—Entonces, hemos de deducir que no hay ninguna novedad. No habéis llegado a ninguna conclusión de la que aún no seamos partícipes.
—Mucho me temo que no, Shaal-mekk. Eal no ha dado señales de vida, no se ha producido ningún intento de contacto y, por lo que respecta a nuestro joven Leonardo...
—Al sujeto.
—... al sujeto, no hemos observado alteraciones físicas ni psicológicas y su evolución se mantiene dentro de unos parámetros terráqueos razonables; si por razonables entendemos capacidades de observación y aprendizaje extremadamente superiores a la media, creatividad e improvisación que se salen de las tablas y...
—No nos interesan esas apreciaciones subjetivas, Navekhen-dabb. Además, están adulteradas por la excesiva franqueza de Neudan al hablarle de materias que deberían estarle vedadas. No tienes nada más que decir.
Shaal, el Primer Biólogo, era una figura intimidante que jamás se molestaba en usar el tono de interrogación. Navekhen no vacilaba en proclamar que de buena gana besuquearía sus benditos visores, porque les permitían enviar reportes de sus actividades diarias sin necesidad de personarse ante sus superiores en la pirámide. Por desgracia para él, en ocasiones era imposible escapar al deber de encontrarse, cara a cara, con aquel sujeto casi albino de glaciales ojos grises.
Draadan, por su parte, nunca se dejaba intimidar por nada; o, al menos, sabía disimularlo a la perfección.
—Carecemos de informes relativos al sujeto —dijo, con voz inexpresiva—. Hemos dedicado algún tiempo a observar a nuestro objetivo primario...
—Que ahora es secundario —lo interrumpió Shaal—. ¿Usáis en todo momento mecanismos de ocultación?
—Tal y como ordena el Vértice, sí.
—Aprovecho para atreverme a sugerir —aportó un osado Navekhen— que quizá haya llegado la hora de interactuar con los lugareños. La política de mera observación no da muchos frutos, y...
—Te atreves a cuestionar las decisiones del Vértice.
—¡No, no, no, Shaal-mekk! ¡La pirámide me libre! Yo solo dejaba caer que es una pequeñísima posibilidad a tener en cuenta. —Juntó mucho el pulgar y el índice de la mano derecha. Una sonrisa exagerada sesgó su rostro—. Ya sabes que Draadan es la encarnación de la discreción y yo, modestia aparte, poseo un amplio conocimiento de la psicología humana.
—Evitas mencionar a Neudan adrede. Eso debe significar que no lo juzgas cualificado para tus propios planes extravagantes.
—Yo no diría eso. Ha adquirido mucha madurez, considerando nuestra nula experiencia en reeducar a uno de los nuestros desde cero.
—Yo sí lo diría —intervino el cortante Draadan—. Es irreflexivo e irracional, y el contacto con los terráqueos despierta en él una parcialidad hacia ellos poco conveniente. Pero contar con su presencia es un mal necesario, debido a su implicación con Eal.
El Primer Biólogo taladró al supervisor con la mirada que más duelos había vencido en la nave. Ese no lo ganó.
—El Vértice no aprueba la interactuación con los lugareños, como Navekhen la llama. Incrementa el riesgo de ser descubiertos por los otros. Ahora bien, dado que no estáis obteniendo resultados, me plantearé sugerirle un cambio de táctica. En cuanto a vuestro compañero, se le prohibirá que contamine el desarrollo intelectual del sujeto compartiendo cualquier tipo de conocimiento. Podéis retiraros.
La orden fue acatada de inmediato, y con sumo placer, por los dos tripulantes. El moreno de ojos azul marino, en concreto, respiró aliviado cuando se halló de vuelta en las calles de Florencia, lejos de su superior. Por frío que Draadan pudiese llegar a ser, él había aprendido a lidiar con su hosco amigo. Sabía cómo excavar hasta las regiones razonablemente templadas de su carácter.
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Con la vista al cielo
Science FictionFlorencia, año 1470. La apacible sesión de posado para la nueva obra del maestro Verrocchio se ve interrumpida por los visitantes más extraordinarios que cabría imaginarse: surgen de la nada, visten ropas nunca vistas, poseen habilidades sobrenatura...