Cuando el brazo que le rodeaba los hombros lo soltó,volvió a tener presente con quién había hecho tan imposible viaje. Se dio la vuelta al instante, mas Draadan se separó de él a grandes zancadas, siguiendo la dirección marcada por sus ojos azules. Fue el joven Neudan quien vino a acompañarlo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, solícito—. Dicen que el transporte hace enfermar a los terráqu... a algunas personas.
—No...no poseo un estómago débil, gracias, puedo soportarlo. —Los ojos de Leonardo se abrieron como platos—. ¿He vuelto a dormirme y me habéis traído a cuestas, o realmente nos encontrábamos en Florencia y, de repente, hemos aparecido aquí?
—Oh, no, no te has dormido. El transporte está basado en un principio sencillo. Los... las pequeñas partículas de las que está compuesta la materia se...
—¡Eh! ¡Venid aquí ahora mismo, niños, no es momento de cháchara!
La voz de Navekhen los arrastró hasta la abertura de piedra que desembocaba en un oscuro túnel. El muchacho florentino no había vuelto a poner los pies allí desde aquel incidente de varios años atrás y, aunque se notaba el hormigueo en el vientre, fruto del nerviosismo, ya no sentía el miedo de antaño. Escuchaba las voces de sus acompañantes, hablando en su lengua incomprensible, y eso le brindaba una inexplicable tranquilidad. Y también, por qué negarlo, cierta desazón.
—No quisiera sonar atrevido, pero, si pudieran usar mi idioma... Juro por lo más sagrado que nada de lo que me revelen habrá de salir de mis labios.
Tres visores se volvieron hacia él; fue Navekhen quien reanudó la conversación.
—¿Hasta qué profundidad penetraste, mi joven amigo?
—No logro recordarlo. Estoy casi seguro de que no avancé mucho más, porque ya no soy capaz de ver sin una luz.
—Muy cierto, había olvidado que para ti es imposible. —¿Y para vos no lo es?, pensó Leonardo—. No te muevas de ahí, nosotros hemos de continuar.
—Es muy poco probable que Eal haya dejado alguna pista —se oyó decir a Draadan, líder del grupo, desde la esquina tras la que había desaparecido.
—¿Y quién sabe si ese viejo zorro no quería abandonar algo para que lo encontrásemos, como hizo con nuestro decorativo rubito? Neudan-mekk, no remolonees y recoge todas las muestras que puedas, nadie se lo va a comer si se queda un ratito a solas. Me da la impresión de que correrá más peligro si lo dejamos contigo.
—¡Navekhen-dabb! —se escandalizó el más joven.
El sonido de las voces siguió llegando, cada vez más amortiguado, hasta que todo quedó en silencio. Leonardo consideró acercarse a la entrada en busca de luz, si bien decidió que no se arriesgaría a provocar un encuentro fortuito con algún caminante. Se quedó allí, con la espalda pegada a la pared, maravillándose de que su razón no hubiera decidido abandonarlo ante semejante cúmulo de pruebas abrumadoras de que había empezado a dejar de usarla.
Cuando volvieron no hicieron comentarios y continuaron sus pesquisas por los alrededores. Hubo un momento en el que Navekhen y Neudan se perdieron de vista, y de nuevo el florentino se encontró solo con el alto y serio supervisor. El sol comenzó a ocultarse tras una gran roca que se alzaba a sus espaldas; aún brilló con fuerza durante unos segundos, y sus rayos rodearon la piedra con un nimbo dorado.
La atención de Draadan fue capturada por la pequeña explosión de claridad que precedía a las sombras. Se retiró el visor y se giró hacia poniente, y Leonardo pudo contemplar, por primera vez, su rostro de rasgos firme y bellamente esculpidos bajo el centelleante bronce de su cabello castaño. Y sus ojos...
![](https://img.wattpad.com/cover/78256359-288-k197593.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Con la vista al cielo
Ciencia FicciónFlorencia, año 1470. La apacible sesión de posado para la nueva obra del maestro Verrocchio se ve interrumpida por los visitantes más extraordinarios que cabría imaginarse: surgen de la nada, visten ropas nunca vistas, poseen habilidades sobrenatura...