Capítulo 34

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Suspiré una, dos y tres veces. Afuera todo estaba oscuro, solo un par de luces a lo lejos. La mano de Cole en mi cintura se volvió diez veces más pesada mientras se acercaba aún más. Inhaló y exhaló en mi cabello y los pelos de mi nuca se erizaron.

Mi plan había sido bastante simple: encontrar la dirección de Trevor, tomar un baño y desaparecer antes de que alguien lo notara. Los últimos dos pasos fueron imposibles de realizar. Uno porque cierta persona de un nombre que empieza con ‘C’ y termina con ‘Ole’ casi me mata del susto cuando se me unió y el otro porque, bueno…ya no me quería ir.

La respiración de Cole se hizo irregular y supe que estaba despierto. Me giré lentamente para verlo a la cara y me encontré sonriendo. Sus cabellos estaban desordenados y tenía su ‘cara de dormido’. Lo único que se veía despierto eran sus ojos, como siempre.

— ¿Qué pasa?— dijo con una voz más ronca de lo usual. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y él sonrió, cerrando los ojos y apretándome con fuerza.

— ¿Prometes que no te vas a enojar?— dije subiendo una mano y dejándola en su mejilla que estaba ardiendo.

— ¿Clyde?— dijo en un suspiro.

—No, Trevor— dije y volvió a abrir los ojos.

— ¿Qué paso?

—No, nada, es que…necesitamos su ayuda— me miró atónito—. No me mires así, es verdad. Necesitamos saber todo sobre la manada Montenegro y, además, tengo preguntas que hacerle.

—Podemos buscar personas dispuestas a traicionarlo, algo de dinero y está hecho— dijo, sentándose y dejándome ir—. Las preguntas me las puedes hacer a mí. ¿Qué quieres saber?

No podía. No podía decirle que había entrado en su cuerpo, no podía preguntarle qué significaba eso. Sentía que había creado un nuevo nivel en la violación de la privacidad.

—Si traicionan a su alfa, ¿Qué nos dice que nos van a decir la verdad?—dije, tratando de evadir el tema.

—Hay una chica— entrecerré mis ojos y me senté. El subió las manos—. Tranquila lobezna— dijo, ganándose un rugido—. Belle, una amiga, un hada. Ella nos puede ayudar con eso.

De todas las posibles contestaciones, de todos los posibles reclamos que le podía haber hecho por no decirme que las hadas existían, de todas las preguntas y de todas las respuestas sarcásticas que le pude haber dado, dije la cosa más estúpida que había dicho en mi vida.

— ¿Cómo Campanita?

— ¿Cómo quién?— dijo con confusión.

—Campanita…—murmuré—. Peter Pan…— negué con la cabeza— Ignórame. Es la falta de sueño.

—Bien…pero no es como ‘Campanita’— dijo en tono de burla. Dejé caer la mano y lo miré de mala forma—. Es más como te imaginarias a una bruja, bueno, lo tienes que ver por ti misma. Es difícil de explicar.

Alges: La AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora