Arroz con bogavante (1/7)

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     Es una de esas personas que lo tienen todo para alcanzar el éxito, aunque a él, esa palabra por su concepto poco le interese. Seria pues más correcto decir que es una de esas personas que lo tiene todo para triunfar desde el punto de vista personal, pues su presencia y en particular sus actos en consonancia con su palabra, no pasan desapercibidos. Y es ahí donde reside la verdadera clave de su éxito.

De alta estatura y musculatura definida, cabello castaño y tez morena haciendo juego con sus ojos pardos, Raúl es sincero y leal, caballeroso y cortés, infatigable trabajador, curioso por naturaleza, solidario; siempre dispuesto a colaborar por una noble causa de manera desapercibida sin pedir jamás nada a cambio. Dicho en otras palabras: un hombre íntegro, dotado de excelente sentido del humor, dignidad, madurez y honor, lo que en su conjunto, le define como uno de esos tipos cada vez más escasos que no resulta fácil encontrar en una sociedad demasiado desmembrada por causas que a este relato no vienen a cuento.

Raúl no lo tuvo fácil. Desde su infancia, con tan solo ocho años, la vida le dio su primer gran golpe cuando el cáncer le arrebató de su lado a su madre. Dos años después, su padre, entregado a la bebida para olvidar, perdió la vida al volcar con su automóvil sobre una acequia de tan solo - ironías de la vida - cuarenta centímetros de altura, quedando Raúl desde aquel fatídico momento a cargo de la única familia que aún le quedaba: un viudo tío de oficio labrador y con muy mal humor que sin miramiento, obligó al pequeño Raúl a abandonar el colegio para ayudar en las tareas agrícolas, ya que los constantes achaques de ciática que el viejo padecía, lo mantenían inactivo de forma intermitente y de manera casi permanente.

Doce años más tarde..., en una nave industrial aledaña a las tierras de labranza, José, un joven empresario de mente privilegiada para los negocios, observaba con curiosidad desde la ventana de su despacho las tareas de aquel fornido labrador trabajando con ahínco y esmero; siempre alegre cantando junto a su inseparable perro de nombre Chulo.

Le impresionaba a José, neófito en menesteres agrícolas, comprobar la cantidad de horas que labranza, siembra y cultivo exigían a Raúl, sin que su constante sonrisa, pareciera decaer una sola jornada pese a trabajar a solas desde muy temprana hora hasta casi la puesta del sol, sin que el viejo cascarrabias, apareciera con demasiada frecuencia por las tierras.

Por aquel entonces y con tan solo veintiséis años de edad, José era dueño de una próspera empresa de mantenimiento de obras públicas heredada de su padre, que supo gestionar con maestría para convertirlo en un verdadero holding empresarial, con mayor mérito si cabe, en época de galopante crisis en la que inmerso se hallaba la globalidad del mundo.

Un día; nadie apareció por la hacienda del tío de Raúl, tampoco al día siguiente, ni al tercero, lo que extrañó a José, pues no pudo recordar una sola jornada en la que no viera al joven Raúl en sus labores. Sin embargo al cuarto día, apoyado distraídamente sobre su ventanal, José observó a Raúl seguir a pie una ridícula comitiva fúnebre pasando por delante de su nave industrial camino del cercano cementerio. El único familiar que a Raúl le quedaba, había fallecido al sufrir el último ataque de ciática que lo paralizó por completo al cruzar un paso de cebra, para sarcasmo de la vida, atropellado por el automóvil de un joven adolescente ebrio hasta las cejas que no pudo esquivar al peatón a tiempo.

El alcohol; primero con su padre y después con su adusto benefactor al que no debía gran aprecio pero si respeto y gratitud, comenzaba a ser una odiosa lacra para Raúl.

Tras intuir con cierta sorpresa la identidad del fallecido y aún sin conocer a nadie, José no dudó en coger su gabardina para sumarse a la pequeña comitiva camino del sepelio, para seguirla a respetuosa distancia de los escasos asistentes que acudieron al entierro.

- El viejo no debía tener demasiados amigos - pensó ante la escasa asistencia de los invitados.

Cuando la ceremonia concluyó, los asistentes fueron abandonando el lugar hasta que Raúl, con la cabeza gacha, quedó en soledad incrustado en sus propios pensamientos imposibles de adivinar. Con sumo despacio y deferencia, el joven empresario se acercó presentándose como el dueño de la nave color verdiblanca situada frente a las tierras del tío de Raúl.

Tras las condolencias y con el tacto que la situación exigía, José le hizo saber que estaría interesado en adquirir a buen precio las tierras de su tío, siempre y cuando la parte hereditaria tuviera la intención de ponerlas en venta, ya que por aquel entonces José deseaba ampliar sus instalaciones. Y la ubicación de aquellas tierras, era perfecta conforme a sus planes.

Raúl, único fiduciario, accedió sin pensarlo dos veces, quedando días más tarde en el buffet del abogado de José para formalizar el contrato de compraventa.

Tras la firma José le propuso un puesto de trabajo como peón de carretera que había quedado vacante en su empresa. Raúl no lo dudó y aceptó sin que en aquel momento pudiera sospechar con aquel apretón de manos, que aquella decisión no solo supondría la oportunidad de prosperar en otra dirección distinta a su oficio como labrador, sino que a la postre, resultaría el inicio de una entrañable y férrea amistad entre ambos.

Y en verdad..., así fue.

No te duermas..., aún.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora