerpo con el suyo, pero sonrío sin pena, pues hay otras cosas peores, mis pasos perecen ser normales, me encojo de hombros para ver el instituto. Siento como el sabor amargo de la popularidad me llega, como la mayoría me conoce, por una desgracia; Me gustaría regresar al pasado y nunca haber deseado esta bizarra atención. De un momento a otro parecen juzgarme con los ojos, podrían detener sus esferas blancas; imploro me ignoren, por favor, ¡quiero que se detengan! Detengan la daga que aflige mi pensamiento, detengan sus voces, que las escucho mencionarme, imploro me maten. Empiezo a correr con el dolor en la cabeza, hasta que llego al salón, me siento en un lugar y aplasto mis audífonos con fuerza, con miedo de todo, con un trauma pegado a la piel.

—Brandon… —Amor me mueve uno de los costados y escucho un chillido ensordecedor. —¿Estas bien? —Escucho su pregunta después de un dolor en la cabeza.

—Si, ¿Por qué debería estar mal? —La miro con desagrado, y ella mira mis ojos, por de bajo de ellos mis nuevas ojeras, ojeras de miedo, por no poder dormir.

—Por lo de tu… —No termina la oración y se torna nerviosa.

—No te preocupes, se sobrellevarlo. —Contesto con un tono de desagrado y de desinterés, pero por dentro cada palabra me hiere, me destruye y me avergüenza.

—Erika te espera afuera, creo que sabes donde. —Sonríe y espera una sonrisa, pero no esta, es distante mi rostro.

No digo nada, prefiero guardar la distancia de mis palabras, me acuesto de nuevo y presiono mis audífonos; No quiero salir. “Deberías ir, ¿Acaso no mataste por ella?” Una voz se escucha al fondo de mi, intentado seducirme con el acto de ponerme de pie. “¿Quieres perder el momento? Parece que tu hermana no lo vale.” La voz me enfurece, y a la vez me destroza, y las pocas lágrimas en mi salen. Tocan y todos entran, media clase vivo y otra en sueños, nadie puede decirme nada, tengo la inmunidad que rompe huesos, y hace sangrar los labios, no pueden tocarme, pues no existo por completo. Vuelve a sonar la chicharra, y todos salen, se bien que tengo que enfrentarme a ellos, a mis miedos. Me levanto con dolor en los pies, y camino a mi destrucción, paso por todos los lugares, los ojos me siguen y buscan ladear mi ánimo muerto.

El chico de los Audífonos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora