Dos.

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Caminé hasta la salida mientras buscaba mis anteojos en mi mochila y guardaba los caramelos que acababa de comprar, me hice a un lado cuando un grupito de chicos se acercaba para entrar y sin dejar de caminar lo hice por el césped. Me puse los anteojos de sol y antes de terminar de acomodarme para emprender camino a casa, vi sentado en el respaldar del banco con un grupito de chicos, al estúpido que hoy me inició la guerra.

Tenía una bolsa de gomitas en la mano pero no las comía para nada femeninamente, no por el hecho de ser gay tenía que hacerlo pero no estaba acostumbrada a ver un chico con su actitud y su postura que prefería su misma orientación sexual. Sin embargo, él se había declarado gay cuando mencionó que ya había estado con Dante y aunque no me interesaba creerle, su hipocresía al mirarme me hizo despreciarlo aún más con los ojos en cuanto me bajé los anteojos, exclusivamente para rebajarlo con la mirada.

—Cuidado con la mirada morocha, no sea cosa que tenga que aprender a ver lo suyo y no lo de los demás. —me dijo cuando pasé por enfrente de él, su grupo se rió y yo sonreí falsamente negando.

—Cuando los demás tengan algo suyo, no te preocupes que no voy a mirar.

Con la cabeza en alto me acomodé los anteojos y seguí caminando hasta llegar a la calle, dejando atrás el barullo que de por sí ya había en la entrada de la universidad. Crucé la calle hacia la plazoleta y apreté el botón de la llave para destrabar el auto, en cuanto me subí dejé mi bolso en el asiento de al lado y cerré la puerta para encender el motor, mi celular sonó y antes de arrancar, lo agarré.

¿Te veo hoy linda?

Tal cual recibí el mensaje lo copié y lo reenvié al grupo que tenía con las chicas, ambas estaban en línea porque escribieron al mismo tiempo.

¡Decile que sí!

¡Más te vale decirle que sí!

Sonreí y tiré el teléfono al lado para arrancar sin contestarles ni a mis amigas y tampoco a él. Ahora mismo Ramiro estaba en mis pensamientos y no era exactamente en quien quería pensar, Dante me atraía más de lo que yo misma me quería dar cuenta y desde que conocía a mi rival mucho más, estaba claro que entre nosotros ya existía la guerra y aunque antes Dante sólo me gustaba de vista, ahora gustaba de la misma manera que empezó gustándome Ramiro.

Al llegar a casa antes de anunciar mi vuelta, me contuve para escuchar las risitas tontas provenientes del living, me acerqué hasta el lugar y vi a la tarada de mi hermana reírse de lo que su novio le decía al oído, miré asqueada la situación y los interrumpí aclarándome la garganta.

— ¿Y Dylan?

—Duerme.

— ¿Lo dejaste solo?

—Tengo el router acá. —dijo extendiéndose para agarrar el aparatito de la mesita del centro, que le permitía escuchar al bebé en caso de que se quejara o llorara al despertarse. —Uh, está apagado.

—Estúpida. —bufé y me apresuré a subir las escaleras para llegar a su cuarto, seguida por ella y el tarado de su novio. Me acerqué rápidamente a la cuna y mi sobrinito dormía plácidamente inmune al mundo que injustamente mi hermana le hizo conocer. Suspiré aliviada y con cuidado le acaricié la mejilla. — ¿A qué hora se durmió?

—Hace un ratito, ah Cali ¿vas a poder cuidarlo esta noche?

— ¿Por qué?

—Teníamos pensando ir a...

—No puedo, me comprometí con alguien perdón. —le dije colgándome mejor mi bolso para salir del cuarto. —Si no lo dejas dormir mucho seguro se duerme temprano, llevá el cochecito.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora