Capítulo XXVIII

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Mientras la reina y la señora Elroy le explicaban al duque lo que sucedía con Candy y Terry, en otra habitación la rubia sacaba las sales para despertar a su prometido.

- ¡Quiten eso, huele horrible! – gritó Terry dejándose caer en la almohada cuando le dolió la cabeza.

- Vaya al fin despertaste ¿Cómo estás? – suspiró y pregunto la rubia.

- Muy bien pero me duele la cabeza, ¿por qué me duele? – cuestionó impresionado al observar detenidamente a su novia.

- Bueno fue Henry que te pegó en la cabeza – resolvió Candy levantándose y caminando hasta su maletín.

- ¿Qué quieres decir? ¡Ese desgraciado se atrevió! – vociferó un aturdido Terry.

- Sí, pero no le tomes importancia – resolvió la rubia cerrando el maletín, después de colocar las sales dentro.

- ¿Cómo dices eso...? – cuestionó Terry enfadado.

- Además ahora debes cuidarte mas – le sugirió con una sonrisa.

- Y ¿eso por qué? – cuestiono al no entender el argumento de Candy.

- Estamos comprometidos Terry – le dijo encaminándose y sentándose a un lado de él.

- Ah...sí... desde ¿cuándo? – preguntó enérgicamente.

- Prácticamente desde que me viste...en la inmersión – refirió ella observando su reacción.

- No recuerdo habértelo prometido – pensó en voz alta

- Ah eso es porque no lo hiciste, pero eso tuve que decir para que el diario regresara a mis manos – refirió ella.

- Y ¿estuve bien? – cuestionó el castaño emocionado.

- En ¿qué cosa? – ahora le tocó a ella cuestionar ya que no entendía su pregunta.

- En eso de la petición mi amor, ¿me ayudas a levantarme? – respondió pidiéndole ayuda.

- Por supuesto, a ver acomódate bien mi amor – le acomodó una almohada.

- Ya estoy bien, por cierto hoy antes de la cena quiero platicar contigo – le agradeció robándole un beso.

- Sobre ¿qué cosa? – preguntó Candy curiosa.

- Tú sólo veme al atardecer y no seas curiosa – le tocó la nariz haciendo que ella sonriera.

- Está bien, me voy, tengo que seguir leyendo esto, si no nunca acabaremos – le dijo saliendo por la puerta y llevándose el diario.

- De acuerdo descansaré lo que resta del día y te veré en el jardín - le pidió él un tanto misterioso.

- Por supuesto, adiós – se despidió ella rápidamente.

- Hasta la tarde mi vida – se dejó caer sobre las almohadas, emitiendo una suave sonrisa. Creo que me ha quitado la sorpresa, pero ahora debo de actuar rápido antes de que se les ocurra casarme y sin haberlo hecho – pensaba Terry, sacando su celular y marcando un número muy conocido para él. George...

Una hora más tarde George le ordenaba a los jardineros cortar dulces Candy y colocarlas en suntuosos floreros a lo largo del pasillo que daba al jardín, a la par se colocaron antorchas que iluminaban ese sendero, de entre ellos varias velas de distintas altitudes que encendidas, iluminaban los velos de gasa que pendían de las ornamentaciones propias del jardín. Albert se encargó de contratar a un cuarteto de cuerdas. La señora Elroy solicitó expresamente encargarse del vestido, ya que según Terry lo ordenó según la usanza del siglo XVIII, siendo elegido un vestido de verano color blanco elaborado en seda y algodón, adornado con una cinta en color esmeralda y dos cintas delgadas para el cabello. Unos zapatos de la misma tela del vestido con tacón pequeño y aplicaciones de chaquira y lentejuela en el mismo tono de las cintas. Todo ello para conmemorar uno de los pasajes escrito en 1700 proveniente del diario que estaban leyendo.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora