Prólogo (Julio)

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Querido H:

No me preguntes el por qué, no me busques, ni lo intentes. Ya no hay más, no puede haberlo. Lo sabíamos desde el principio, no debimos arriesgarnos. Quiero y no puedo olvidarlo. Tú me desconciertas, lo sabes. Esto se ha acabado, no está bien.

Pero el mayor problema de todo es que lo sabíamos; sabíamos las consecuencias, sabíamos lo que perdíamos. Y aún así lo ignoramos, nos arriesgamos. Fue bonito mientras duró, pero no podemos seguir así. Escondiéndonos, ocultándonos de las miradas curiosas, de los rumores desconcertantes. Besos robados, caricias disimuladas, miradas cómplices. Nunca fue más, no podía ser más. Si tan solo no te hubiese mirado ese día, si no hubiese descubierto el secreto de tus ojos verdes. Lo que después me esperaría.

Pero... ¿a quién engaño? Tarde o temprano hubiese pasado. ¿Crees en el destino? Yo sí, y pienso que estábamos destinados a eso y después todo me llevaría a esto. A escribirte una carta de despedida, con lágrimas en los ojos.

Todo fue como tú siempre me decías: "Una dulce tentación". Pero ahora que lo pienso mejor, me doy cuenta de que quizás para ti solo fue un juego, tentación con todas las letras. Y todos sabemos que "Tentación" no es lo mismo que "Amor"; son dos conceptos diferentes, y uno no lleva al otro. Por eso mismo, justo porque me doy cuenta de que tú lo sabías desde el principio, esto se acaba. Es el fin de la dulce tentación, de este hermoso error.

Hasta nunca

May

P.D Te amé

Suelto el bolígrafo.

Silencio.

Silencio junto con el incesante "tic tac" del reloj de pared; ese mismo sonido que llenaba silencios incómodos, cuando no había nada que decir. Pero ahora sí que lo hay, y todo está escrito en este delgado y frágil papel. Doblo cuidadosamente la carta y la introduzco en el sobre, lo cierro y lo agarro con fuerza, con determinación.

Fue difícil tomar la decisión, pero esto no podía seguir. No si ella salía herida... No podía, simplemente no estaba dispuesta a permitirlo; daba igual que renunciar a mis sentimientos me fuera a matar a por dentro. Ya no me importaba.

Mi paso es seguro, me encamino por la calle principal, por la cafetería de mi tía, la cafetería.... No, May, esto es lo correcto.

El buzón de correos está ante mí. Introduzco el sobre, sin soltarlo, sin dejar que se escape de mis manos. Cierro los ojos, cojo aire y finalmente desaflojo el fuerte agarre, dejándolo caer. Choca en el fondo con un chasquido insonoro. Ya está. Ahora sí que no hay vuelta atrás.

Me siento en una de las sillas de la cafetería de mi tía y me limito a esperar.

Por fin oigo los pasos del cartero, resonando por todos los rincones de la calle. Abre el buzón, coge las numerosas cartas y, metiéndolas en su carrito amarillo, se va.

Ahí se va, junto con él, lo que espero que sea mi liberación.

Dulce May (DTHE#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora