El mayor afán del Shaal de los últimos tiempos era minimizar el contacto con sus semejantes. Dejar aquel planeta atrás era todo cuanto le importaba; no deseaba debatir sobre hechos que ya consideraba incuestionables, en especial cuando su parte del diálogo solía consistir en negaciones escuetas. Ahora bien, Draadan seguía siendo el supervisor. Por mucho que su profesionalidad hubiese sido puesta en tela de juicio, la suya era una voz a escuchar, y a Shaal no le quedó más remedio que acceder a entrevistarse con él después de media docena de aplazamientos. A esas alturas, la apariencia humana de Draadan se resquebrajaba. La piedra de su semblante ya estaba surcada de grietas por las que amenazaba estallar la lava fundida.
—No has aceptado mi petición para llevar un pasajero —le espetó, sin rodeos—. No se la has hecho llegar al Vértice. Atrévete a decirme que me equivoco.
—Porque es absurda.
—Vas a prescindir de Eal, un miembro vital de nuestra tripulación. Precisamos un reemplazo.
—Un reemplazo... terráqueo. —Shaal silabeó el concepto como si la idea le resultase igual de sensata que reclutar un caballo o un animal marino—. Vuelves a caer en el sentimentalismo estéril de tu último destacamento largo en tierra firme. Empiezo a pensar que no eres apto para misiones de campo y que ese reemplazo debe ser el tuyo. Si ese es tu único punto del día, sal por donde entraste. No voy a perder mi tiempo en...
—¡Me lo debes! —rugió Draadan, perdida ya la moderación—. ¡La pirámide me lo debe! ¡Por todos los ciclos de ensuciarme las manos mientras tú das órdenes desde tu aséptico puente de mando! ¿Y quién dispone lo que está bien o mal, lo que es apropiado o ilógico? ¿No deberíamos los demás tomar parte en las decisiones?
—Te atreves a cuestionar... —Las venas sobresalieron en el largo cuello del Primer Biólogo—. Draadan-dabb, estás a un paso de volver a confinamiento.
—Adelante, enciérrame y desestabiliza aún más el precario equilibrio de la tripulación. Con el Primer Ingeniero y el supervisor fuera de juego, ¿crees que no empezarán a preguntarse quién será el siguiente?
—Tu amenaza vacía no cambiará la realidad: los terráqueos no participan de nuestra naturaleza. No serán aceptados jamás por la pirámide.
—Antes de que sueltes otro manifiesto supremacionista, te recordaré los datos que Eal transmitió a través del fresco de Milán. Al principio no les presté atención (algo de lo que me arrepiento cada día), pero he estado revisionando los archivos y refrescando mi memoria. Adaptaciones de las cápsulas de regeneración y de las nanomáquinas, eso eran. Ideadas por el Primer Ingeniero en persona, lo que garantiza su efectividad.
—Irrelevante e innecesario. Nuestra gente no requiere esas modificaciones.
—No están hechas en base a nuestra genética, sino a la de ellos. Nos permitirían aumentar nuestras filas. ¡Nos permitirían reclutar otras razas!
—Irrelevante e inneces...
—¡Exijo presentar mis peticiones ante el Vértice!
Los iris pálidos de Shaal destellaron. Que Eal, un colega de nivel, lo increpara en esos términos ya había sido difícil de aceptar; que lo hiciese alguien que le debía respeto, en base a hechos que pretendía dejar en las sombras...
—Silencio —consiguió escupir sin gritar—. El propósito explorador de nuestra cultura jamás se contaminará con razas primitivas. No exiges nada. No volverás a mencionar esa información clasificada ni a plantear esta petición ante nadie.
—Shaal-mekk...
—Ya... has... oído, Draadan-dabb. Una palabra más al respecto, una palabra, y volverás a confinamiento.
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Con la vista al cielo
Science FictionFlorencia, año 1470. La apacible sesión de posado para la nueva obra del maestro Verrocchio se ve interrumpida por los visitantes más extraordinarios que cabría imaginarse: surgen de la nada, visten ropas nunca vistas, poseen habilidades sobrenatura...