Capitulo XXXI Una Guardián

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Corrí llorando por todo el patio principal hasta llegar a la entrada de mi casa. Cuando coloqué la mano derecha en la cerradura para salir de allí, las palabras de José Antonio llegaron a mí como una ráfaga de viento, haciendo que me detuviera en seco

-"No vayas a dejar que el diablo te robe la felicidad y la bendición"-

En cuestión de segundos, levanté mi vista hacia el frente, vi la iglesia, abrí el portón y corrí hacia el frente, abrí la puerta de la iglesia y caí de rodillas en la entrada llorando. Las hermanas estaban en la Hora Nona, al verme, me levantaron y sentaron en una silla, luego me abrazaron en forma de consolación y les conté todo lo que me había pasado. Ellas comenzaron a orar e interceder por mi familia y por mí, en especial por mi padre, yo las respaldé en oración. A medida que orábamos y reprendíamos, empecé a sentir como aquella tristeza, dolor y soledad, que tenía anteriormente se empezaron a ir, mi pecho comprimido se relajó, al igual que mi cuerpo, una brisa fresca empezó acariciar mi cuerpo y sentía como mis lágrimas menguaban y se secaban lentamente. Después de terminar le pedí el favor a una de ellas para enviarle a la pastora diciendo que no iría a trabajar, debido a un problema personal.

Yo le agradecía a Dios por todas las damas de la iglesia, que simplemente no les importó mi condición para ayudarme, realmente eran las personas que necesitaba en ese momento. Mi madre llegó al poco tiempo, una de ellas le dijo en donde yo estaba. Cuando me vio, yo tenía otro semblante, me sentía aliviada, tranquila, en paz, y feliz.

Mi madre me sacó de allí y me llevó a pasear por el sector, yo no estaba muy cómoda por la condición en la que estaba, tenía la ropa sucia, estaba sudada y olía a perro muerto o carne podrida. Sin embargo caminar por el sector me ayudó a tomar mayor confianza de mi misma y luego me tocaría la parte que aún no quería pasar. Ir a casa, la sola idea me enfermaba, pero debía hacerlo sino so podría superarlo. Caminamos a casa y estando frente a la entrada, respiré profundo más de tres veces, sabía que mi padre no me haría nada si estaba con mi madre y menos después de haber orado por él, pero algo dentro de mí dudaba aún. Entré enganchada a mi madre y luego entré al baño para ducharme. Mi padre no dijo ni una sola palabra al igual que yo.

Duré una hora duchándome, en ese momento me gustaba sentir el agua correr por mi piel, sentía como todo lo el malestar del cuerpo se iba lentamente. Cuando salí me adentré en mi habitación, me vestí y luego me acosté. Mi madre entró y me dijo que le contara cada detalle de lo que había ocurrido y así lo hice, excepto la parte que me iría a donde me llevase la depresión.

Al día siguiente me levanté renovada, aún tenía un poco de presión en el pecho, pero me sentía bien, incluso mejor que antes. Le pedí la bendición a mi padre, con una sonrisa genuina, un abrazo y un beso en la mejilla. Me sentía demasiado feliz, algo había cambiado en mí y no sabía que era, pero lo que haya sido, hacía que me sintiera como si pudiera derribar cualquier obstáculo en mi camino. Yo no paraba de sonreír, me fui al trabajo y cuando iba saliendo me encontré con José Antonio.

Cuando lo vi, sentí como mi corazón latía fuerte y rápido, mie estomago dio un vuelco, tenía un cosquilleo agradable por todo el cuerpo y mi sonrisa no se borraba. Lo llamé, tenía que agradecerle lo del día anterior, tal vez me sentía extraña, pero debía hacer lo correcto. Cuando él se acercó con una sonrisa, yo miré a sus ojos y me sentí en paz, confiada y tranquila, las sensaciones era como si hubiesen desaparecido o la paz que él infundía, hacía que yo no las sintiera.

-José Antonio, gracias. Si no me hubieses hablado yo no estuviera aquí sino en otro lugar. Ayer me iba a ir de mi casa y si no me hubiese hablado yo me hubiese ido- le dije con mis más sinceras palabras. Él me inspiraba tanta confianza que no me dio miedo contarle la única parte que ni siquiera mi madre sabía

Historia de una GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora