Arroz con bogavante (3/7)

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     Tras un pequeño tiempo sorteando transeúntes que como hormigas de su hormiguero, salían de no se sabe donde, ambos amigos llegaron hasta el cercano bar en cuyo lateral de la entrada, sentado sobre la acera estaba Hans; un simpático y bonachón indigente de acento teutón que apenas chapurreaba el español.
Alto, de rubio cabello largo y complexión delgada, miraba la nada con sus profundos ojos azules de hondo pesar cuando el alcohol corría por sus venas. Sin embargo cuando estaba sobrio, parecía ser el hombre más feliz del mundo.
Conocido en el barrio, sobrevivía gracias a la bondad de las gentes que le donaban ropa, comida y algo de dinero con el que subsistir.

- Mi..., está contento yo verte a ti. - Saludó efusivamente al levantarse tendiéndole su mano.
- ¿Cómo estás Hans? - Preguntó Raúl sonriente.
- Bueno tu saber: es moe doro, do, ro..., duro..., pero Hans siempre contento.
- ¿Has cenado ya?

Hans negó con la cabeza.

En ese instante y de entre los billetes que José le había entregado anteriormente, Raúl extrajo del bolsillo de su camisa un billete de diez euros para entregárselo a Hans. El alemán se deshizo en sinceros elogios.

- ¡Anda, vale ya! Y no te infles a beber esta noche...
- Tu saber, yo no bobo, bo, bebo..., solo un poquillo, poquejo, poquito...

Ya dentro del local los clientes entraban y salían, mientras otros iban y venían deslizándose por entre las mesas sorteadas por los ágiles camareros, despachando las comandas aceleradamente con sus bandejas de mano al vuelo entre aromas de calamares a la romana y calor humano.

- Dos bocadillos de calamares, tónica y cerveza. - Pidió Raúl al mozo del bar.
- ¡Marchando señores!
- Conocí a Hans hace dos años. Silvia y yo solemos venir con los niños a merendar un bocadillo de calamares los sábados. Es un buen hombre sin suerte que vive justo enfrente; en aquel descampado de allí al abrigo de unos árboles donde tiene sus cartones - Dijo señalando una dirección al exterior.
- Es alemán. Llegó a España caminando desde su Stuttgart natal con una mochila al hombro después de perder a su esposa e hijo en un accidente de tráfico, del que él salio ileso aunque emocionalmente tocado. Hans era jefe de contabilidad en una empresa de maquinaria industrial, pero perdió su empleo al caer en la maldita bebida.

José supo por donde vino aquel pequeño brote de ira.

- Lo perdió todo. Así que sin casa, sin familia y con la culpabilidad de no haber sido capaz de controlar su coche en una curva cuya carretera estaba llena de nieve y hielo, huyó de su entorno, de su tierra y de su vida, instalándose aquí.
- Es increíble, - esgrimió José - Basta un solo segundo de tu tiempo para que tu vida cambie por completo.
- ¡Aquí les dejo esto señores! - Interrumpió el camarero ataviado con su negro mandil largo a la vieja usanza, dejando sobre la mesa el pulpo, los bocadillos, las bebidas y dos tazas de humeante café.
- ¿Aún no hemos comido y ya nos sirven el café?
- No, José. Lo han pedido por nosotros - dijo señalando a Hans.

Incrédulo, José se volvió hacia el indigente que lo saludaba cómicamente con la mano.

- No lo entiendo...
- Es sencillo José. Al principio, cuando se instaló en su descampado y se acercaba por aquí, solía darle una pequeña limosna, pero pronto descubrí que le hacía más feliz llevarle de mi casa comida no perecedera o bien comprarle un bocadillo. Aquel pequeño detalle, le ahorraba buscar esa noche su cena entre la basura y quizá, con suerte, la comida del día siguiente. El dinero que la gente le da lo utiliza para vino y tabaco.
- Yo le daría dinero para comer, no para sus vicios.
- ¿Conoces a alguien que se emborrache por gusto? ¿Acaso sabes que puede pasar por su mente para tener esa gran necesidad de olvidar? No defiendo la bebida, pero no podemos criticar lo que no conocemos porque afortunadamente nunca hemos tenido que pasar por un trance similar. Por ese motivo no me gusta que la gente enjuicie a un indigente, en este caso a una persona enferma por el alcohol sin saber cuales son las circunstancias que le incitan a beber.
- Comprendo. Hoy puede irte bien, pero mañana...
- Es la ingratitud del ser humano que desprecia lo que tiene hasta que lo pierde. Nadie, absolutamente nadie, está exento de padecer los palos de la vida. Lo que está haciendo Hans con estos cafés es puro agradecimiento. Los diez euros que le he dado antes o mejor dicho, que le has dado tú, porque eran del dinero que me entregaste, le sirven para cenar hoy, desayunar mañana y aún le sobra a poco que sepa administrarse. Por ese motivo en su humilde bondad llena de gratitud no le importa invitarnos, porque le nace del corazón en su humildad.
- Voy a tomar un café invitado por un indigente. ¡Increíble!

El camarero se presentó nuevamente con la nota en la mano.

- Son ocho con noventa y cinco euros.

Tras despedirse de Hans que no paraba de mostrar su agradecimiento, se encaminaron por indicación de Raúl hacia un salón recreativo próximo. Tras pedir cambio a la chica del otro lado de la cabina, se dirigieron hacia una de las cosas que a Raúl le pierde.

- A ver: ¡demuéstrame que sabes hacer!
- Hace mil años que no juego al futbolín – Apuntó José.

Siete fueron las partidas y siete las aplastantes victorias de Raúl, que dejando boquiabierto a su rival por su destreza, reía entre bromas animando al perdedor.

Posteriormente salieron a pasear distraídos por la avenida marítima atestada de gente, hasta llegar a la intersección de dos calles en cuya esquina se encontraba un músico tocando virtuosamente el clarinete. Encontrando un pequeño hueco entre el gentío que lo circundaba, asistieron a la pieza embelesados por la sensibilidad del músico entregado a sus notas Chill Out interpretadas con elegancia magistral, haciendo brotar su pasión por un instrumento que parecía hablar más que sonar. La suave melodía de sereno ritmo, íntimamente conectada con el sentimiento del solista, parecía surgir de lo más profundo de su ser para cautivar a un público cada vez más numeroso entorno a él.

- ¿Tienes frío? – preguntó Raúl.
- No, ¿por qué?
- ¿Me das tu chaqueta? - preguntó sacando un billete de diez euros.

José, que tenía la chaqueta sobre su brazo en postura de cabestrillo, le extendió la elegante prenda adivinando su intención sin atreverse a preguntar. Cuando el artista finalizó su actuación, la gente próxima aplaudió calurosamente.

El que pudo o quiso, echó unas monedas en el interior de un sombrero de copa falso situado del revés a los pies del músico sobre la acera. Raúl introdujo el billete de diez euros, mientras José, por no ser menos, una moneda de dos euros que extrajo del bolsillo de su pantalón.

- Gracias por su donativo - Exclamó el hombre del clarinete.
- ¿Tienes frío, amigo? - Inquirió Raúl dirigiéndose al interprete que iba en mangas de camisa.
- Si, bueno, un poco. La noche está fresca.

Y sin mediar palabra le tendió la chaqueta de José.

- Parece que esta noche la cosa se está dando bien - Le indicó mirando al interior del sombrero. - Irte ahora sería un error con toda la gente que hay.
- Oh, no. Por favor - Replicó azorado.
- No te vendrá mal con esta humedad - contesto Raúl. - Te ruego que la cojas; tal vez mañana si estás aquí venga a recogerla.

Confuso y turbado pero realmente agradecido, el virtuoso alargó titubeante la mano recogiendo la prenda.

- No sé como agradecer...
- Nada hay que agradecer amigo. Eres bueno. Tal vez esta noche o quizá mañana, alguien se fije en ti y te de una oportunidad.
- ¡Ojalá! Dios le oiga.
- Con que le oiga algún cazatalentos bastará.
- Muchas gracias señor.
- ¡Suerte amigo!

Reanudando la marcha, José, conlas manos en los bolsillos no pronunció palabra alguna, aunque no le faltaronganas de preguntar a su amigo si al día siguiente pasarían a recoger suchaqueta. Y aunque aquello le quemaba la mente, calló por vergüenza ante supropio pensamiento al entender la importancia de la obra de Raúl, quien ensilencio, proseguía su camino abstraído con el entorno sin que el sigilo deJosé le pasara desapercibido.    

No te duermas..., aún.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora