Ella tenía razón. Miré de nuevo y él ya había vuelto a entrar, al parecer, llevándose también el cuchillo.
—Tenía un cuchillo. Lo tiró en ese maniquí. Degolló a esa maldita cosa. Alcanzó el punto muerto, como si pudiera hacerlo con los ojos vendados.
Paula puso los ojos en blanco y luego sacó el frasco de pastillas con receta de mi mesita de noche.
—¿Cuántos de estos tomaste?
—No estoy drogada con analgésicos, idiota.
—Suenas como si lo estuvieras.
Mi hermana soltó un gemido frustrado y me empezó a tirar fuera mi habitación.
—¡No voy a ir allí! —protesté.
—¡Muy bien! —gritó —. ¡Se una perdedora! Iré por mi cuenta.
—¡No puedes ir ahí! ¿Y si apuñala tu garganta después?
Se cruzó de brazos y me dio el más malvado desprecio.
— Entonces puedes culparte por mi muerte, porque me has hecho ir allí sola.
Se precipitó fuera de mi habitación y pude oírla trotar sobre todos y cada uno de los escalones. Luego azotó la puerta del frente.
— Paula —la llamé desde mi ventana con un silbido.
La mirada que me dio, me fue suficiente para saber que no iba a escucharme. Cuando empezó a dirigirse por el camino, mis ojos se centraron de nuevo a la casa del otro lado de la calle, y entonces, naturalmente, se abrieron paso hasta su ventana. Las persianas estaban bajas, pero algunas grietas se encontraban abiertas, y podía jurar que vi una sombra de pie detrás de ellas. ¿Qué se suponía que debía hacer? No podía dejarla ir hacia allí sola. El tipo era un psicópata. Primero mató al perro de los Haskins, ¿y ahora era un experto en lanzamiento de cuchillo?
—¡Paulita, espera! ¡Muy bien! Iré. Sólo... espera.
—Diez segundos —me gritó.
Me puse la primera camisa que encontré, y que no tenía el número de nadie en ella, ignoré los agujeros no solicitados en mis jeans, y luego, con cuidado, tiré de mi pelo en una cola de caballo. No me importaba si mis puntos de sutura quedaban a la vista. Paula rodó los ojos cuando me vio, pero no dijo nada, excepto
— Te tomó bastante tiempo.
—Te odio —me quejé, para luego dirigirme al otro lado de la calle con mi hermana, en contra de mi buen juicio, buscando cumplir con el nuevo vecino.
Habíamos llegado a su buzón de correo cuando un coche hizo sonar la bocina detrás de nosotras. Extendí una mano para agarrar mi cabeza palpitante mientras que Pau se dio la vuelta para saludar a la compañía inesperada. No tengo ni idea de cuál de sus tropecientos admiradores masculinos estaba en el coche, pero uno de ellos bajó la cabeza por la ventana y dijo
— Viciconte, nena, todos vamos al parque para disfrutar del fútbol frisbee. Kevin y Sergio están trayendo una barbacoa.
Ella miró con nostalgia atrás, hacia la casa del chico nuevo. Suspiró y luego se metió en el coche sin ni siquiera una segunda mirada hacia mí. Pude escuchar su grito de alegría mientras el coche se alejaba a toda velocidad. Suspiré también, pero el mío era un suspiro de alivio.
Toda aquella terrible experiencia me dejó particularmente agotada, y mi cabeza se sentía palpitante. Sobre todo porque me había golpeado de nuevo. Me dirigí a casa negándome a mirar por encima del hombro hacia la casa detrás de mí, y me metí directamente en la comodidad de mi cuarto oscuro. Me tragué una de las pastillas en mi tocador, encendí mi ventilador, me desplomé en la cama y esperé a que los analgésicos me dejaran inconsciente.
[***]
No sé cuánto tiempo dormí, pero cuando me desperté, fui asaltada por la luz del sol otra vez.
—Vamos Daniela, dame un descanso —gemí, tirando mi brazo sobre los ojos. Mi hermana odiaba que la llamen por el segundo nombre.
Tomé la cosa para alcanzar de nuevo, y con tanta facilidad como lo había hecho antes, bajé la persiana. Estaba a punto de gritarle que saliera de mi habitación, cuando una extraña voz rompió el silencio.
—Ahora eso fue casi tan impresionante como tu puntuación más alta en el Skateboard Pro 20003. He estado tratando de vencerte por tres horas y ni siquiera pude acercarme.
Bajé la mirada para ver una figura en sombras, tendida en mi puff jugando con mi X-box y, bueno, ¿qué otra cosa iba a hacer? Grité tan fuerte como pude. Sólo que cuando lo hice casi logro que mi cabeza estalle, así que no fue tan impresionante y se convirtió en un gemido con bastante rapidez.
—¿Sabes, Mica? —dijo con otra sonrisa el desconocido, cuya voz de repente parecía muy familiar — Vas a crearme un complejo si continúas gritando así cada vez que nos encontramos.
Me sentí como si tuviera que temer por mi vida, pero incluso en el cuarto oscuro podía verlo sonreír hacia mí desde debajo de esas pestañas por las que Paula hubiera matado. Ese rostro debería ser ilegal.
A medida que continuaba tendida, hipnotizada por su belleza, su sonrisa se volvió un poco ladeada. —¿Te sientes bien? —preguntó—Parecías mucho más... —Buscó una palabra y la soltó— ... locuaz, antes.
Poco a poco, el recuerdo de sí mismo golpeando mi cabeza, se re construyó. A pesar de que era casi imposible apartar la mirada del chico magnífico que había venido a mi rescate, tiré mi brazo hacia atrás sobre mis ojos.
—Estaba conmocionada —jadeé—. Mi cerebro se encontraba revuelto. Lo que he dicho no cuenta
—Lamento escuchar eso —dijo entre risas—. Me gustaba la idea de ser hermoso.
Estaba tan contenta de que mi brazo seguía cubriendo mi rostro, porque podía asegurar que él habría tenido el placer de verme sonrojar .Nunca le había dicho a un chico que pensaba que era bien parecido antes, pero como él no fingía que no lo había dicho, yo no veía la manera denegarlo.
—Estoy segura de que ya lo sabes —murmuré.
***
Capítulo 3/5
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Casualidad
FanfictionEl verano de los dulces dieciséis de Micaela es un verano de primero. Primer coche. Primer beso. Primer novio. ¿Primer acosador de asesino en serie?