#14

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Al día siguiente fui al parque para conseguir entrar en un juego de mejora y me di cuenta de que Pablo me miraba desde la distancia. Después de eso, pasé el resto de la semana en mi habitación, volviéndome loca. Me encontraba acostada en mi cama leyendo un cómic de Spiderman cuando oí un coche en marcha. Sonaba demasiado bien para ser cualquiera de las minivans de mis vecinos. Miré por la ventana justo a tiempo de verlo alejarse en su BMW.  

No perdí ni un segundo de esta oportunidad. Abrí mi ventana, influenciada por la música, y me puse los patines. Saqué mi red de hockey y acababa de lanzar la primera bola a través de ella cuando una voz detrás de mí dijo — Sabía que me evitabas.  

Me sorprendió tanto que casi me caí de culo. —¿Dónde...? —Mi voz traqueteó mientras buscaba el BMW que nunca escuché regresar.  

—Di la vuelta en la esquina y aparqué —dijo Paio, comprendiendo exactamente por qué lucía confundida—. Supe que no saldrías a menos que pensaras que me había ido.  

Traté de no ruborizarme. No estaba segura cómo de bien funcionó.—No te evito —dije. Mentía entre dientes por supuesto. Bajé la vista y lancé otra bola a la red.  

 —No estoy enojado contigo, ya sabes.

—¿Enojado conmigo? —pregunté, sorprendida—. ¿Por qué lo estarías?

—Oh, veamos. Me llamaste gay. Me pisaste el pie. ¿Y estás evitándome sin ninguna razón?

—Te merecías lo del pie, y no te llamé gay —dije, pero mis mejillas ardían de nuevo—. Te llamé guapo.

—Todavía sigues evitándome.

—No lo hago. 

Claramente no me creía.

—Me incomodas — solté antes de que pudiera detenerme.

—Por la intensa atracción entre nosotros —dijo Pablo, cien por cien en serio—. Es natural.

Mi boca cayó abierta.

—Te acostumbrarías si dejaras de evitarme.

Se acercó, y mi respiración se cortó.—No me siento atraída... —me detuve. Me daba esa mirada otra vez, no creyendo ni una palabra de lo que decía.

 Si trataba de hacerme enojar, funcionó. Lo empujé hacia atrás y lancé otra bola a la red. Me observó con el ceño fruncido. —¿No se supone que deberías estar usando un disco?  

—Sólo cuando estás en el hielo —expliqué. No pude evitar mis ojos en blanco. Aparentemente tenía razón sobre lo de no tener ningún juego—.Pero un disco no se deslizaría por el asfalto exactamente. En street-hockey usamos estas. —Golpeé la última bola de goma naranja y voló directamente hacia el centro de la red.  

—Enséñame cómo jugar —dijo repentinamente.  

—¿Vos? —pregunté dudosamente. Lo miré de nuevo. Incluso ahora se veía limpio, su pelo con estilo, sin una arruga en la ropa—. ¿Quieres aprender a jugar al hockey?  

Pablo se encogió de hombros. —Parece un requisito previo para hacer amigos por aquí.  

—Paula y sus amigos no juegan.  

Sonrió. —Enséñame a jugar —dijo de nuevo.  

—No lo creo.  

—Haré que valga la pena —dijo — Podríamos hacer un trato.  

—¿Qué quieres decir?  

—Un trato comercial. Me enseñas a jugar al hockey y yo te enseño algo a cambio.

No quería saber lo que quiso decir con eso, pero las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. —¿Enseñarme qué?  

La sonrisa maliciosa que cruzó por su rostro confirmó mis sospechas. —Se me ocurren un millón de cosas que me gustaría enseñarte—dijo en esa peligrosa y suave voz suya.  

Alzó la mano y metió un mechón de pelo salvaje detrás de mi oreja. Temblé bajo sus dedos. Parecía satisfecho de haberme hecho estremecer y una punzada de miedo regresó a mi pecho.  

—No estoy interesada en aprender lo que sea que tienes que enseñarme.  

—¿Qué tal autodefensa?  

A pesar de que la idea de formación en autodefensa parecía maravillosa (especialmente ahora con Pablo viviendo al cruzar la calle) estaba segura de que incluía una gran cantidad de contacto físico. No era algo en lo que estuviera particularmente interesada en hacer con él.  

—No soy tu cobarde chica promedio. Puedo cuidar de mí misma —dije y entonces patiné lejos de él.  

Recogí rápidamente las bolas que disparé y mientras iba a por la red fui arrancada de mis pies. Pablo me agarraba tan fuertemente que casi me dejó sin aire. Di un grito ahogado y luego empecé a gritar—: ¿Qué haces?¡Suéltame!  

Luché tan duro como pude, pero tenía mis pies fuera del suelo y mis brazos bloqueados en los costados. A diferencia de la última vez que me sostuvo, sus músculos no se sentían suaves. Su cuerpo parecía acero contra el mío y no podía liberarme de la jaula que sus brazos crearon.

—¡Suéltame! —grité de nuevo.  

—Cálmate, Mica —susurró en mi oído—. Sólo trato de mostrarte algo.

—¿Qué eres, un psicópata? —chillé—. ¡Ya me lo había figurado!  

Pateé mis piernas hacia atrás, pero no parecía tener ningún efecto en sus espinillas, ni siquiera con el peso añadido de los patines. La boca de Pablo era suave en mi oído pero su control no cedió ni un milímetro. —Eres tan tentadora.

Sus labios se presionaron contra mi cuello en el más pequeño de los besos. La piel de gallina que se levantó en mi piel me enfureció. —¡Basta!—demandé, echando la cabeza hacia atrás—. ¡Quita tus espeluznantes y pervertidos labios de mí!  

Mi intento de cabezazo falló y susurró en mi oído de nuevo —Mírate ahora. Podría hacerte lo que quisiera, y no podrías detenerme. —Besó mi cuello de nuevo sólo para demostrar su punto—. ¿Te gusta sentirte tan indefensa?  

Realmente no. Me sentía más asustada de lo que jamás recordaba haber estado. Tan aterrada que el agua brotaba de mis ojos. Y. Yo. No. Lloraba.  

—Deja que te enseñe cómo defenderte a ti misma  

—¡Bájame! —demandé, horrorizada cuando mi voz se quebró.  

Me soltó entonces, y me empujé fuertemente tan lejos de él como pude. Parpadeé lejos la humedad en mis ojos antes de que se convirtiera en lágrimas reales. De ninguna manera dejaría que viera lo mucho que me asustó.  

—¡Estás loco!  

—Sólo trataba de probar un punto. Me necesitas, Micaela.  

—¡Aléjate de mí, monstruo!  

CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora