Cuarenta y cinco.

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No quería jugar de la forma que sabía que terminaría perdiendo, y fue así hasta que decidí que no era lo que quería para mí. Lautaro no iba a cambiar por mí, sus actos me lo demostraban incluso cuando admitía que algo tan complejo como los celos le afectaban, siendo al otro día todo igual con sus amantes y así por toda la semana, hasta el mes que pasó mientras yo intentaba olvidar ese mínimo detalle con Agustín.

Septiembre se acababa y el calorcito de la primavera cada vez se hacía sentir más, estaba cambiando el aire e internamente yo también, ya no tenía ganas de pensar de otra forma hacia mi amigo, porque con Agustín las cosas iban cada vez mejor, desde que formalizamos un poquito más, ambos buscábamos llegar a otra punto y era mucho mejor que estar esperando que el chico que yo quería en realidad me correspondiera.

Aprendí el último tiempo a verlo a Lauti así, como un amigo, él sabía más que los dos comportarse y fue lo que yo hice, incluso en los momentos que me debilitaba.

Sus veintitrés años llegaron el diecisiete de septiembre, y por cómo era él todo tenía que ser a lo grande, por primera vez haría una fiesta a consentimiento de sus papás para literalmente tirar la casa por la ventana. No iba a ser problema para su familia que festejara en el gran salón, de hecho la única condición que le pusieron fue que previo al descontrol que ya se veía venir su mamá, hiciera una reunión con su familia, en el almuerzo precisamente y yo estaba invitada al asado que hizo su papá junto a su cuñado.

—Faltan tres meses, dieciséis semanas y siento que voy a explotar.

—Es porque la bebé ya está grande Amu, por eso te pesa más.

—Voy a morir de la ansiedad y el dolor que le causa a mi cintura. —dijo refregándose la panza, yo acerqué mi mano para también sentirla.

— ¿Ya se mueve, no?

—Ay sí, es súper intranquila, le encanta moverse.

—Va a ser igual de inquieta que el padrino. —dijo Lauti agachándose a besarle la panza. — ¿o no princesa?

—Voy a tener que tratarme con psicólogos entonces. —susurró Amu y yo me reí, estaba de acuerdo, pobre de ella si le salía igual al padrino. Dafne se movió escuchando la voz de Lauti y yo dejé mi mano para sentirla, mientras que él seguía incentivándola hablándole como un tonto.

—Es la cosita más preciosa del mundo, sólo del padrino, ¿o no mi princesita hermosa?

—Lauti la vas a alterar.

—Ya la tengo enamorada.

—Pobrecita, se va a llevar una decepción entonces cuando sepa que su padrino es gay. —dije y todos se rieron, él también pero detrás del humor a mí no me parecía tan gracioso que dejara a tantas con esa desilusión, básicamente porque yo era una.

Me senté al sol con Amaia y Ceci a ver revistas y hablar sobre la decoración de mi futura casa, les había comentado que mis planes estaban en Buenos Aires, quería terminar mi carrera para vivir allá y ellas me motivaron incluso cuando Lauti desde lejos se metió e intentó convencerlas que era una mala idea para mí, pero su mamá se lo explicó bien, era mi sueño no el suyo y nuestra amistad podía seguir intacta.

Amaba a la familia Aguirre, eran hermosas personas que tenía el placer de conocer y ellos estaban encantados conmigo, me lo decían constantemente y me hacían sentir parte de su familia, porque ya no parecía ser sólo amiga de Lautaro, también de Amaia.

Nuestra charla fue interrumpida por mi celular y aunque quería escuchar con atención lo que decía el papá de Lauti, tuve que levantarme a atender cuando vi en el emisor que era Agustín, lo cual se me hacía extraño porque pasaría el sábado con sus amigos y prometimos no molestarnos.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora