Los días son todos iguales.
Quizás se trate solo de una percepción vaga, pero en esencia, nada ha cambiado. No desde que dejé la Arena atrás.
No hay nada a lo que aferrarme, pero al menos, me digo, puedo intentar enfocar mi atención en solo una cosa y, contando con tanto tiempo libre, es todavía más difícil conseguirlo.
Un día a la vez. Es todo lo que debo hacer. Sin embargo, el tiempo permanece congelado a pesar de que las manecillas del reloj siguen moviéndose, y al menos, para mí, es una ventaja sobre la que no pienso protestar.
No tengo más de que preocuparme y puedo con toda libertad quedarme inmóvil si así lo deseo, sin tener que pensar en lo que mi familia necesita para comer o sobrevivir al día siguiente. Puedo, también, evitar pasearme por las lúgubres y sucias calles del distrito ahora más grises e insoportables que nunca.
No lo hago para evitar que mis ahora costosos zapatos se ensucien con el polvo de carbón de las minas, no, la razón es simple; no tengo estómago para ver a nadie.
Los mismos comerciantes que antes me miraban con desdén desde sus comercios, las mismas personas con las que tenía que hacer negocios en el Quemador diariamente, todos ellos me vieron llenándome las manos de sangre en la Arena y es completamente lógico que ahora, que he vuelto convertida en una asesina, bajo la ridícula imagen de vencedora todopoderosa, no puedan dejar de mirarme con nuevos ojos.
Ha pasado un mes desde que regresé al distrito después de los juegos, un mes que ha sido como un sueño. No, una pesadilla.
No puedo recordar mucho de mi llegada al distrito. Sé que primero estuvieron las cámaras, en todo momento, a cada segundo, siguiendo cada mínimo movimiento.
No hubo un momento en el que no estuviera rodeada de cámaras y cuando estas por fin se marcharon, suficientemente satisfechas luego de obtener horas y horas de grabación, fueron reemplazadas por las miradas de la gente, siempre atentos, siempre a la espera de algo más.
Si antes ya llamaba la atención por ser la cazadora furtiva del distrito, rompiendo las reglas y haciendo intercambios en el Quemador, ahora es aún peor, porque ya no soy la chica pobre de la Veta, soy la vencedora, la Chica en llamas y tantos apodos me han dado y que sólo siguen incrementamdo, por eso, a dónde quiera que voy las miradas me siguen.
No hay una forma en la que pueda lograr acostumbrarme, claro que ahora hay muchas ventajas, mi madre y Prim están mejor que nunca, en una casa de la Aldea de los vencedores con todas las comodidades que antes creía imposibles darles. Pienso en eso cuando siento la abrumadora sensación de estar llegando a mi límite.
Todo esto fue, es y será por Prim, y lo volvería a hacer sin dudar con tal de salvarla.
Pero no puedo dejar de pensar que no encajo aquí, rodeada de ropas finas y costosas que podrían alimentar a una familia del distrito durante un mes.
Intento seguir una rutina, que según mi madre hará que empiece a aceptar mi nueva vida como vencedora.
No lo he logrado hasta ahora y estoy segura que no sucederá pronto, ya sea por mi poca disposición o por qué no me interesa cambiar y convertirme en lo que ellos desean.La rutina a la que tanto me aferro consiste básicamente en hacer las cosas monótonas y fáciles. Hacer de lo común la más interesante de mis actividades diarias y repetirlo una y otra vez hasta que comience a aceptarlo. Mezclar el pasado y el presente.
Aceptar que la Katniss que había sido hasta entonces, murió en la Arena.
Podría ser fácil para cualquier sucumbir a las comodidades que la vida de un vencedor tiene, dinero, comida, una casa enorme rodeada de lujos y la promesa de que no habrá más juegos del hambre, pero a mí no me gustan los cambios y mucho menos si estos son una consecuencia de haberme convertido en una asesina.
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El Resplandor Del Sinsajo (En Edición)
FanfictionFic ambientado en el segundo libro de los juegos del hambre: En llamas. ¿Qué hubiera pasado si la enigmática chica en llamas hubiera arreglado las cosas con Peeta antes de la gira de la victoria? ¿Habría descubierto que siente algo más por el chico...