Capitulo 15

743 71 0
                                    


Menos de una hora después de que Alfonso saliera de mi oficina el Sr. Costin vino a verme contaminando un lugar que era sólo una hora antes, un lugar de pasión y amor. Me dijo que el señor Herrera había venido a verlo. Aseguró al señor Costin que no iba a retirar sus negocios de la firma sólo por mi partida. El señor Herrera le dijo que esto se debía a mí y a mi altruismo y que si yo daba a entender que no era feliz con la forma en que estaba siendo tratada durante mis últimos días en el trabajo, todas las apuestas estaban fuera. Luego el señor Costin gastó unos veinte minutos duchándome con elogios, besando mi culo, y asegurándose que estuviera feliz. No puedo esperar a salir de este lugar.

***

Los días pasan y no escucho de Alfonso. No lo espero. Es la manera que tiene que ser. Eso rompe mi corazón. Pero hay un montón de distracciones. Ninguna de ellas, agradable. El fin de semana voy a ver a mis padres. Voy a decirles la verdad acerca de todo. Me siento en su sala, con las manos entrelazadas en mi regazo, mi cabeza inclinada, la imagen de la contrición. Les digo que engañé a Dave, que estamos separados. Les digo que les he estado escondiendo esta ruptura desde hace más de un mes. Me siento en el sofá rosa con dibujos, dentro de sus paredes de color crema, y espero las comparaciones. Las comparaciones con Melody.

Ellas vienen rápidamente de mi padre. Soy una vergüenza, una decepción... una puta. Al igual que ella. Mi madre no habla, pero sus lágrimas silenciosas lo dicen todo. Y entonces algo extraño sucede cuando mi padre continúa interrogándome. Algo feo. Ocurre mientras me pregunta acerca del hombre con quien traicioné a Dave con, "este tipo Alfonso Herrera". Mientras se hace claro que Alfonso es rico, un jugador de poder, un hombre quien tenía mucho más que un interés pasajero en mí, es entonces que el tono de mi padre se ablanda. ¿Puedo hacer que funcione con Alfonso? ¿Quiere casarse conmigo? Y, de repente, mi padre piensa que Dave no era un gran tipo, después de todo. Nunca pensó que era lo correcto para mí. No debería venderme por poco, apunta alto; eso es lo que él siempre dice. Si este señor Herrera puede hacer una mujer honesta de mí...

—Para —digo. No grito la palabra pero sale con la fuerza suficiente para hacer que mi padre haga silencio. Mi madre está a mi lado, secando las lágrimas en sus mejillas. Me mira con curiosidad—. No importa si Alfonso Herrera pone un anillo en mi dedo o no —digo en voz baja—. El hombre que me ayudó a engañar a otro nunca puede hacerme honesta.

—Está bien, pero lo que estoy diciendo... —empieza mi padre, sus ojos marrones siguen brillando con esperanza y ambición. Pero de nuevo interrumpo.

—Lo que estás diciendo es que está bien engañar siempre que yo saque algo bueno de eso. Algo que durará. Quería creer eso, también, pero no lo hago. Mi madre pone una mano en mi rodilla, dándole un apretón reconfortante.

—Anahi, no seas tan dura contigo misma. Me la quedo mirando fijamente, a su mano arrugada pero suave debido a un exceso de loción. Las manos de mi padre no son mucho más grandes. Ninguna de ellas tiene un solo callo. Solía pensar que eran las manos de la virtud, que al igual que la balanza de la justicia ellos podían pesar el peso de la culpa de otro y llegar a una sentencia adecuada. Mi hermana se merecía ser rechazada, odiada, aislada. Se lo merecía, porque mis padres me dijeron eso. Si yo tomé ese camino me lo merezco, también. Pero ahora, sentada aquí en este sofá, confesando mis pecados, una idea florece en mí. Es una idea que cambia todo. —Ella necesitaba ayuda —digo las palabras lentamente, saboreándolas.

—¿Quién? —pregunta mi padre. Lo miro con ojos nuevos. Noto la forma en que su estómago cuelga un poco más de sus pantalones, sus entradas en el pelo, el gris cuidadosamente recubierto con tinte de color marrón claro. Miro hacia abajo a sus zapatos. Mi madre y yo estamos con los pies descalzos, para proteger la alfombra. Pero ni una sola vez mi madre le ha pedido a mi padre quitarse los zapatos al entrar en la casa, incluso mientras se lo pedía el resto de nosotros. Nunca he pensado acerca del por qué era así antes. Supongo que solo asumí que él era el rey del castillo por lo tanto se le concedían ciertos privilegios. Pero ahora que lo pienso, tal vez usa los zapatos porque cuando él es el único que no está descalzo, le da la ilusión de altura.

El desconocido (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora