Capítulo 4

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Es temprano por la mañana cuándo Peeta nos recoje a Prim y mí en la puerta de nuestra casa.

El sol apenas y se asoma entre los árboles, y el frío es tal que me hace querer desistir y volver a la cama.
Antes no tenía opción, debía salir, cazar y volver sin importar las condiciones del clima. Ahora, por otro lado... Sé que Prim no me dejaría cancelar los planes en los que Peeta ha depositado tanta ilusión. 

Ayer por la noche, cuando se lo conté, Prim no pudo ocultar su felicidad, una que terminó por ser contagiosa. Empecé a creer que volver a pisar el pueblo sin ser siguilosa, siempre que tuviera compañía de dos personas a las que resulta imposible odiar.

Pese a mis muchos pretextos, el primero de ellos, la clara desviación que representaría acompañar a Prim hacia el colegio, Peeta no se desanimó. La solución: encontrarnos mucho más temprano.

Y ahora estaba aquí, con el amanecer apenas despuntando en el cielo, y mi hermana a mi lado. Habría preferido esperarlo dentro, pero Prim se había negado rutundamente.

Tan solo ver la emoción que pretender esconder, recompensa cualquier sacrificio. Hasta hace poco ambas salíamos de casa, en la Veta hacia la escuela. A veces en compañía de Gale, pero siempre éramos solo las dos.

Ahora que he dejado de asistir, ella tuvo que aprender a hacerlo sola. Quizás tener la compañía de Peeta, que siempre le ha resultado agradable, la emocione demasiado.

La mañana, como casi todas en el distrito es fría y gris desde que el invierno comenzó. Al salir al pórtico subo el cierre del abrigo de Prim, acomodando su bufanda alrededor de su cuello mientras espero no parecer demasiado ansiosa ante ella.

—Todo estará bien—me calma, dejándose hacer obedientemente bajo mis manos.— Debes estar más tranquila o Peeta pensará que te pone nerviosa.

—No estoy nerviosa—me defiendo arrugando la nariz, mientras ella se ríe—Preocúpate solo por el colegio, a mí no me pasa nada, y mucho menos nada que él esté provocando.

—Solo era un consejo. Aunque Peeta es lo suficientemente atento cuando se trata de ti. 

Me da una sonrisa tímida, que no me permite responderle. Comentarios así comúnmente me habrían molestado, y lo hace, pero no totalmente.

Prim es demasiado pequeña para entender el extraño punto en el que nuestra relación se encuentra. Quizás no seamos amigos completamente, pero tampoco somos nada de lo que el Capitolio se esforzó en vender a la gente en el país.

Sin ganar de explicar, esperamos hasta que Peeta aparece unos minutos después, con una bufanda negra alrededor del cuello, las manos metidas en el abrigo y la nariz y mejillas igual de rojas que las de Prim.

Ella lo saluda con un sonoro beso en la mejilla y una dulce sonrisa amable, y yo con un simple "buenos días" que me devuelve con una sonrisa deslumbrante.

Poniéndonos en marcha, ambos hombro con hombro, puedo sentir el calor que desprende junto a mí.
Él y mi hermana intercambian algunas palabras, preguntándose por la escuela, la panadería y lo fría que está la mañana.

Son agradables juntos. Y se llevan ridículamente bien.

Al darse cuenta que los estoy mirando, y que no he dicho ni una sola palabra, Prim me da una sonrisa, mirando a ambos alternativamente  antes de dar saltitos hacia el frente hasta que nos deja atrás por varios metros. Puedo oír sus pasos cerca, sus trenzas rubias llenándose de aguanieve y el suave tarareo con el que finge darnos privacidad que, evidentemente, no necesitamos.

—Será interesante— pronuncia Peeta, volteando a mirarme.

—Lo mismo digo, no me imaginaba volviendo a la escuela nunca más.

El Resplandor Del Sinsajo (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora