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Maratón 4/5    

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Entre risas alguien gritó—: ¡Un cachorro bullmastiff! ¡O un pitbull!  

—¡Deséalo, Celli! —dijo otra persona.  

Otro chico agregó—: ¡Más como un chihuahua!  

Gemí de nuevo y una sombra cayó sobre mí. Levanté la vista para ver a Gonza sonriéndome. —Admítelo Mica. Te gusta jugar con nosotros más que con los mosqueteros.  

—¡Nunca! —Me reí—. Sólo me gusta jugar con ustedes porquesignifica que tienen que ganar de vez en cuando.  

—Hablas mucho de palizas para ser alguien usando una cola de caballo —dijo Gravano, ofreciéndome una mano—. Tú y yo, uno-a-uno en algún momento. Vamos a ver quién queda llorando.  

—Acepto.  

Cuando recogía mis cosas me di cuenta de una familiar figura delgada, alta apoyada contra un brillante BMW cerca del borde del parque. Cuando me llamó la atención, levantó su dedo índice e indicó que vaya hacía él. Sí, claro.  

Rápidamente miré hacia otro lado, pero sabía que en el minuto que estuviera sola, Pablo vendría por mí, así que hice algo que nunca antes había hecho en mi vida.  

—Oye Dami, ¿Vas a casa?  

—Sí, ¿qué pasa?  

Le di a Damian una sonrisa mucho más confidente de lo que me sentía. —¿Te importaría tomar el camino más largo? ¿Caminar con una chica a casa?  

—Uh... —Miró confundido y muy sorprendido, pero por lo menos no parecía disgustado—. Sí —dijo un poco inseguro—. Por supuesto.  

Nos dirigimos hacia el otro lado del parque, hacia la dirección de mi casa. E hice todo lo posible para no mirar detrás de mí, donde sabía que se encontraba mi vecino, probablemente seguía mirando, completamente furioso.  

—Gracias —dije para romper el incómodo silencio que había entre Dami y yo.  

—No hay problema. ¿Qué pasa?  

—Es estúpido en realidad. —Me reí nerviosamente—. ¿Has oído todo el asunto del asesino en serie suelto?

—Sí, he escuchado sobre eso. —Me miró con curiosidad—. ¿Te tiene asustada?

—Algo así. En cierto modo encajo con el perfil de las chicas muertas, ¿sabes? Mi papá está un poco loco por eso. Me hizo prometer que no saldría a ninguna parte sola. También estoy bastante segura que estaré atrapada todos los sábados por la noche hasta que el tipo esté atrapado.  

—Creo que tu papá nunca ha visto tu gancho de derecha.  

Sonreí ante eso. Al menos alguien pensaba que podía manejarlo. —Podría ser peor, creo —dije, encogiéndome de hombros—. Podía haberme encerrado en mi habitación y clavar las ventanas. 

Damise rió y luego cambió completamente de tema. —Así que...¿quién era el tipo con quién fuiste al restaurante el otro día?

Bufé y negué con la cabeza. Chicos.  

—¿Qué? —preguntó a la defensiva.  

—Nada. Es exactamente lo mismo que él me preguntó.  

—¿Ah, sí?  

—Tan pronto como nos sentamos. Pensó que tú y yo nos veíamos amistosos. —Hice un gesto de comillas con los dedos.

Dami se veía divertido con eso, pero no lo dijo. En cambio, repitió la pregunta—: Así que, ¿quién es? No me di cuenta que estabas viendo a alguien.  

—Su nombre es Pablo —expliqué cuando mi cara se puso devastadora-mente roja—. Se mudó a la casa enfrente a la mía. Y, uh, sí, no lo estoy viendo.  

—¿Estás segura? Porque te miraba como si fueran... amistosos.  

—¡Oh por dios!  

Él se rió. —Cálmate, Viciconte. Simplemente te estoy molestando.  

—Tú y todos los demás durante toda la maldita semana pasada.  

—¿Realmente puedes culpar a la gente?  

—No es como si ustedes nunca hubieran visto una chica antes.  

—Vamos, sabes que eres diferente. La gente va a hablar.  

—¿Diferente? —pregunté sobresaltada—. No soy diferente. Sigo siendo la misma persona —dije—. Sólo paso esto —hice un gesto a mi ropa—, es sorprendentemente cómodo y mucho más fácil para jugar.  

—Seguro —dijo reprimiendo una risa—. Pero es algo más que la ropa. No creo que te haya visto antes sin alguno de los mosqueteros presente. Te estás diversificando.  

—Pura necesidad. Los mosqueteros están en el campamento. Tú intentas pasar todo el verano con nada más que un Xbox y mi hermana para que te haga compañía.  

—En realidad —dijo, considerando la posibilidad—. No me importaría...  

—Ugh. Ahórrame el sentimiento de ver a Paula, ¿de acuerdo?  

—Me parece bien. Pero aun así. El ir a las fiestas...  

—Larga historia.  

—Salir con chicos  

—Te dije que no estoy saliendo.  

—Coquetear con chicos para que te acompañen a casa...  

Mi mandíbula casi se cayó de mi cara. —Yo no... eso no es... —Mi voz se fue apagando. No tenía idea de cómo acabar la oración. Miré alrededor frenéticamente y estuve aliviada al ver que casi llegábamos a mi casa.  

Damian se rió y le golpeé el brazo con tanta fuerza que estuvo a punto de tropezar en sus patines.

—¿Quieres cortar eso? —grité—. Toda la cosa de molestar a Mica es realmente molesta.  

Élcontinuó riéndose hasta que llegamos a mi entrada. —Oye —se detuvo y puso sus manos arriba en derrota—, nunca dije que ser diferente era una cosa mala. Lo que sea tu acuerdo, te queda bien.

Oh hombre, iba a sonrojarme de nuevo, podía sentirlo. Qué vergüenza.  

Entonces me golpeó de vuelta, más en broma de lo que yo lo había golpeado pero aún lo suficientemente fuerte para casi botarme. —Sólo para que no te tomes el juego tan fácil —dijo—. Ninguno te mostrará algo de piedad sólo porque te estás volviendo un poco sexy.

Ahora sólo rodé mis ojos. —Ahora puedes irte. —Apunté a mi casa—.Ya no tienes ninguna utilidad para mí.  

CasualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora