Capítulo IV

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Pequeña pecosa, de haber pensado antes todo, no la hubiera insultado tanto, desde ese momento se dedicó a hacerme la vida de cuadritos y mis celos, si los celos que nunca conocí, hasta ese momento se hicieron presentes.

Inicio del flash back

- Señor William – lo llamó el abogado.

- Sí abogado – respondió el rubio saliendo del trance en el que se encontraba.

- Debe de hablar con sus respectivos representantes ya que esto que su señor padre les acaba de revelar no debe salir a la luz, ¿me entiende? – habló claro para saber si lo había entendido.

- Por supuesto, es más ahorita mismo lo aclaro, Richard ¿quiere llamar a su hijo? Ambos aún no salen de la propiedad – sugirió Albert.

- Por supuesto, Terry ¿aún ves a Candy por ahí? – cuestionó Richard.

- ¿Qué quieres papá? Sí, está a unos metros de mí – la vio a lo lejos e inclusive vio su sensual caminar.

- Puedes poner el altavoz por favor y llamarla para que les digamos algo – pidió su padre.

- Espera, hey tú, preciosa, te llama el señor William – le dijo con sorna.

- ¡Ay! ¿Qué no tienes algo mejor que hacer? – le gritó.

- Si no me crees, ¡ven aquí! Señor William puede hablar – solicitó Terry.

- Candy atiende el teléfono – gritó Albert del otro lado haciendo que la rubia corriera hasta el teléfono que tenía Terry en la mano.

- Albert, ¿ha pasado algo? – asistió al teléfono preocupada por Albert.

- Te lo dije – Terry al ver esto se enfado y sútil soltó lo primero que se le ocurrió.

- Guarda silencio – le pidió la rubia enojada.

- Sí, esto va para ambos, es parte del reglamento que ninguno de los dos debe hablar de esto con nadie, no debe salir de ninguno de nosotros, ¿han oído bien? – le cuestionaron.

- ¿Eso es todo? – preguntó Candy.

- Sí, es todo – contestó Albert.

- Me voy, Albert si me buscas estaré con Albertito – le dijo en contraseña.

- De acuerdo preciosa, te veo en un rato – se despidió de ella y colgó cuando Candy emprendía su camino nuevamente.

- Di siquiera hasta luego – la molestó Terry.

- ¡Ahógate! – sugirió ella subiendo las escaleras.

- Albert debemos vigilarlos – sugirió Richard.

- ¡No te preocupes, no pasará nada! – mencionó Albert.

- No me preocupa lo del contrato, esos dos se matarán – comentó sonriendo.

- Yo los vigilaré amo William – se ofreció George.

- Gracias George y deja de decirme amo – le pidió y agradeció ya que Richard tenía razón, con las bellas características de ambos era muy posible.

- Perdón, es la costumbre – se disculpó, ya que en realidad le decía así al padre del rubio.

Los días pasaron, estaba cerca la primera inmersión de Candy y Terry, por lo que ella puso manos a la obra, en una ocasión le pidió a Albert que la entrenara en sesiones de gimnasio, pero George también le estaba enseñando a Terry lo referente al negocio, así que asistía a sesiones de estudio con él en la mansión Andley.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora