Capítulo III

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Terry salió de sus recuerdos cuando delante de él vio pasar el auto donde iban Albert, Anthony y Candy; ella estaba recargada en el hombro de Anthony mientras él la iba abrazando y dándole besos en la coronilla. No podía soportarlo, se preguntaba cuánto más podía soportar, la había tenido tan cerca, pero lo que no se había dado cuenta que ella era parte de él desde el momento en que la vio dando vueltas en los brazos del hombre que creyó, hasta ese entonces un degenerado. Cuando el auto iba alejándose, Terry soltó un suspiro tan profundo que volvió a recordar cuán absurdo pudo ser.

Inicio del flash back

- ¿Por qué estás aquí? No se supone que deberías estar descansando – sugirió ella susurrándole al oído.

- Se supone bonita, pero aún no puedo resistirme a no besarte, de hecho me mandaron por la tía abuela y el abogado, pero no podía ir sin antes robarte un beso – le susurró para luego acercarse a sus labios que apenas rozaron los de la rubia.

- Pero no puedo, tengo que asistir a la lectura ¿lo sabes verdad? – sonrió ella aun con los labios del rubio sobre los suyos.

- Por supuesto, sabes que te amo preciosa – la tomó del rostro.

- Lo sé, pero anda vete porque George nos puede descubrir y lo que es nos agarran y no quiero ni imaginármelo – Candy lo obligó a retirarse de ahí.

- ¿Comerás conmigo? – cuestionó el rubio a Candy.

- Mejor en la cena, te veo en tu habitación – le susurró y comenzó a ver si detrás de ella no había nadie, ya que no deberían de ser descubiertos.

- Me parece genial, ahora si me voy, pero antes... - la tomó de la cintura y comenzó a acercar sus labios a los suyos.

- Ya se me hacia extraño, ven bellísimo rubio...- ella lo tomó de las solapas del saco y se acercó a él para besarlo apasionadamente mientras las manos de su novio viajaban por toda su espalda, de pronto Candy lo alejó y se despidió con un fugaz beso. ¡Ya váyase a dormir! – le dio una nalgada que lo hizo sonreír.

Terry no podía creerlo, Albert y Candy eran novios, ¿por qué había pasado eso? Un momento, nadie sabía acerca de ese idilio, hasta ese momento, quería darle unos cuantos golpes a ese señor por degenerado y a ella, en efecto de ella no sabía ni su nombre, ¡qué calamidad! Su corazón latía a mil por hora, había escuchado esa conversación, solo la mitad, pero no entendió gran cosa.

Se quedó pensativo, mirando como ella se acomodaba el vestido y comenzaba su alegre regresar a la biblioteca tanto que sólo atino a mirar hacia el suelo, pasó cerca de él sin notarlo siquiera, Terry se volteó a verla, se dirigió a donde él se encontraba sentado, a un lado precisamente, corrió hasta ella, tenía que saber quién era y por qué desde el primer momento lo había hechizado sin clemencia.

- Buenas tardes – saludó Terry con demasiada facilidad.

- Buenas tardes – contestó ella sin voltear a ver de quién se trataba.

- ¿Cómo estás? Sabes ¿cuándo se acaba esta fanfarronada? – le cuestionó el castaño.

- ¡La lectura del testamento de Lord Andley no es una fanfarronada sépalo usted! – le aclaró ella.


- Lo siento, pero todas estas personas vienen a ver que seguramente una de sus tantas amigas son las herederas universales – soltó él.

- ¿Qué cosa dice? ¿Cómo se atreve? – cuestionó cuando en ese momento entró la tía abuela y el abogado seguido de Albert.

- ¡Terry aquí estás! ¡Ah mira, qué coincidencia! Terry, te presento a la señorita Candice – dijo Richard sin tomar en cuenta las actitudes que mostraban los chicos.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora