Treinta y nueve.

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Llegué a Buenos aires a las once y media de la mañana y rápidamente me subí al auto de Sabri para que ella pudiera llevarme de camino al departamento. Estaba más exaltada que yo con mi llegada al punto de organizar todo un itinerario de las cosas que teníamos que hacer y que no pudimos cuando fui con Dante, no porque no quisiéramos pero más que salir a comer a los mejores lugares del centro no me dieron ganas. Por lo tanto, esta oportunidad era diferente porque me sentía menos presionada a pesar de estar igual de alejada con Lautaro, como aquella vez.

Recordar a Dante y los días en la cama que compartimos parecía una burla, no quería comparar pero era inevitable y pensar en la noche con Lautaro hasta me agarraba escalofríos de lo bien que la habíamos pasado, no entendía por qué él se quería olvidar de eso, yo si me lo permitiría lo tendría latente y recordándoselo todos los días.

Entré al baño para lavarme los dientes antes de acostarme para dormir la siesta y abrí el mueble del lavabo para sacar la pasta de dientes, pero antes de buscar la cajita me encontré con una que me heló hasta los huesos, una de Test de embarazo.

Mi corazón latió con fuerza dentro de mi pecho y me di cuenta que me temblaban las manos cuando quise indagar un poco más en lo que en realidad no debía agarrándolo, era intimidad de ellos pero no iba a poder seguir respirando si no lo veía, por lo que la abrí y saqué el test. Dejé de respirar literalmente cuando vi que la pantallita decía: Embarazada. Significa que mi hermano estaba esperando un bebé y sin darme cuenta mis ojos se llenaron de lágrimas, mi pecho se hundió y se sintió una felicidad expandirse por todo mi cuerpo.

— ¿Cali? —llamaron y la puerta al cerrarse me sobresaltó haciéndome volver en sí. Rápidamente guardé el test en la caja y lo devolví a su lugar. — ¿Cali, llegaste?

Salí rápido del baño secándome las lágrimas y cuando vi a mi hermano su sonrisa se borró rápido para acercarse a mí, obvio que mis ojos hinchados me evidenciarían y porque me conocía iba a tener que confesar.

— ¡¿Qué, qué pasó?!

—Nada es que... ¡ay yo sin querer vi el test de Sabri y me dio mucha emoción! —lloré desconsolada en sus brazos y Nico pudo respirar.

— ¡Ay Camila por Dios, casi me da un infarto!

—Es que me siento tan feliz y orgullosa.

—No me hagas llorar a mí, tonta. —se quejó y cuando nos apartamos a pesar de mis lágrimas pude ver las suyas. —arruinaste la sorpresa.

—Perdón, fue más fuerte que yo, ¡pero vas a ser papá, no puedo creerlo!

—Sinceramente yo tampoco.

—Vas a ser el mejor papá del mundo, el más hermoso y bueno de todos.

—Espero que sí. —se rió y después que yo le secara las lágrimas volvimos a abrazarnos. —y vos vas a ser la madrina más hermosa del mundo también.

— ¡¿En serio?!

—Ay sí, me hiciste arruinar la otra sorpresa. —bufó y yo grité saltando con él en nuestro abrazo, se rió y me sostuvo fuerte.

— ¡Gracias, gracias, gracias, gracias, te amo te juro que lo voy a amar muchísimo y voy a consentirlo y hacerlo feliz!

—Sé que sí mi amor, vas a ser una excelente madrina.

Ninguno de los dos estaba fuerte para mantenerse parados, por eso nos sentamos en el sillón y mientras él me contaba la odisea que tuvo que hacer para salir antes del trabajo, nos servimos jugo y nos pusimos a hablar de la nueva noticia, prometí emocionarme de la misma forma cuando Sabri me contara todo, pero no creía que tuviera que hacer mucho esfuerzo porque estaba obsesionada con saber todos los detalles, algunos que mi hermano podía pasarse por el alto y ella complementarlo.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora