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Vivo en una subdivisión llamada Brookhurst. No me refiero a uno de esos nuevos "proyectos urbanísticos" donde tienes que poner una planta en una maceta o una bandera junto al buzón de correo sólo para que puedas decir cuál casa es la tuya. Estoy hablando de un vecindario real. El tipo de lugar donde puede haber una casa aquí y allá con necesidad de una mano de pintura, pero los árboles son lo suficientemente maduros para producir sombra. A la gente de bienes raíces le gusta utilizar el término "naturaleza".

Es el tipo de lugar en el que todos conocen a todos y por alguna razón, una vez que te mudas te quedas hasta que mueres. Que es exactamente lo que hace excitante que el nuevo chico se mudara, y también el por qué no podía dejar de pensar en él mientras rodaba alrededor del vecindario.

Fui por todos los caminos de todo el vecindario pero no vi ningún rastro de Bruno. Ya que Michigan es tan caluroso y lo suficientemente húmedo como para ser confundido con un bosque tropical en verano, sólo di una vuelta y luego lo di por terminado. Llegué a mi casa y me quité el casco para limpiar el sudor que se había acumulado debajo de él.

A penas tiraba el casco en el césped cuando escuché el sonido de fuertes patas viniendo hacia mí. Bruno no sólo me ama porque lo alimento con comida chatarra algunas veces mientras estoy de niñera, si no que se veía particularmente emocionado de momento por su libertad actual. Vino corriendo hacia mí a toda velocidad.

—¡Bruno, no! ¡Sentado! ¡Perro malo! — Le grité cuando me di cuenta de que no se iba a detener. Pero era demasiado tarde, Bruno saltó y me tiró justo fuera de mis patines.

Todo pasó tan rápido. Me estrellé contra la acera muy fuerte, y porun segundo, todo quedó totalmente negro. Cuando reacciono hay un zumbido en mis oídos, y siento como que voy a vomitar en cualquier momento.

Luego, justo como sospeché que pasaría, una lengua gigante atacó mi rostro. Bruno sólo tuvo la oportunidad de darme una buena lamida antes de que aullara y cayera muerto a mi lado. Fue entonces cuando levanté la mirada para ver al chico nuevo mirándome fijamente con los ojos más intensos que jamás había visto. Y, miren esto. Él tenía en la mano un arma de electrochoque.

—Hola, Micaela —dijo con una fuerte y profunda voz—. Es un placer conocerte.

Bueno por supuesto que grité. El psicópata acaba de matar al perro de los Haskins. Grité tan fuerte que los chicos probablemente me escucharon hasta el final del campamento. Luego intenté con todo mi esfuerzo empujar al chico nuevo lejos de mí, pero era demasiado fuerte. Debí haberme asustado demasiado de que un chico tan sexy estuviera tocándome, pero, ¡Estaba demasiado ocupada asustándome de que un chico tan sexy me estuviera tocando! Sujetándome contra el suelo, en realidad.

—Tranquila, Mica —me ordenó el chico nuevo y luego hizo la cosa más extraña de todas. Se quitó su camisa.

No era que yo no apreciara lo que había debajo de su camisa, pero grité de nuevo. Bueno, ¿que se suponía que hiciera? ¿El chico sale de la nada, mata a un perro, me sujeta contra el suelo, y se quita su camisa? Oh sí, y sabe mi nombre. ¿Cómo sabe mi nombre?

No fue hasta que arrugó su camisa y la puso contra la parte trasera de mi cabeza que me di cuenta de que tal vez él no me atacaba. Una vez que entendí esto, finalmente, me di cuenta de cuánto dolor sentía.

Había un martilleo en mi cabeza que nunca antes había sentido, y parecía coincidir con el ritmo de los latidos de mi corazón. El pum, pum, pum resonaba en mis oídos y hacía que mi cerebro quisiera explotar, pero pronto fue sobrepasado por un sonido mucho peor. Uno que des afortunadamente era demasiado familiar, y que hacía que me doliera la cabeza incluso cuando no sólo me la había golpeado en la acera.

—¡Mica! ¿Por qué diablos gritas? ¡Estoy al teléfono! — Decía Paula hasta que llegó a la acera y vio lo que ocurría. El grito que siguió fue por la sangre coagulada.

—No te preocupes, estará bien, pero va a necesitar unas puntadas.

Me sorprendí porque la voz se escuchaba muy cerca de mí. Es como si hubiera olvidado que el chico nuevo seguía ahí, y cuando levanté la mirada me sorprendí al ver su rostro sólo a unos centímetros del mío. Son casi negros, pensé cuando pude ver bien sus ojos. Había pasado toda la semana preguntándome de que color serían. Era difícil de decir desde mi ventana. Profundos, oscuros. Hermosos, justo como el resto de él.

Me miró de pronto con la misma sonrisa divertida que me había dado desde la ventana de su habitación, lo que pensé que era extraño. Pero tal vez lo miraba bizca ya que levantó un dedo frente a mí y lentamente lo movió de un lado al otro. El movimiento me provocó nauseas.

—Podría tener una conmoción también— Dijo, aun sonriéndome. ¿Es una conmoción algo gracioso —Deberíamos llevarla al hospital. ¿Están tus padres en casa?

—Los dos están en el trabajo —dijo Paula con voz frenética.

Ella vino corriendo a mi lado como si estuviera completamente asustada, pero noté la forma en la que puso su mano sobre el ante brazo del chico nuevo pretendiendo que se preocupaba por mi bienestar. Sonreí al ver sus dedos aferrados a su piel. Muy evidente, ¿Pau? De pronto me miraba por alguna razón, y el chico nuevo se rió. Era muy irritante porque la situación era cualquier cosa menos graciosa. Le habría dicho dónde podía meterse esa risa suya, pero comencé a ver estos grandes y oscuros puntos flotando alrededor de mí, y como que olvidé que me había enojado.

Además, él no cayó en las técnicas de Cosmo GIRL! de Paula para atraer su atención. Miró hacia la mano en su brazo e inmediatamente la quitó. Con eso se ganó un par de puntos a favor conmigo hasta que tomó su mano y la colocó sobre la camisa que él presionaba contra mi cabeza.

—Sostén esto —le indicó y luego se levantó para dejar a mi hermana cuidando de mí.

Le iba a explicar que tan tonto era el dejar a una chica muriendo en manos de mi hermana, cuando lo vi recogiendo algo enorme con sus brazos, y recordé lo que había pasado. ¡Bruno! ¡Mató a Bruno! ¡Es un asesino de perros!

Quería gritarle, pero ya había desaparecido dentro de su casa. Volvió un minuto después con unas llaves en sus manos en vez del perro, y una nueva camisa para nuestra decepción. 

—¿Sabes dónde hay un hospital? —le preguntó a mi hermana, dándole las llaves de su BMW.

CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora