Mi propio caso no difería en ningún detalle importantede los mencionados en los textos médicos. A veces, sin ninguna causa aparente,me hundía poco a poco en un estado de semisíncope, o casi desmayo, y ese estado,sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con unaborrosa y letárgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeabanmi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolvía, de repente,el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era rápido, fulminante. Mesentía enfermo, aterido, helado, con escalofríos y mareos, y, de repente, mecaía postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vacío, negro, silenciosoy la nada se convertía en el universo. La total aniquilación no podía sermayor. Despertaba, sin embargo, de estos últimos ataques lenta y gradualmente,en contra de lo repentino del acceso.