V: Una vez hayas probado el vuelo... (parte 2)

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Tras su retorno a Florencia, meses más tarde, Leonardo manifestó a Verrocchio su decisión de establecer un taller propio. El consagrado maestro lo comprendió, pues había llegado la hora de dejarlo probar fortuna. Contaba con la edad suficiente y con tantas habilidades que no le quedaba nada que enseñarle, y, además, suspiraba por un cambio de circunstancias desde su detención. Con todo, Andrea no podía evitar preocuparse por su futuro. Ya como miembro de su bottega, el joven artista se había granjeado una reputación de inconstante y poco cumplidor y las quejas de algunos clientes insatisfechos, tal era su propensión a comenzar una docena de proyectos y no concluir ninguno.

Lo más descorazonador fue el escaso interés que el principal patrón de Verrochio, el mismísimo Lorenzo de' Medici, mostró en emplear al nuevo maestro. Lorenzo era célebre en toda la península por su papel de mecenas de las artes y era bien sabido que los mejores artistas se formaban dentro de los muros de su ciudad. Significaba mucho conseguir su patrocinio. Leonardo ya había tratado con el gobernante de facto de Florencia al ejecutar y entregar las esculturas, dibujos, estandartes y otros medios de propaganda que el estadista había encargado a Andrea. De joven siempre le había gustado pasear ante los impresionantes muros de sillares almohadillados del Palazzo Medici o cruzar, cuando se lo permitían, el patio decorado con esculturas de Donatello. Sus últimas visitas, no obstante, habían buscado inclinar su favor hacia el recién creado taller.

Lorenzo era un hombre astuto e inteligente que sabía reconocer y valorar el talento cuando lo tenía delante. El maestro Da Vinci era hijo —aunque ilegítimo— del respetable notario Ser Piero, poseía ideas interesantes y era mucho mejor que estas permaneciesen en la ciudad antes que a disposición de otros estados rivales. Le facilitó el acceso al Jardín de san Marcos, donde había creado una vanguardista academia para que artistas noveles estudiaran y restaurasen su fabulosa colección de esculturas clásicas, y le hizo algunos encargos menores. Por lo demás, ni encontraba útiles sus excéntricos proyectos ni compartía su especial sensibilidad hacia la pintura. La dudosa reputación de Leonardo, unida a su fama de incumplidor, predisponían al poderoso Medici en su contra. La casa más prestigiosa de Florencia no ayudaría a impulsar la bottega Da Vinci.

Se buscó un local modesto, pero al que podía llamar propio, y lo empezó a llenar con los libros, dibujos, cachivaches y especímenes que no se atrevía a exponer en su anterior alojamiento. Recibió a algunos aprendices; el que más se ajustó a su modo de vida fue Tommaso di Giovanni Masini, apodado Zoroastro, un muchacho despierto y extravagante que poseía conocimientos de metalurgia, las habilidades dispares de un pequeño dios Hermes, y que mostraba un interés desmedido por el ocultismo y la magia. Navehken solía comentar que una visita a aquel antro habría hecho las delicias de un grupo de inquisidores aburridos.

No carecía de don de gentes. Tanto en formación teórica, de Verrocchio, como en la práctica, de su padre y del mismo Lorenzo de' Medici, había aprendido a cultivar la elocuencia y la psicología, y le resultaba sencillo capturar la atención del público cuando la requería. Se complacía en rodearse de científicos y estudiosos a los que acribillaba a preguntas y con quienes intercambiaba conocimientos que luego desarrollaba, sin orden ni concierto, en multitud de manuscritos. Era precisamente este anhelo de abarcarlo todo, cada rama del saber, lo que coartaba su capacidad de concentrarse en los encargos interesantes desde un punto de vista económico. Ahora bien, había subordinados a los que mantener, sin contar consigo mismo y con la necesidad de adquirir los materiales necesarios para sus estudios, así que no tenía más remedio que trabajar. Y dado que no contaba con grandes patrocinadores, los trabajos que aceptaba eran de lo más dispares. Por mediación de su padre consiguió una comisión de los frailes del convento de San Donato en Scopeto, población próxima a Florencia: un cuadro sobre la Adoración de los Magos. Enfocó el tema con su visión particular, realizó cientos de estudios y preparó la tabla. El único problema era que el estipendio ofrecido por los religiosos no era en metálico, sino que consistía en una parte de una propiedad con casa y terrenos cercana al convento. La falta de dinero lo impulsó a comprar a crédito, de los frailes, lo que precisaba.

Con la vista al cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora