La Leyenda (1/8)

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    Aderezada por una plácida temperatura libre de brisa, la noche sin luna en aquel apartado lugar del mundo era casi opaca, aunque no del todo negra gracias a esas infinitas pequeñas almas latiendo con distante fulgor en la inmensa bóveda celeste. Bajo ella, el viejo sabio de la tribu, de enjuto cuerpo y poblada barba blanca a juego con su larga cabellera y tupidas cejas, se disponía a encoger en vilo los corazones de los presentes que entorno al fuego, prestaban su atención cada vez que aquel hombre se disponía a contar una historia. Esta vez, a petición mayoritaria, la leyenda predilecta por todos.

La expectación era tan grande que el naranja resplandeciente de las brasas incandescentes de la cercana hoguera, se reflejaban en los enormes ojos negros de niños y adultos, que con hambre de asombro esperaban escuchar el relato de aquel enigmático ser, aunque a veces entenderle no resultara tarea fácil cuando la ignorancia del oyente lo impedía. Y allí, en aquel pobre lugar de tercera categoría, aislado y olvidado, había mucha, aunque también a decir verdad, más ganas por querer aprender gracias a la sabia naturaleza, que en muchos lugares de un artificial primer mundo sabelotodo y engreído.

De carácter ermitaño pero no esquivo, impartía sus consejos cuando eran requeridos de manera concisa con un susurro por voz de grave tono y exquisita oratoria, para en poco, decir mucho. Su sapiencia y nivel de acierto en sus predicciones, le sirvieron para ser venerado no solo entre la numerosa población de su tribu, sino por las gentes de las aldeas de los alrededores y las que a lomos de camello, se encontraban unas cuantas jornadas más allá.

Situándose a no más de tres metros de la hoguera adonde la penumbra del fuego y sus caprichosas llamaradas encendían aún más sus ojos verde aceituna, su cayado comenzó despacio a elevarse al mismo tiempo que el murmullo popular iba callando momentos antes de entrar en escena, como si aquel acto, significara subir el telón de un imaginario escenario con tablas de arena. Así, con la mirada clavada hacia lo infinito, la leyenda innumerables veces contada y una vez más solicitada, iniciaba su función:

- ¡Mirad allí arriba! - Vociferó silenciando repentinamente al público infantil. - Fieles a su cita, aquellos diminutos puntos lejanos, aparecen resplandeciendo a nuestros ojos cuando el anochecer arropa con su manto a la luz del atardecer de un sol adormeciendo. Todos sabéis que son estrellas, pero desconocéis el motivo que las hace brillar. ¡Yo os lo diré!
Cuando un ser vivo llega al último suspiro, solo hay dos caminos que su energía liberada pueda recorrer tras la puerta de la muerte. El primero conduce su esencia a fundirse con las estrellas, mientras que el segundo, lo devuelve a la vida terrenal. Así el centelleo que veis fulgurar cada noche, no es más que una sonrisa de luz indicando desde la lejanía estar a nuestro lado en otra dimensión que nosotros, seres de endeble entendimiento, no podemos comprender, mientras los que han de volver, regresan a la oscuridad de este abajo donde ahora nos encontramos. Y no como castigo divino, sino por justicia a la suprema inteligencia universal, hasta que sus acciones, vida tras vida, les permitan comprender que el amor, contrario al temor, es la única dirección evolutiva que no conoce camino de vuelta.

- ¿Qué les pasa a los que regresan? - Preguntó uno de los niños con incipiente curiosidad.
- Ellos pueden adoptar forma de piedra, árbol o flor, gacela, antílope o león, ave, insecto o pez, pero también forma humana, hasta que su natural evolución espiritual, después de vivir en una sola existencia innumerables vidas bajo un solo presente dividido en universos paralelos, les permita tras la muerte alcanzar la iluminación que les despierte del sueño de vivir en mundos subconscientes. Será entonces su conciencia, quien les devuelva a la esencia natural perdida en lo mundano tras recorrer un largo camino de experiencia, y así, convertirse en los seres de luz que ahora podéis observar habitando eternamente el bello silencio del cielo que nos cobija.

- ¿Yo también podré ser estrella? - Inquirió una curiosa y dócil voz de pequeños rizos negros.
El sabio; mirando con dulzura los inocentes ojos de la niña, se acercó lentamente posando la mano sobre su cabeza:
- Aunque no lo entiendas aún, somos polvo de cosmos y en ello nos convertiremos, pues todo lo natural, hasta la roca más dura y longeva, tiene su principio y final. Pero no debes preocuparte pues tú, pequeña, eres primavera y aún te queda mucho. Yo en cambio, invierno.
- ¿Y mi hermano mayor que es?
- Él esta saliendo del verano para entrar en el otoño - Dijo levantando la sonrisa de todos y el rubor del aludido.
- ¿Somos como las estaciones? – Preguntó alguien.
- Así somos, porque todo, incluidos nosotros, está conectado bajo la misma ley universal. De esta forma cada cual, recorrerá su experiencia en esta dimensión gracias a su nacimiento y florecimiento, su adolescencia y desarrollo, su plenitud, y por último su decadencia, como las enseñanzas ocultas en las cuatro estaciones, hasta que el círculo quede cerrado para de nuevo regresar de donde procedemos como parte indivisible de la unidad que todo lo forma.

- Maestro: ¿qué es la unidad?
- Todo lo que es, hay y existe.
- ¿Te refieres al creador?
- ¡Abre los ojos y mira a tu alrededor! La unidad es la fuente universal creadora que dividida en infinito número de formas, necesita experimentarse así misma. Por ese motivo, la vida se empeña una y una vez en manifestarse.
- ¿Qué aspecto tiene el creador?
- Lo acabo de indicar y aunque lo entendieras, nunca podrías comprenderlo, porque tu mente no puede entender la esencia de una inteligencia energética con la capacidad de ser eterna, pues ni se crea ni destruye; se transforma ilimitadamente para recrearse como antes dije, una y otra vez, hasta que al final de los tiempos, el universo vuelva a contraerse para condensar toda la energía universal al mismo punto adonde todo comenzó.
- ¡Hermano! Yo soy viejo igual que tú y no me queda mucho por hacer. Si mi misión está cumplida, ¿por qué no irme ya?

- Tú lo has dicho: igual que yo. Pero a mí me queda aún mucho por aprender y experimentar, igual que a ti, por eso aún estás aquí. No tengas prisa por llegar, pues cada una de vuestras vidas pasadas, como la que ahora tenéis en este presente, son un regalo divino que simplemente debéis vivir para acumular el único equipaje que portaréis allá donde vayáis cuando abandonéis esta vida: ¡la experiencia! - Exclamó alzando los brazos mientras su tono de voz se elevó lo suficiente para provocar la admiración general.

- ¿Es igual para todos?
- ¡Para todo y para todos!, cada cual bajo su propia historia. Por eso yo os digo; aprovechad el hoy sin esperar al incierto mañana que tal vez no acontezca aunque parezca lo contrario, pues nadie sabe cuando alcanzará su último suspiro. Cada instante de este preciso momento es todo cuanto hay, ya que el ayer es recuerdo y el mañana tan solo un sueño. Y es..., lo único que poseemos, ya que con nada vinimos y sin nada nos iremos.
- ¿Por qué es tan importante el presente cuando no es más que una copia del ayer? - Preguntó un hombre cercano al sabio.
- Porque el hoy - contestó en tono comprensivo, - esel único ahora que decide, elige y escoge como será tu mañana dependiendo deuna simple elección presente. Ese el principio del secreto de la vida que elhombre en su ignorancia, se niega aceptar como principio de la verdad.    

No te duermas..., aún.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora