Dieciséis.

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Todavía no había nada de él que pudiera causarme gran sorpresa, su casa no iba a ser la excepción, pero me mantuvo asombrada todo el camino que hicimos para llegar hasta la puerta principal del tremendo caseron que tenía.

La seguridad era rigurosa y no sólo contaba con personal físico en la entrada, los grandes portones tenían un sistema eléctrico que repelaba cualquier intento de escalarlo, haciendo el lugar de vivienda de políticos más seguro que alguna vez conocí. Lautaro no parecía renegar de su nivel, lo naturalizaba de tal forma que no podía causarme gran impacto que perteneciera a una de las familias más adineradas de Puerto Madryn.

—Tu chico ya debe estar acá. —me dijo guiándome a adentrarnos al gran salón, tragué y lo seguí sin decir ni una palabra, era demasiado vergonzoso de por sí acceder a cobrar un favor, y mucho más a él que nunca podía confiar del todo en su palabra.

— ¿Lauti?

—Ah sí, ya llegó. —me indicó y cuando entramos al comedor, un señor viejo, canoso, arrugado y con panza cervecera estaba entrando del otro lado. Sonrió y yo quise pellizcarme para saber si estaba en un sueño o una pesadilla, lo único que pude terminar de escuchar fue la risa de Lautaro.

—Hola chicos.

—Hola. —me miró a mí divertido y habló por lo bajo. — ¿Te gustan los viejos de cincuenta?

—No me estarás hablando en serio... sabía que no podía confiar en vos...

—Él es Rafa, Cali. —nos presentó y después de aceptar la mano del señor, me sentí devastada.

—Hola...

—Con permiso, yo... me voy a ir. —le dije y me apresuré a darme la vuelta para irme cómo había llegado.

— ¡Camila, estoy jodiendo!

Frené en secó y tragué el nudo en mi garganta, Lautaro bufó acercándose a mí y poniéndose de frente, levantó una ceja.

— ¿Qué pasa con vos y tu sentido del humor?

— ¿Chicos... qué pasa?

—Nada papá. —dijo y sentí que el alma me volvió al cuerpo al escuchar quién era, ya que era obvio que no podía vender al papá, o eso creía. — vamos a estar en mi cuarto ¿ya te vas?

—Sí hijo, vuelvo en dos días ¿no me vas a saludar bien? —le preguntó y él me soltó para ir a abrazar a su papá. —Ya me parecía, ah, está...

—Sí ya sé, que te vaya bien, mandale besos a mamá.

—Portate bien Lauti, no me hagas renegar desde lejos por favor, te voy a estar llamando así que cargá tu celular.

—Sí, sí, chau pá.

—Chau hijo te quiero, chau...

—Chau. —asentí y fui arrastrada por Lautaro hacia una galería, cuando estuvimos solos me descargué. — ¡¿Cómo me vas a hacer eso?! ¡Estúpido!

—Yo no puedo creer que seas tan estúpida, ¿cómo te voy a meter con un viejo?

— ¡No sé, ya de vos no me sorprende nada!

—Ay Camila, qué tarada. —bufó y me hizo doblar en un pequeño descanso donde la pared era diferente a la neutralidad de las otras, y la puerta destacaba con grafitis entre tanta sencillez. —Escuchame bien, debajo de la cama hay un cajón, abrilo y sacá los preservativos, yo voy a estar en la cocina y después en la sala, cualquier cosa me gritas.

—Pero...

—No me hagas pasar vergüenza, disfrutalo sin culpa. —dijo y abriendo la puerta de su cuarto, me pegó en el trasero para hacerme entrar. Cuando la cerró el chico que estaba acostada en la cama con el celular, se levantó y su sonrisa hizo que me debilitara hasta mis más cuerdos sentidos.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora