No creo en la vida después de la muerte. Siempre he pensado que cuando alguien se muere, se muere. Quizá ocurra lo mismo con los momentos. Me acuerdo de mi encuentro con el señor Herrera — tan solo han pasado dos noches—, pero no hay nada tangible que me conecte con ese recuerdo; ese
momento simplemente... ha dejado de respirar.
Cuando terminamos, me abrazó y me acarició el pelo. Esa ternura estaba fuera de lugar. Y como no estaba preparada para algo así, me vestí sin más y me marché. No trató de impedirlo, pero se quedó mirándome mientras me alejaba. Y había algo en su expresión que hizo que mi pulso se acelerara. No me miraba como lo hubiera hecho un desconocido. Me miraba como si me conociese..., quizá más de lo que tenía derecho a conocerme.
Simone estaba en nuestro cuarto cuando llegué. Insistió en que le contara todo con pelos y señales, pero no entré en detalles. Conseguí hacerle un placaje contándole que había tonteado en un bar de paredes de cristal con un hombre misterioso, que no paraba de ofrecerme copas que tenían un precio un tanto excesivo y que sabían a seducción.
La decepcioné. «Eres una causa perdida», protestó mientras yo me quitaba el Hervé Léger y me ponía el casto albornoz blanco del hotel. Metió el vestido en un portatrajes. La negra bolsa de plástico tragándose el vestido me recordó a un ataúd. No solo había perdido el momento, también estaba enterrando una versión de mí..., enterrándola en un portatrajes que ni siquiera era mío.
Sin embargo, sentada en mi despacho de Los Ángeles, entre las paredes amarillo claro y los archivadores meticulosamente organizados, me doy cuenta de que así es como debe ser. Fue un sueño, eso es todo. Y los sueños no suelen tener consecuencias. Puedes aprender de las lecciones que enseñan o simplemente descartarlas. Tan solo fueron unas pocas horas en las que mi
subconsciente tomó las riendas y permitió que una pequeña y oculta parte de mí escribiera una historia en intensos colores. Una historia marcada por la pasión y la excitación, dos sensaciones que en la vida real no duran mucho.
Solo un sueño.
Cojo el archivo de un cliente. Mi trabajo consiste en decirle a la gente cómo hacer el suyo.
Invierte tiempo y dinero en esto, no en lo otro, etcétera. Yo trataba a las corporaciones como si fueran personas mucho antes de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos se pronunciara sobre este tema. Son entidades multifacéticas, exactamente igual que nosotros. E igual que las personas, las
corporaciones que tienen éxito son las que saben qué partes de sí mismas merece la pena desarrollar y cuáles deben eliminarse, ocultarse del interés público. Son las que saben cuándo cortar por lo sano.
Se dice que lo que define a las corporaciones es que el dinero es su idioma, pero yo creo que no. Yo creo que lo que en realidad define a las corporaciones es que el dinero es su alma.
Por tanto, soy una consejera espiritual.
Esa reflexión me hace sonreír, mientras reviso el archivo de un cliente y me regodeo pensando en el día del cobro.
—Anahi Puente, ¡hemos triunfado!
Levanto la cabeza y veo a mi jefe, Tom Love, de pie junto a la puerta. Mi ayudante, Barbara, está a su lado y me sonríe como pidiéndome disculpas. Tom siempre irrumpe en los despachos sin permitir que nadie anuncie su llegada. Su apellido parece una broma poco acertada, ya que jamás lo he visto mostrar ni inspirar nada que se parezca al amor.
—¡Tenemos una cuenta nueva!
Exclama entrando en mi despacho y cerrando la puerta a sus espaldas. No parece darse cuenta de que básicamente ha dado a Barbara con la puerta en las narices.
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El desconocido (AyA)
Novela JuvenilTrilogia erótica. HIstoria original Kyra Davis. Soy responsable, previsible, fiable. La chica en la que todo el mundo confía. Menos esta noche. Esta noche seré la chica que se acuesta con un completo desconocido. Anahi Puente es una adicta al tr...