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Ingui, un día por la mañana, pudo salir de casa con la escusa de ir a comprar helado de frambuesa, su abuela aceptó y la dejó ir.
Ese día no fue por los callejones, fue por la acera donde pasaba mucha gente la cual la ignoraban cuando pasaban por su lado.
Entró en la tienda y salió con una bolsa y una tarrina pequeña en la mano.
¿Y adivinais a dónde se dirigió? Claro, a la casa abandonada.
Iba caminando por aquel descampado lentamente visualizando todo lo que le rodeaba mientras que se terminaba la pequeña tarrina de helado. Se sentía como en casa.
Entró dentro y no vio a nadie, entonces subió al segundo piso pasando cuidadosamente por las escaleras las cuales crujían desagradablemente al estar en mal estado. Cuando llegó al segundo piso, se asomó de puerta en puerta para ver si veía a alguien, pero no hubo resultado, hasta que se quedó mirando a una puerta que ráramente estaba entrecerrada y su madera estaba marcada de un gran zarpazo.
Sin miedo entró empujando lentamente la puerta asomando su cabeza por ella, estaba todo demasiado oscuro, así que hizo uso de su nuevo poder, sostuvo una llama en la mano iluminando aquella habitación, miró al suelo para ver por donde pisaba, pero no le dio tiempo a dar un paso cuando visualizó unas patas de lobo con unas uñas muy cuidadas y el pelaje blanco.
Subió inocentemente la llama hacia arriba y vio aquel físico de lobo igual que en el sueño que tuvo, pero a este se le intercambiaban los ojos de color mientras le gruñía a Ingui haciendo que esta retrocediera hacia el pasillo.
Finalmente fuera en el pasillo, pudo ver con mas claridad a aquella bestia, esta se abalanzó hacia ella y la tumbó al suelo sujetándole el cuello con las garras.
-¡Socorro!- gritó Ingui.
La bestia de pelaje blanco se rió.
-Nadie te puede oír Ingui.- dijo ahogándola cada vez más fuerte, pero su frase fue en vano, por detrás le atacó otra bestia como ella de pelaje negro, la apartó de encima de ella e Ingui pudo escapar y esconderse.
-¡Fuera!- gritó quien le había salvado.
La bestia de pelaje blanco se fue corriendo de allí, cuando vio que se alejaba de la casa, miró a Ingui y sonrió de felicidad.
Se convirtió en humano. Era Kinoi.
Ingui estaba feliz por no haber sido ahogada por la bestia y a la vez asustada.
-Ingui, soy Kinoi.-le dijo acariciándole la cara.
Esta no salía de su asombro, ¡vio a Kinoi convertido en un wampus!
-Ingui.- la volvió a llamar.
-Te he echado de menos.- contestó al final con una sonrisa.
-Yo también.- contestó él con otra sonrisa.
Se dirigieron a otra habitación donde había un colchón viejo y estropeado y se sentaron allí.
Ingui le contó todo lo que le había ocurrido durante estas semanas y Kinoi le contó lo mismo.
Aunque los dos estuvieran tristes por las situaciones de cada uno, los besos y caricias no faltaban para que se animaran.
Estaban sentados, Kinoi respaldado en la pared e Ingui respaldada en él, cuando esta se dio cuenta que había pasado demasiado tiempo fuera.
-Mierda.- dijo llevándose las manos a la cabeza.
-¿Qué ocurre?- le dijo Kinoi mirándola fijamente con ternura.
-Si no llego pronto a casa, mi abuela no me dejará salir más.
-No hay problema.- dijo Kinoi echándola a un lado para convertirse en wampus.-Súbete a mi lomo.
Esta sin pensárselo subió y se agarró fuertemente a unos mechones de pelo, pasaron muy rápido por la salida de la casa abandonada y por los callejones, en menos de un minuto estaba ya en su casa.
Se bajó, Kinoi se convirtió en humano.
-Gracias.- le dijo agradeciéndoselo con un beso.
Este no pudo hablar por el beso que le dio, el cual lo recibió con ternura.
Al terminar, corriendo se adentró en su casa.
Kinoi quedó embobado, estaba completamente enamorado de ella.

Todo es extraño [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora