Capitulo 10

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Es por la mañana. La visita a la empresa de Alfonso, las fantasías con Simone, la extraña cena con Dave... Todo eso está ya en mi espejo retrovisor. No es más que una gran maraña de insensatez que pienso dejar atrás. Hoy comienza un nuevo día y me siento más segura. Ayer no estaba preparada para todo lo que se me vino encima... Tampoco estaba preparada para las reacciones que tuve. Hoy estoy dispuesta a todo. Y ahora que sé lo que eso significa exactamente, también estoy un poco excitada. Repaso la agenda en la mente: Asha tiene que redactar un informe para analizar las inversiones recientes de Maned Wolf en el extranjero, Nina y Dameon se centran en las inversiones nacionales, mientras que Taci se encarga de analizar la efectividad de sus últimas campañas de marketing y relaciones públicas. A la gente le impresiona Maned Wolf, pero lo que no está claro es si confía en ellos. Basándome en los informes de mi equipo, tengo que hacer un análisis general a partir del cual pueda redactar una lista de recomendaciones sobre lo que tendría que hacer Alfonso Herrera antes de abrir la empresa al gran público, así como establecer unos plazos para llevarlas a cabo. Obviamente, tan solo se trata de recomendaciones. Su valía depende de la confianza que Alfonso tenga en mí.

A él no le impresiono, pero creo que confía en mí.

Pensar en él es un placer. Hace dos semanas no sabía lo que se sentía cuando te empotran contra una pared, cuando te suben a una mesa, cuando te hacen el amor en el suelo del Venetian. Hace dos días no tenía en la mente mi imagen en su despacho, de rodillas...

Hace dos semanas —toda una vida—, no sabía que podías sentirte completamente vulnerable y completamente poderosa al mismo tiempo.

El sentimiento de culpa se despierta para borrar parte del placer que me produce la memoria. Mi ángel y mi diabla han vuelto al campo de batalla. La diabla ha enmarcado mis recuerdos y me los muestra para que los inspeccione, a sabiendas de que lo que me apetece es deleitarme con ellos, rozarme con ellos... Y rozarme también con el hombre que me provocó esas sensaciones.

Pero mi ángel... Mi ángel ha puesto el grito en el cielo. Quiere quemar esas imágenes. Y pienso: ¿no tendría que ser la diabla la que abogase por la quema de recuerdos? Los papeles se invierten. ¿Qué se supone que debe hacer una mujer cuando su ángel comienza a usar las técnicas de su diabla? ¿Qué se supone que debe hacer una pecadora cuando lo único que le pide su diabla es que se enfrente a la verdad, tanto de sus actos como de sus sentimientos?

Porque la verdad es que no me arrepiento de nada. Quiero arrepentirme, pero no puedo confesar mis pecados con espíritu de contrición. La absolución está fuera de mi alcance.

La noche anterior Dave mintió cuando dijo que nunca había tenido tentaciones. ¿Estaba ocultando algo más? ¿Me dan esas mentiras libertad para explorar mis posibilidades? Descarto la idea. «Tan solo haré mi trabajo», afirmo en voz alta. Eso no puede tener nada de malo. Voy al dormitorio y abro el armario. Me recibe un mar de faldas y pantalones oscuros y blusas de colores claros. Me aburro al momento. ¿Por qué nunca me compro ropa más alegre? ¿Quién dice que tengo que vestirme como una bibliotecaria de colegio privado?

Descarto con impaciencia una prenda tras otra hasta que encuentro el traje que Simone me regaló el año pasado por mi cumpleaños. Me llevó a rastras hasta su boutique favorita, me empujó sin contemplaciones a un probador y después me tiró un par de pantalones grises y una americana. El color me pareció normal, pero el corte era distinto. Los pantalones eran un poco más ajustados de lo que yo solía llevar. Las curvas de las piernas, las caderas..., lo marcaban todo. Y la chaqueta se estrechaba en la cintura para enfatizar la figura. La camisa me había parecido demasiado: ajustada, negra, transparente. Cuando salí del probador para verme mejor en los tres espejos, me di cuenta de lo transparente que era. La americana lograba que no resultara totalmente indecente. Y aun así, mirando mi reflejo, me sentí un poco expuesta. Recuerdo que pensé que parecía poderosa, lujuriosa..., quizá hasta un poco peligrosa. En ese momento, un hombre de veinte años a lo sumo salió del almacén. Noté los esfuerzos que hacía para retirar la mirada de mi cuerpo. Quería seguir contemplándome. Le hubiera gustado examinarme con algo más que los ojos. Por un momento estuve tentada de quitarme la americana. ¿Habría sido capaz de apartar la mirada si lo hubiera hecho? ¿Cómo me hubiera sentido si un desconocido me hubiera visto así? Bueno, ahora sé la respuesta a esa pregunta, ¿no?

El desconocido (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora