Capítulo XXXVIII

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- Sí...Terry, lo siento. Perdóname mi amor, no sé qué me ocurre. Tenía tanto miedo, enterarme de que mi nana estaba liada con los Clarke fue una noticia desagradable para mí – se justificó la rubia arrepentida.

- Por supuesto, no quise decir eso de Albert... mi suegro. ¿Cómo iba a saber que tu primo y tu padre se parecían tanto? No he debido mencionar eso..., lo que sucede fue que, bueno nunca hiciste el propósito de contármelo – reclamó Terry.

- No podía decírtelo precisamente por el marido de mi madre, bueno el ex – marido – confesó Candy.

- Está bien Candy, creo que debemos comunicarnos un poco más de ahora en adelante, sólo eso. Sabes, no podría dormir si no estamos contentos – aseguró Terry.

- ¿Lo estamos? – preguntó la rubia con una sonrisa en los labios.

- Lo estamos, así que ven, acércate... - sugirió Terry extendiéndole los brazos a su esposa.

- Terry no podemos – Candy le recordó las advertencias médicas.

- Lo sé y no sabes cuánto lo siento, me limitaré a dormir, así que no te preocupes – soltó un suspiro y la atrajo hacia sí.

- Si será lo mejor – Candy colocó su mano en el pecho de su esposo y juntos se quedaron dormidos, olvidándose de lo acontecido y descansando profundamente.

Días más tarde, Terry había llevado a su esposa con el médico, quién le ordenó un chequeo general, una ecografía y medicamentos autorizados que mantendrían fuertes a ambos –madre y feto-. Corría desde ese momento, los chequeos contabilizados, las órdenes médicas al pie de la letra, de abstinencia para ambos y las inexistentes noches de pasión en lo que parecía un ajetreado cuarto mes de embarazo. Candy estaba asombrada ante tal pasar del tiempo, su vientre antes plano ya daba signos de tener algo más de cinco meses aunque en realidad fuesen menos. Albert preocupado por ella, se mantuvo al pendiente de cualquier noticia que recibía del médico como un favor hacia la actitud represiva de Terry, una por la abstinencia que sufría de parte del médico y otra por sus innumerables trabajos para no obligar a Candy a tener relaciones amorosas con él, su esposo. Era poco entendible, incluso para Candy la actitud de Terry, pero comprendía en ocasiones que debido al embarazo él tenía un incontenible deseo de ella, ya que mientras se la pasaba muy tranquila; él moría de calor, de antojos, de malhumor y quién sabe cuántas cosas más.

Cuando Candy asistió a la tercera visita con el médico, le informó que ya podía tener relaciones pero que estas serían muy cálidas, ningún esfuerzo que costara la definitiva suspensión de ellas, que así debía explicárselo a su esposo, si tenían mucho cuidado, nada pasaría.

Candy llegó muy contenta a la mansión, situación que extraño a todos ahí presentes, la familia no entendía nada, arribó tan deprisa y de la misma forma salió envuelta en un abrigo en pleno verano que desconcertó a todos. Candy realmente moría de calor dentro del ostentoso abrigo, lo cual hizo que más de una persona volteara a verla cuando entraba en el edificio de las oficinas de su esposo.

- ¡Hola Lucy! – saludó cortésmente la rubia.

- ¡Hola! ¿En qué puedo servirle...? Señora Grandchester, discúlpeme es que no la había visto – Lucy dejó lo que estaba haciendo e inmediatamente se levantó a saludarla.

- No te preocupes Lucy, mi esposo ¿estará en su oficina? - cuestionó sonriéndole a Lucy quién se veía nerviosa.

- Por supuesto, en estos momentos está aseándose, otra vez... ¿quiere que le avise? – cuestionó la castaña.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora