La mañana amanece bajo un cielo azul intenso desierto de nubes, donde la brisa simplemente acaricia y la templada temperatura invita a desprenderse de la chaqueta. Y parece que no solo soy yo quien lo percibe, pues tanto es así, que un alocado jolgorio de cantos de gorrión a contrapunto con los mirlos, tocan sin ritmo ni son una improvisada canción de animada y alegre composición.
El precioso perro labrador del ciego espera a su amo tumbado sobre la acera, recibiendo el cariño de un vecino que tras salir de su portal, pasaba por allí, mientras el frutero está abriendo su tienda saludando al mismo tiempo al panadero que por cortesía, devuelve una sonrisa y el deseo de un buen día en el momento que alguien sale del animado bar donde el ambiente resulta jovial.
Pedro, el camarero, se afana por servir al ciego el matutino cafecito antes de montar su puesto de venta, dialogando sobre nada intrascendente con el ejecutivo sentado a la barra con su maletín a los pies. Su elegante vestimenta lo adorna de buena facha, con un abundante y cuidado pelo, en casi cómico contraste al compararlo con la ausencia de cabello respecto a los dos hombres sentados entorno a una mesa, conversando con sus cabezas rapadas y sus brazos tatuados.
Un coche aparca, su inquilino se apea y cierra la puerta, mientras otro coche estaciona a su lado. Por casualidad ambos conductores se dirigen a la vez a la entrada del bar, cediéndose al unísono con educación el uno al otro el paso hasta que alguno de los dos se decida a entrar primero. Y mientras tanto degustando mi café, ojeo el diario donde nada hay que destacar aunque todo tenga su interés, pues su contenido consta de instructiva información sobre variados temas de índole social, cultural y deportivos excepto la pequeña sección de sucesos, donde en algún otro lugar de no recuerdo que país, destacan la deleznable cobardía de un tirón a una anciana perdiendo su pensión de una semana, la paliza propinada a un indigente por unos hombres de aspecto curiosamente parecidos a los clientes de la mesa del bar, además de un par de locos con sus facultades no demasiado sanas, donde el primero se ensañó con un borracho por la simple razón de dormir sobre un banco situado frente al portal de su casa, mientras el segundo amenazó con golpear a un inmigrante de color que por desconocimiento omitió introducir su mano en el interior de un guante de plástico para seleccionar la fruta deseada.
- ¡Qué cosas por dios! ¿Cómo es posible que esto suceda?
Fue en ese instante cuando un joven ataviado con la ropa del supermercado cercano, entra en el bar buscando a alguien que por fin logra encontrar. Son los dos hombres de cabeza rapada quienes saludan al verlo llegar. No fue mi intención escuchar, te lo digo de verdad, pero el hombre traía consigo dos contratos de trabajo para que los pudieran firmar.
- Mañana a las ocho empezáis en el almacén. ¡Bienvenidos! Os deseo buena suerte – Terminó diciendo con un apretón de manos, amplias sonrisas y gratitudes por despedida.
Parecían muy contentos y yo, aunque nada vaya conmigo, me alegro por ellos.
- ¡Juan! ¿Te apetece un pincho de tortilla que acabo de hacer?
- No, gracias Pedro. Dime que te debo.Y tras mi sempiterno deseo de un buen día que todos contestaron con educación y cortesía, me pierdo lentamente calle abajo hasta llegar al parque, donde innumerables palomas chapotean sobre el agua de la fuente mientras otras picotean las migajas que una anciana de tierno semblante, extrae de una pequeña bolsa alojada en su femenino bolso entre mil palomas sube y baja entorno a ella. Y me sumerjo en la inmensidad natural entre las interminables y armoniosas conversaciones de los pájaros, que el rumor del viento confunde con los gritos de las golondrinas: tan pronto aquí como allá, que sin dejar de hacer piruetas en el aire, vuelan tras los insectos a la hora de comer. Y como el invierno pasado llovió y no hay sequía, el esplendor de la vida estalla en mil colores bajo los riegos aspersores entre las hojas de los árboles y entre mil coloridas flores, donde la paz del lugar se mezcla con el perfume delicioso en un momento sencillamente grandioso.
Mientras tanto un niño pasa por delante con su bicicleta, una madre camina con su bebé seguro en su carrito y un anciano mira a la nada distraído o quizá abstraído pensando en solo sabe dios qué, mientras tomo asiento para contemplar este cielo lleno de aves formando un decorado de contrastes en movimiento donde cada fotograma, siempre es distinto e imposible de repetir.
Me siento bien, alegre, dichoso; sintiendo como mis pulmones se hinchan y mi calmada respiración me llena de quietud, cuando observo unos jardineros recogiendo la poca suciedad provocada por la intensidad del viento, y otros sembrando los jardines para que mañana o el próximo día, vuelva a llenarme de calma.
Y entre el éxtasis de placer, mi quieta mente serena, registrando la naturaleza de este lugar mientras observo su magnánima pureza, tan intensa, bajo la cual me dejo llevar en compañía del siseo de la brisa agitando el verde de los pinos y la frescura de los chopos, donde su juventud desentona con la vejez de los olmos cuando una rara coreografía de extraños movimientos, es formada por el viento que ahora de nuevo se levanta distrayéndome en la nada, para sentir en mi adentro mi humilde pequeñez percibiendo ser uno más entre la unidad de la que ahora, como siempre, formo parte inherente en este decorado donde nadie me ha llamado, sin que falta haga porque simplemente soy un ser vivo invitado.
Así es como el todo se hace presente en mí, para concebir mi existir como la esencia del árbol, del cielo y la tierra, de la flor y la luz..., la luz del foco de mi vida donde su albor me alumbra y guía noche y día.
Y así es como desde la humildad por lo que soy se manifiesta la conciencia; ofreciendo una oración de gratitud por la vida que fluyendo desde adentro hacia fuera, agradece cada amanecer sobre mi lecho bajo el techo de mi hogar, esperando que mañana, sea una jornada donde otros ciegos despierten a un imposible sueño bajo el cual, no podemos seguir.
ESTÁS LEYENDO
No te duermas..., aún.
Short StoryEl título de esta obra podría inducir al lector a lo que el propio enunciado sugiere: proponer una amena lectura que retrase sucumbir al placentero sueño. Sin embargo la intención de este manuscrito es provocar justo lo contrario; es decir, invitar...