El vestido ceñido que llevo, un modelo rojo del diseñador Hervé Léger, no es mío. Es de mi amiga Simone. Ayer me hubiera dado la risa imaginarme con algo tan provocativo. Mañana descartaré la idea de volver a ponérmelo sin pensármelo dos veces. Pero hoy... Hoy es una noche de excepciones.
De pie en el centro de la habitación que Simone y yo hemos reservado en el hotel Venetian, tiro del bajo del vestido. ¿Seré capaz de sentarme con este atuendo?
—Estás buenísima —me susurra mientras se sitúa a mis espaldas para colocarme el pelo, ondulado tras los hombros. Sus movimientos me resultan demasiado íntimos y me siento un poco expuesta.
Me alejo de ella y me retuerzo como un ocho intentando ver en el espejo cómo me queda el vestido por detrás.
—¿De verdad que voy a salir así?
—¿Estás de broma? —Simone parece confundida y rechaza mi pregunta con la cabeza—. Si ese vestido me quedara la mitad de bien que a ti, ¡me lo pondría todos los días!
Vuelvo a tirar del vestido hacia abajo. Estoy acostumbrada a llevar trajes. No el tipo de trajes que llevan las mujeres en las películas, sino el que llevamos las que trabajamos en una consultoría internacional en la vida real. El tipo de traje con el que te olvidas prácticamente de que eres una mujer y, por descontado, de que eres un ser sexual. Este vestido entona una melodía que yo jamás había cantado.
—Con este atuendo lo único que podré comer será un bastoncito de zanahoria —me quejo mientras me contemplo el escote.
No llevo sujetador. Lo único que conseguí meter bajo el vestido fue un tanga diminuto. Este modelo está diseñado para marcarlo todo..., lo cual me produce sentimientos encontrados. Y me sorprende mucho tener sentimientos encontrados. Me da un poco de vergüenza, lo cual no es de extrañar, y me siento un tanto depravada por ponerme algo semejante, pero aun así... Simone tiene razón: estoy «buenísima».
Nunca me había atribuido un adjetivo similar. Nadie lo hace. Todo el mundo describe a Anahi Puente como alguien responsable, digna de confianza y formal.
Anahi, la formal.
Precisamente por esa razón Simone me ha arrastrado este fin de semana hasta Las Vegas. Quería que por una vez perdiese el control antes de entregarme en cuerpo y alma a una vida llena de estabilidad junto al hombre con el que me voy a casar: Dave Beasley. Dave va a pedirme matrimonio..., o quizá ya lo haya hecho.
—Creo que el próximo fin de semana deberíamos ir a comprar una alianza. —Hizo este comentario después de una cena tranquila en un restaurante de Beverly Hills. Llevamos seis años saliendo y se ha pasado cinco de ellos sopesando la idea del matrimonio, examinando la posibilidad desde todos los ángulos y haciendo pasar nuestro hipotético matrimonio por hipotéticas y estresantes pruebas, como si fuera un banco preparándose para la siguiente crisis financiera.
Dave es así de precavido. No resulta excitante, pero es agradable. Un día, después de unas cuantas copas de más, le dije a Simone que besar a Dave era como comer una patata asada. Me puso a parir. Pero lo que quería expresar es que una patata asada, aunque no sea la comida más apasionante del mundo, es cálida y tierna, y me bastaba para saciar el hambre. Eso era Dave. Era mi
consuelo, mi patata asada.
«Deberías acostarte con un desconocido».
Eso fue lo que me aconsejó Simone. Una última aventura antes de casarme y mientras siga teniendo veintitantos. Obviamente, yo me negaba a hacer algo semejante, así que conseguí que se conformase con que flirtease con un desconocido. Y aún estoy intentando reunir fuerzas para hacerlo.
ESTÁS LEYENDO
El desconocido (AyA)
Teen FictionTrilogia erótica. HIstoria original Kyra Davis. Soy responsable, previsible, fiable. La chica en la que todo el mundo confía. Menos esta noche. Esta noche seré la chica que se acuesta con un completo desconocido. Anahi Puente es una adicta al tr...