El área de Ingeniería era un mundo aparte dentro de la pirámide, un vórtice de caos que devoraba el orden con el que era continuamente alimentado: montones de proyectos y planos superpuestos unos a otros, simulaciones —a menudo contradictorias— funcionando a la vez, prototipos viables apilados entre juguetes y basura... En el extremo de la organización se afanaban los acólitos; en el de la entropía, el Primer Ingeniero. Costaba comprender cómo un personaje tan anárquico sacaba tiempo para hacer funcionar una nave con ese nivel de sofisticación y, a la vez, para inculcar sabiduría en dos sufridos cerebros. Pero así era Eal, un malabarista capaz de hacer volar varias docenas de pelotas sin dejar caer ninguna..., a pesar de las numerosas ocasiones en las que rozaban el suelo.
Por cómodo que le resultase el nido de urraca modelado a su gusto, pasaba poco tiempo en él, y aún menos desde que la Tierra, el planeta orbitado por esa otra pirámide misteriosa, apareciese en las pantallas del piramidión. La inmensa sala de vigilancia se convirtió en su nuevo lugar favorito. En el compartimento de la instalación que se había autodesignado dedicaba largos periodos a estudiar a los tripulantes de la nave hermana, junto con momentos más breves para el enriquecimiento de su cultura terráquea. Poco a poco empezó a invertir los intervalos concedidos a ambas actividades, y aquellos humanos salvajes, caóticos y, para qué negarlo, creativos, se convirtieron en su principal espectáculo. No estaba mal, pensaba, coincidir en dos de tres características.
No estaba solo en su cubículo. Neudan, acólico del Primer Biólogo y su único interés romántico desde largos ciclos atrás, solía acompañarlo cuando Shaal olvidaba imponerle tareas. Era un hecho que su colega de nivel llevaba mal lo de no ser el centro de aquel pequeño universo. De haber podido elegir, pensaba Eal con sorna, habría construido la nave con forma de octaedro para tener su propio vértice. Eso sí, nada de subvertir el orden establecido y desplazar a la legítima cúspide; Shaal era el más firme defensor de la tradición y la jerarquía. Por fortuna, Neudan no se le asemejaba en absoluto: era cálido, abierto, siempre dispuesto a aprender... y a enseñar. Cuando Eal le mostró la belleza del planeta y la riqueza que la diversidad otorgaba a aquellos mortales, se enamoró de ellos y de su cielo azul con la misma intensidad que él. Y cuando le sugirió que adoptasen un envoltorio físico apropiado para visitarlos y mezclarse, no dudó en fabricar dos pequeños cuerpos humanos. Fueron los primeros en vencer la férrea oposición de Shaal. Otros, poco atraídos por el aspecto sociológico pero sí por la perspectiva de disfrutar la atmósfera terrestre, se apresuraron a imitarlos.
Las jornadas en las que preferían algo de privacidad se perdían en los corredores de los jardines mimesintéticos, o bien bajaban a un escenario natural y descubrían nuevos matices y personalidades. Se trasladaron de continente, ensayaron diferentes etnias... Llegado el turno de visitar Europa, Neudan probó una combinación de rasgos mediterráneos que se mimetizaban con facilidad en cualquier población. Para Eal escogió una melena rubia y unos ojos celestes más llamativos. Al contemplar por primera vez su imagen reflejada en la cubierta de la cápsula de regeneración, el Primer Ingeniero dejó entrever una mueca maliciosa y proclamó:
—Así pues, esta es la última tendencia en colores para espolear el lado sensual de tu imaginación, ¿eh, Nudd? Si los cambio, ¿ya no me encontrarás atractivo?
—No importan los colores, sino lo que transmites con ellos. No hagas como Draadan, que se limita a usar su cuerpo para demostrar cuán tirante puede atarse una cola de caballo antes de subirse los orificios nasales al entrecejo. Ni como Navekhen, que no se ha privado de experimentar con el suyo cuantas depravaciones sexuales se le han ocurrido. En el término medio está la virtud.
—¿Cuál es mi término medio? ¿Usarlo en exclusiva para seducir a cierto ingeniero aficionado a los cielos azules?
—Quizá. Ya sabes que soy posesivo por naturaleza.
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Con la vista al cielo
Ciencia FicciónFlorencia, año 1470. La apacible sesión de posado para la nueva obra del maestro Verrocchio se ve interrumpida por los visitantes más extraordinarios que cabría imaginarse: surgen de la nada, visten ropas nunca vistas, poseen habilidades sobrenatura...