Cuarenta y nueve.

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Dejé pasar los días, las semanas, el mes y los dos siguientes después al último día que lo vi a Lautaro, volví a Buenos aires, busqué otro trabajo y me fui a vivir sola, me alejé de Agustín porque él no debía hacerme olvidar, lo tenía que hacer por merito propio y es lo que me propuse.

Nico estuvo de acuerdo, probablemente llovía encima de mi cabeza más tiempo del que hubiese querido, pero no me importaba si después salía el sol, aunque cada vez que se acercaba el tiempo que tenía que volver a Puerto Madryn se me hacía más lejano el sol. Para mi familia fingía estar bien, para mis ahijados también, para todo aquel que le extrañaban mis ojeras yo me cubría con esa palabra y la de cansancio, trabajar en un bar y estudiar al mismo tiempo no era fácil.


El cumpleaños número dos de Dylan era el obstáculo más grande que tenía que pasar, básicamente porque estaba evitando volver desde las fiestas de navidad y año nuevo pero no iba a poder hacerlo esta vez, él no se lo merecía y mi hermano tampoco, había gastado en mi pasaje sin dejarme devolvérselo por lo que la culpa fue parte de mi vuelta a Puerto Madryn, la primera vez después de dos meses y medio sin pisar mi ciudad.

—Todavía tengo que comprarle el regalo a Dylan, así que voy a ir al shopping.

—Yo voy a intentar convencer a mamá y a papá cuando vuelvan que estás comiendo bien y que es tu fisonomía, así no me matan cuando te vean tan flaca.

—Deberíamos decirles en realidad que Cali se quiere volver la nueva presa de Edward Collen, capaz lo creen, tu papá fue a ver con vos esas películas, lo va a entender. —me dijo Sabri sarcástica, rodé los ojos y agarré las llaves de mi auto para volver a salir y encaminarme al shopping.

Comía bien, cuando tenía hambre por supuesto, lo cual no era tan seguido pero no era para tanto, no podía culparme por no tener tiempo de comer o dejar de llorar cuando todo volvía a mi mente, y nadie podía culparme por eso tampoco.


— ¿Cali?

Me di la vuelta y una enorme panza me arrebató la mirada, seguida por un empujón de ella cuando los brazos de Amaia me envolvieron con fuerza.

—Amu qué lindo verte de nuevo, qué panzota. —me reí tocándola entre nuestro abrazo y enseguida la miré sus ojos se pusieron lagrimosos.

—Dios mío Cali, ¿qué hicieron? ¿Por qué se hicieron eso?

—Amu no...

—Ay Cali por favor hablemos, tomemos algo.

—Es el cumpleaños de mi ahijado. —mentí ya que era el día siguiente, pero la culpa me consumía. —Amu no es el mejor momento.

—Son diez minutos nada más, por favor estoy muy preocupada, no supe más de vos y necesito escucharte, por favor.

Accedí porque probablemente nos lo merecíamos ambas, salimos de la juguetería y nos sentamos en el patio de comidas, ella pidió para las dos y supe que no iban a ser diez minutos, pero no me venía mal más tiempo para justificar mi peso ante mis papás.

—Al principio yo creí que eran muy amigos, casi hermanos, pero atando cabos me di cuenta que mi hermano no la estaba pasando para nada bien siendo eso, y fue como volver a pasar por lo mismo, lo cual nunca fue fácil.

—Yo hubiese querido estar con tu hermano Amu, pero él no... no está listo para asumir ciertas cosas y yo no puedo con eso, no me dejó tampoco.

—Sí ya sé, Lauti es más duro que las piedras, pero nunca lo vi así. —me dijo y noté la angustia en su voz. —cuando tenía catorce quería ser de esos chicos héroes que vemos en las películas, como si nada le importara y fuera invencible para todo, marcó la diferencia hasta en el colegio siendo gay, era el primer chico que lo asumía con una naturalidad terrible que ni siquiera los que querían burlarse podían, pero... dentro de él estaba destruido, se sentía mal por no ser un hombre que la gustasen las chicas, se molestaba con él mismo por haber hasta nacido de esa forma, y fue difícil que aprendiera a hacer todo lo que decía que era, internamente también.

¡Va a ser mío!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora