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Casi tuve un ataque al corazón cuando mi brazo se levantó de mi cara. No lo había oído levantarse, ni siquiera había notado cuando se sentó en la cama, pero mi nuevo vecino me sonreía desde una distancia alarmante mente cercana. 

—Sigue siendo bueno saber que piensas así —dijo con una voz que ningún hombre había utilizado alguna vez para dirigirse a mí, como el terciopelo y las hormonas mezcladas. Temblores se lanzaron a través de mí, y no creo que él no se diera cuenta de mi reacción.  

Se sostuvo sobre mí por un minuto, mirándome tan intensamente a los ojos que causó que mi corazón hiciera cosas extrañas en mi pecho.Cuando tragué saliva, su sonrisa se ensanchó. 

—Pablo Rodriguez —dijo con un brillo en sus ojos marrones casi negros — Pero podes decirme Paio.

—Paio —suspiré de forma automática, y luego un segundo más tarde fui capaz de recuperar mi cabeza. Un poco. Soné sin aliento, pero me las arreglé para expresar mi preocupación principal—. ¿Qué demonios estás haciendo en mi habitación?  

Se sorprendió bastante por mi pregunta, tanto como para devolverme mi espacio personal, pero suficientemente divertido como par no irse lejos. 

 —Deberías ser agradable conmigo —dijo, sin dejar de sonreír—. Te salvé la vida.  

Era más fácil concentrarse cuando él ya no estaba justo allí. Empezaba a tener mi confianza. 

—¿Y eso te da derecho a entrar en mi habitación y tratar de batir mi récord Skateboard Pro 2000? Lo cual, para que sepas, nunca va a suceder.  

Ahora que podía respirar de nuevo, empecé a sentarme. Sin duda, podría haberlo conseguido por mi cuenta, pero en el momento en que me moví, Pablo se levantó de un salto. 

—Ten cuidado. —Ahuecó la almohada para mí y suavemente me ayudó a inclinarme un poco. Cuando me encontraba situada preguntó—: ¿Estás bien? ¿Necesitas que te traiga algo?  

Sacudí la cabeza con incredulidad. Ningún hombre jamás había hecho algo así por mí antes. Quiero decir, los tres mosqueteros habrían venido a hacerme compañía y todo, si pudieran, pero aún así hubieran hecho piedra-papel o tijera para ver quién tenía que ir abajo a conseguir los refrescos.

 —¿Qué te pasa? —preguntó, riéndose de la expresión en mi rostro.  

Negué con la cabeza y dije lo primero que se me ocurrió. 

—Mataste a Bruno. —Extraño, lo sé. Pero de ninguna manera iba a admitir lo que realmente iba mal: que me volvía loca que me trataran como a una niña.  

Paio reprimió una sonrisa y se dejó caer de vuelta en mi puff. —Él trató de matarte primero —argumentó a la ligera.

No podía creer su respuesta. Era tan cruel. ¿Cómo podía ser tan indiferente a tomar la vida de un perro grande y tonto, pero realmente dulce, y totalmente inocente.

—¡Se emocionó al verme! —le grité, olvidando que hacerlo sólo me causaba dolor. Tuve que bajar mi voz de nuevo, pero fue probablemente algo bueno, porque de repente estaba un poco sofocada—. Fue mi culpa. Siempre me quito el casco antes que los patines. Bruno no trataba de hacerme daño. ¡No le haría daño a nadie!

—¿Cómo iba yo a saber eso? —replicó — Estoy en mi cuarto, oigo gritar "¡No!" Y miro por la ventana justo a tiempo para ver que un gran pitbull te golpea contra el suelo. Sangrabas por todas partes, y él atacó tu cara.  

—¡Lamía mi cara! Y no es un pitbull.  

—Lo que sea. — Rodó los ojos hacia mí—. El perro está bien, de todos modos. Me sorprendió. Estuvo rompiendo mi patio trasero antes de que regresara del hospital.  

—¿Bruno no ha muerto? —Eso me hizo sentir mucho mejor.

—Por supuesto que no. ¿Qué clase de persona crees que soy?

—No sé qué tipo de persona eres. No te conozco. Lo que me recuerda. ¿Qué haces en mi habitación?  

Pensó en no responder a mi pregunta de nuevo, pero luego se encogió de hombros. 

—Tu hermana te dejó. No creo que debas estar sola en tu condición.

—¿Mi condición? Tengo dolor de cabeza. No soy una inválida. No necesito una niñera.  — Micaela. —Su voz hizo sonar lo que dije como algo absurdo—. No me dejaste otra opción. He estado muriendo por que vengas a presentarte desde el día en que me mudé. No fue amable de tu parte probarme como esta mañana. Subiste todas mis esperanzas y luego te diste la vuelta y regresaste a tu casa.

—¿Qué? —jadeé.

—No sé cómo funciona aquí, pero en California, es habitual que la gente vaya a darle la bienvenida a sus nuevos vecinos.

—Mi mamá te llevó galletas el primer día que llegaste aquí —le dije confundida.

—Sí, tu madre. No me importa ella.

—Paula se acercó allí para invitarte a su fiesta en la playa el otro día.

—¿Fiesta en la playa? —preguntó, distraído. Ahora lucía confundido

—Michigan está rodeada de agua por tres lados —le dije—. Puede que no tengamos olas, pero tenemos un montón de playas.

Frunció el ceño de nuevo. —Las playas son inútiles sin olas.

—No es mi punto. — Aunque concordaba. No era una gran fan del agua. A menos que estuviera congelada, por supuesto. —Me enteré que te encontrabas en casa cuando ella se acercó, y no respondiste a la puerta.

Sus ojos brillaban con sorpresa y le tomó un minuto antes de que pudiera responder. Me di cuenta de que sólo había admitido que lo espiaba, pero, por suerte, parecía estar más preocupado porque lo hubiera atrapado.  

—Tal vez me estaba lavando el cabello —dijo finalmente, luchando contra una sonrisa.

—¿Rebotase a Paula? 

No pudo contenerla más. 

—Tal vez.

—¿Eres gay o algo así?

Me alegré de ver que mi comentario suavemente lo molestaba.

—No todo el mundo es gay de California —me informó.

—Soplaste a Paula —repetí—. Nadie sopla a Paula.

—Ella no era la hermana que esperaba que viniera a verme.

¡Qué!

—¿Yo? —Me reí para ocultar mis nervios repentinos—. Por favor.

—Tu hermana es ardiente —admitió Pablo, no con verdadero entusiasmo—. Pero ella lo sabe.

—Oh, ¿así que quieres decir que es como tú?

Había sido algo malo para decir. Paio se puso muy tranquilo der epente. Entonces, después de un minuto, dijo— ¿Quieres que me vaya?  


***

Capítulo 4/5

CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora