Capítulo XXXIX

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- Era una tarde soleada en el yate, Candy y Terry estaban alistándose para una nueva inmersión. Los tiempos donde la avaricia y los problemas que acontecieron en su vida habían pasado rápidamente, los días venideros eran más felices como cuando se conocieron y se amaron, una vez más, el diario de las Andley era escrito y en sus páginas otra historia comenzaba a escribirse; aquel antiguo libro no sólo era presagiador de buenas noticias sino que cada vez aparecían historias de un verdadero amor. Candy se encontraba ensimismada en un sinfín de historias que componían el último siglo, lectura que había retomado desde la noche de la cabaña, que aunque Terry se encargaba de mantenerla despierta gran parte de las noches del resto de su embarazo, ella también contribuía a esperarlo metida en la lectura y por lo mismo de lo más tranquilo. Ahí se enteró que no todas las Andley se sentían atraídas por un Grandchester, donde fallaron fueron con Shara Leagan prima en segundo grado de su padre, su propia tía Rosemary que se enamoró de un Capitán de linaje Brower, su suegro Richard Grandchester desafió a su familia casándose con una norteamericana, Eleonor Baker y su propio padre se enamoró de Violet Duff, siendo reconocida post mortem por su tío Richard Grandchester como alguien perteneciente a su linaje.

- Ellos habían fracturado la tradición, aunque ocurrentemente Candy regresó al círculo vicioso que significaban sus predilecciones, una Andley y un Grandchester eran marido y mujer nuevamente. Candy sonrió ante aquella oración, sin percatarse de que había pasado una figurita por la puerta y que el grito de Terry o más bien el alarido implicaba dos cosas: una, que Rose, su primogénita había hecho una travesura o que se había lanzado al mar sin protecciones. De una cosa si estaba segura, desde que Rose nació, Terry se había vuelto demasiado sobreprotector como algún día prometió serlo.

- Candy cerró el libro, dejó el bolígrafo en el escritorio y se dirigió a la popa.

- Terry, ¿por qué gritas así? – cuestionó Candy al ver a su marido dar de vueltas por la cubierta y además de todo enfurecido.

- Rose, está en el mar sin traje de baño, sin flotadores y ¿por qué diablos Candy, no fue varón? – preguntó Terry completamente enojado.

- Bueno, no me eches a mí la culpa, además no creo que te moleste que los peces la vean así – aseguró Candy riéndose de las preguntas que le hacía su esposo.

- Los peces no, pero... - se interrumpió dándole una mirada asesina a Candy.

- Pero...ah ya sé, los Hawthorne, ¡Terry son niños...! Aún no es peligroso – aseguró la rubia.

- Lo mismo decías de Anthony y no eran precisamente niños – el castaño recalcó la última palabra hecho que Candy reprobó con la mirada.

- Bueno, no es lo mismo evidentemente. Déjala aún no puede ni siquiera embarazarse – respondió la rubia riéndose nuevamente de los celos absurdos para con su hija.

- ¿Segura? – quiso cuestionar el castaño.

- Por supuesto, sobretodo porque no sabe cómo liarse con un mocoso como su padre – Candy decidió que era hora de que el también recibiera una reprimenda por su comportamiento.

- ¡No soy un mocoso! – contestó el castaño frunciendo el ceño. ¿Qué haces? – preguntó Terry al observar como su esposa se quitaba la camisola que tenía puesta y se colocaba el snorkel y las aletas.

- Por lo mientras me voy a ver a tu hija, a Frederick y a su guapo y viudo padre, total que piensa que soy su hermana – contestó Candy haciendo que aquel se le despertara el gen celoso y emitiera un bufido.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora