Diecisiete.

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La semana, para el plan que tenía en mente, no había sido del todo buena, vi a Dante dos veces y la única oportunidad que tuvimos de estar solos, se alarmó cuando subí la intensidad de los besos por miedo a que alguien entrara a la sala donde nos habíamos encontrado. Era patético, pero no me frenaba porque después de todo me enviaba mensajes un tanto calientes, que al mostrárselos a Lauti lo hacían renegar de no poder conseguir lo mismo, ya que por su parte no se animaba a buscarlo a solas y eso era lo único que yo encontraba bueno, tener más ventaja que él.

Tener sexo con Dante empezaba a importarme poco pasando los planes que cancelé para nuestro fin de semana cuando Sebastián pidió verme, acepté porque sabía que iba a tener lo que quería y con Dante sólo perdería el tiempo, aparte que fingí haberle dejado el camino libre a Lautaro así podía accionar él de una vez, sin decirle por supuesto que iba a ver a su amigo, no era de su interés tampoco, le había contado lo suficiente y Sebastián no dejaba de sorprenderme en la cama, realmente me hacía querer llegar a más con él y me refería a establecer días y lugares de encuentros.


Mi martes por la mañana ya no empezaba tan bien, había tenido una discusión con la española y no estuvo su amigo para defenderme, ni siquiera sabía por qué me buscaba pelea por todo y yo no era una chica difícil de seguir una, por lo que los gritos nos llevaron a que el rector nos sermonee por una hora en su despacho. Liberada de eso, salí buscando a mis amigas, pero me encontré a Lauti entrando por la puerta principal.

—Hola, ¿tenés clases?

—Hola, no, voy a ir a almorzar.

— ¿Podemos ir a algún salón antes? Te quiero decir algo.

—No quieras convencerme que tu amiga es buena Lautaro, la próxima vez que me haga perder el tiempo así juro que la cito en la playa y la mato.

— ¿Eh? —se levantó los anteojos para demostrarme su incomprensión y me arrastró por el pasillo. —No sé de qué hablas nena, es otra cosa lo que te voy a decir.

—Bueno pero advertile...

—Después me decís, ahora escuchame. —dijo y cerró la puerta del aula vacía a la que habíamos entrado. —Lo conseguí.

— ¿Qué cosa, acostarte con Dante? —le pregunté cambiándome a mí misma el humor y cuando asintió salté exaltada a abrazarlo. — ¡Buenísimo, qué emoción!

—Sí muy emocionante, estuvo bien. —me chocó la mano y me sentí estúpida de festejar su victoria, pero en el fondo realmente lo festejaba.

— ¿Sólo bien?

—La primer parte bastante aburrida, pero después se dejó. —sonrió y yo aplaudí haciéndolo reír. — ¿Y vos qué onda, por qué no quisiste salir este finde con él?

—Cuidé a mi sobrino. —mentí y volví al tema interesante. — ¿Cómo lo sentiste después?

—Todavía no lo vi, pero me fui después porque no quería escucharlo lamentarse de algo que sé que le gustó.

—Bueno pero está bien, no importa, ahora yo voy a ver si este fin de semana puedo conseguir lo mismo.

—Sí eso, deberías comprarte algún disfraz o algún juguete...

—No ni loca, no soy un payasito.

—Ay dale tonta, al menos un juguete, así mientras te da le metes algo por atrás que le encanta. —se rió y yo también. — ¿No tenés nada de eso?

—No y no lo pienso comprar, ya te dije que si quiere eso te tiene a vos, conmigo va a perderse de otra manera.

—Bueno pero voy a regalarte un consolador para tu cumpleaños, me gustas más de buen humor... ah ¿qué querías que dijera?

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora