La sala de espera está vacía. Ni un solo ruido, ni un insignificante sonido interrumpe el silencio. Pero eso me da igual. Lo único que me importa es lo que ocurre al otro lado de la puerta. ¿Por qué tenía que pasarles a ellos, a los dos? ¿Por que tenían que ir a ese estúpido viaje que le regalaron a mi padre? Las tres de la madrugada y ahí estaba yo, esperando el resultado. ¿Sobrevivirían? El nerviosismo no permitía que parase de temblar en mi asiento.
Lo peor había sido mi comportamiento. Me había enfadado con ellos. No estaban seguros de dejarme sola durante su fin de semana fuera. A mis diecisiete años aún no me ven lo suficientemente madura para quedarme al mando, y eso me molesta. Me arrepiento. La cara de mi madre al decirles que los odiaba. El suspiro resignado de mi padre tras el portazo al encerrarme en mi habitación. Ni si quiera me había despedido. No pude saborear el último momento junto a ellos. Yo no lo sabía. No podía adivinar lo que les iba a pasar. El destino lo había querido así. Ese estúpido y caprichoso destino.
La puerta se abre lentamente. Un hombre alto, con barba y bata de un blanco que empieza incomodarme aparece tras ella. Su cara es indescifrable. Indescifrable hasta que mis ojos se topan con los suyos. Pena. Siente lástima por mí. Lástima por lo que ya intuyo. No me quedo para escucharlo. Salgo corriendo por el pasillo. Me siento fatal, pero no lloro. La angustia se acumula en mi pecho. Pero ni una sola lágrima se resbala por mi mejilla. Y eso hace que me sienta peor.
Llego a los servicios y cierro la puerta, sin antes asegurarme si alguien está dentro para ver mi drama. Me acerco a los enormes espejos que se extienden por toda la pared y me apoyo en uno de los lavabos.
Me miró. Mis rizos son un caos y tengo unas ojeras impresionantes. Mis ojos brillan con un marrón apagado y estoy más pálida que nunca. ¿Por qué no podría haber ido yo con ellos? ¿Por qué no podría haber muerto yo también? Todo sería más fácil. No tendría este doloroso nudo en el pecho y la terrible culpa por no poder exteriorizarlo. ¿Qué clase de persona no llora la muerte de sus padres?
Un sollozo se escapa de mi pecho. No, espera, ese sollozo no es mío. Miro a mí alrededor. No estoy sola al fin y al cabo. El sollozo continúa, transmitiendo una pena profunda. Proviene de unos de los cubículos de los váteres.
Abro la primera puerta. Nada. La segunda. Tampoco. Llego a la última, y ahí está. Una maraña de pelo rubio acurrucado. Levanta la cabeza y me mira con su rostro angelical. Tiene unos ojos preciosos, tan oscuros que parece que no posee pupila y grandes, muy grandes. Pecas le salpican las delicadas mejillas
Me rompe el corazón. No la conozco pero siento que tengo que protegerla. Me dejo caer por la pared y me siento a su lado. En silencio.
Sus sollozos cesan. Apoyo la cabeza en la pared y me mira.
-Era muy joven -Tiene la nariz congestionada y su voz es apagada. Hace un esfuerzo y aunque soy una completa desconocida me cuenta-. Ella era muy joven y fresca. Siempre tenía ideas en la mente para sus cuadros. Le encantaba pintarme. Decía que mis pequitas eran divertidas de pintar. ¿Alguna vez has oído a alguien decir eso? -No esperaba que yo contestara-. Claro que no, porque esas locuras solo se le ocurrían a ella. Su sonrisa permanente. Sus largas pestañas que no paraban de moverse ni un segundo, siempre explorando. Ella era única, especial, mi madre.
Inconscientemente la abrazo y ella me aprieta fuertemente. Yo tampoco quería soltarla.
-¿Sabes? -Comienzo a decir-. No sabía lo que tenía hasta que lo perdí. Siempre me quejaba. Ellos no me consideraban lo suficientemente mayor para muchas cosas. Ahora me doy cuenta de que de verdad no lo soy. Mi padre siempre me decía "su pequeña". Algunas veces me enfadaba con él, me dejaba en evidencia delante de mis amigas. Ojala ahora pudiese oírlo, daría lo que fuera. A él y a mamá.
Y por fin rompo a llorar. Y ella me sigue, iniciando un llanto que continuó por lo que me parecieron horas. Allí solas, abrazadas, sentadas en el suelo de un baño público Clare se convirtió en mi mayor apoyo, y yo en el suyo, por unos largos cinco años.
Después de eso yo me fui a vivir con mi tía Anne y comencé a ayudarla con la cafetería. Ella es una buena mujer, pero sencilla. No pude ir a la universidad, no había suficiente dinero. Mi vida cambió convirtiéndose en lo que es ahora a mis veintitrés años. Un caos de cafés, charlas superficiales y quejas sobre mis interrupciones de siestas por parte de mi tía, y tardes enteras junto a Clare, entre risas y alguna que otra lágrima. Recordando malos momentos.
Por otro lado Clare hizo una carrera, bellas artes. Dice que cuando pinta siente que vuelve a estar con su madre. En eso se resumen sus buenos momentos con su "familia". Al tiempo de que su madre muriera su abuela se instaló en su casa ya que su padre no tenía suficiente tiempo para estar con ella. Su abuela, una señora estricta y fría que nos dejó el año pasado. Así es como su casa se quedó vacía y sólo para nosotras. Al principio ella decía que sería divertido, que había que verle el lado bueno. Podríamos hacer fiestas y ella podría hacer lo que quisiese. Funcionó las primeras semanas, pero después de darnos cuenta del trabajo que requerían esas fiestas y lo sola que se sentía Clare todo el día eso se acabó. La casa se volvió silenciosa y sin alegría, invitando a hundirte en tus pensamientos, en su caso no muy agradables. No podía permitir que Clare se aislara y se encerrarse con su pena. Me dolía solo de imaginarlo. Así es como mis visitas se hicieron más frecuentes. Cada día tenía un plan nuevo, solo para ella. Y a veces, simplemente, nos sentábamos delante de la televisión y veíamos una película, o tan solo hablábamos. Siempre evitando temas dolorosos. Una medicina "anti-pena".
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Dulce May (DTHE#1)
Literatura FemininaNunca unos ojos verdes han acarreado tantos problemas. Nunca un par de miradas tantas mentiras. Y mucho menos un accidente de café tanto dolor. Pero cuando May encuentra a Harry todo cambia. La vida le ha dado la espalda tantas veces... Ya no hay e...