Diez.

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Mi cabeza retumbaba de dolor y mis ojos apenas si podían mantenerse abiertos, había derramado muchas lágrimas y mi cuerpo estaba casi deshidratado, me sentía mal y sin fuerzas mínima de poder corresponder al abrazo que mi mamá me daba, acostada en mi cama a mi lado protegiéndome de todo el mal que me recaía encima. No podía entender cómo tuvo el valor de humillarme de esa forma, había maneras de jugar y dar riendas sueltas a una competencia que él mismo había establecido, pero lo que hizo no me lo esperaba, no era sano y de esa manera no quería jugar, no por alguien que tampoco lo merecía, Dante no era suficiente motivo para arruinar a otra persona, sin embargo a Lautaro sí le parecía y hasta se reía de creer vencerme, algo estúpido para considerar que tenía algo más de veinte años.

—Te voy a preparar la bañadera, así estás un ratito ahí y te relajas. —me dijo mamá besando mi sien. Quería decirle que no, que iba a dormir pronto, pero en todos los intentos de hablar que hacía desde que llegué a casa, simplemente fallaba.

Ella se levantó dejándome sola en la cama y me sentí vacía, sola en mi cama de dos plazas que había comprado yo misma con mi trabajo del verano, amaba la comodidad que me brindaba pero esta vez, con mamá bajándose de ella, no lo pude sentir así. Ni siquiera me había sacado el disfraz de Tinkerbell, sólo las halas y con su ayuda cuando me escuchó cerrar fuerte la puerta después de haber estacionado como pude el auto, ella siempre estaba atenta a que llegáramos para poder dormir tranquila, aunque esta vez escuchó mis pasos fuertes en todo el pasillo.

—Vamos amor, dale. —me dijo y me obligó a sentarme en la cama, me desató el moño del pelo y me agarró de las manos para levantarme. —hija yo con gusto te ayudaría demás, pero ya no tenés dos añitos, vamos dale.

Me levanté desganada y entré al baño, ella me acompañó pero era el límite hasta que se aseguró que podía hacerlo sola.

—Ya va amanecer, te voy a preparar un buen desayuno y después te acostas a dormir, ¿querés? —preguntó y yo con la mínima sonrisa que pude darle, asentí. Me besó la frente y con su sonrisa segura, salió del baño para dejarme sola.

Yo ni siquiera estaba indispuesta, sabía que no eran mis fechas para estarlo porque llevaba un buen control y no se acercaba en lo absoluto, pero ¿cómo explicarle eso a los miles de alumnos de la universidad? No había necesidad de revelar más de mi privacidad de lo que había hecho Lautaro, ensuciándome el nombre y el traje con pintura porque otra cosa no podía ser, haciéndome ver como una sucia frente a todos y una hacker de la cuenta oficial de la universidad en Instagram. Eso podía traerme grandes problemas más allá de la humillación que ya sentía, que él había logrado sin esfuerzo y sin pensar las consecuencias, no solamente de repercusión sino también de dignidad, porque me la había hecho perder sin importarle lo que yo podía sentir, estaba claro que eso no le interesa y nunca iba a poder entender esos pensamientos humanos, esa maldad producida por nuestro instinto, el peor de todos.

Había algo extraño en mí y era la sensibilidad con la que afrontaba la situación, podría haberme reído con ellos y no dejar que se rieran de mí, sin embargo me encontraba más afectada de lo que esperaba, ya que no todos los días se estaba preparado para ser avergonzados.

—Gracias má. —musité cuando me puso la taza de té frente a mí. —ahora sí tengo hambre.

— ¿Te relajó el baño?

—Sí un montón, gracias.

—Ahora te vas a descansar y yo te despierto al mediodía para el almuerzo, ¿querés? Es domingo, no hay nada que hacer, podés descansar tranquila.

—Sí creo que voy a hacer eso, estoy muerta. —aprobé ya que tenía sueño por ser las seis de la mañana y un cansancio corporal evidente después de tanto llanto.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora