La puerta (1/3)

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     Cansado de su largo caminar, Hombre llegó frente a un elevado y ancho peñasco situado en el centro del pedregoso camino.
Era aquella magnífica piedra de tonalidad marrón anaranjada tan dura como el granito que lo revestía, y aunque él no podía saberlo porque la niebla lo cubría todo, tan alta como un edificio de treinta plantas.
Intrigado, su mirada lo recorrió con curiosidad hasta donde la bruma permitía la vista, bajo un oscuro clima empapado en fina, fría y húmeda lluvia bajo un silencio desolador, casi sepulcral, tan intenso y penetrante, que el ruidoso sigilo en sus oídos tornaba estridente.
Agotado, Hombre tomó asiento en actitud reflexiva frente a la gran roca en forma de efigie rectangular, contemplando el gris de su alrededor entre la cada vez más cerrada niebla absorto en sus propios pensamientos, tan sombríos y tenebrosos como el ambiente de aquel día.
La panorámica del lugar le recordaba el mismo paisaje que veía tras su ventana a cada amanecer; las mismas perspectivas, con el mismo horizonte invisible y el mismo lúgubre decorado, donde acostumbradamente Hombre se asomaba jornada tras jornada. Y aquel paraje, con aquel color, le parecía un paralelismo con su vida donde el panorama surrealista, aparecía pintado con gruesos trazos de un aburrido y triste tono difuminado por la rutina del tiempo, donde el marco que lo sustentaba, lentamente se resquebrajaba bajo un aroma incierto.
Transcurrido un tiempo, su mente quedó en blanco, sin ruido, serena de todo pensamiento, hasta que sus párpados cayeron lentamente fruto del cansancio como las finas gotas de agua de lluvia.
En aquel sueño, no había sueño, ni imágenes ni colores, formas ni escenas que ocuparan el ancho y largo de su pantalla mental, tan sólo, una vasta y enigmática sensación de profundo vacío existencial. Hasta que de pronto, surgida de alguna desconocida fuente, apareció algo más; como si fuera una especie de extraña señal o quizá la percepción de un mensaje, en cualquier caso, un sentimiento que le advertía de estar siendo observado.

Frente a sus ojos cerrados, la indefinición de una forma incorpórea se acercó alargando lo que parecía un papel sin texto, sin nada, en blanco. Pronto comprendió que aquello en realidad era un examen carente de preguntas, sin letras ni apariencia, como una prueba de conciencia a la que debía enfrentarse para escoger dos únicos caminos; de un lado, el que le haría desandar la ruta que lo condujo hasta la roca de regreso a su lugar de procedencia, y de otro, el que sin mirar atrás, lo dirigía hacia un viejo y sabio sendero llamado Experiencia.
Fue en este punto cuando inexplicablemente, la sensación se atenuó hasta desaparecer. Confuso, sin tiempo a la reacción y sin noción del tiempo, Hombre abrió sus ojos para caer en el asombro ya que inexplicablemente el paisaje había cambiado radicalmente.
Una luz de intensa luminosidad cubría el majestuoso azul de un cielo desierto de nubes, donde el cálido sol, caía delicioso a la piel mientras la brisa suave y ligera, tocaba danza para la verde y exuberante vegetación en un compás alegre y cadencioso armonizado por el coro de mil pájaros volando en todas direcciones, como parte del acompañamiento sinfónico de una espléndida coreografía llena de aromas y matices en movimiento, con el eco de sus cantos rebotando contra las cercanas e imponentes montañas que decoraban el fantástico escenario.
Conmovido por tan magnánima belleza, Hombre sintió dentro de si la pletórica emoción de una desconocida paz, percibiendo el entorno como si él, fuera un fragmento más del todo lo que sus ojos podían observar en un sentimiento recíproco e inherente. Era, por primera vez, como si pudiera sentir la vida en todo su esplendor, de manera nueva, intensa y real. Y aquel sentimiento viendo que era bueno, le hizo sonreír preso de incógnita satisfacción.

Incorporándose, se dispuso a bordear la gran mole que ahora en su magnifica verticalidad distinguía con detalle. Estar frente a aquel gigante, era como la escena de David frente a Goliat; idea que le hizo sentir humilde mientras circunvalaba el bloque hasta encontrar una entrada hacia una cueva donde la penumbra era tenue y el sigilo reinaba a placer. Despacio, huroneó hasta llegar al centro, momento en el que misteriosamente una voz sorda salida de ninguna parte, resonó en su mente.

No te duermas..., aún.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora