Sala tras sala, despacho tras despacho, el señor Herrera conduce a mi equipo por los sinuosos pasillos de su vida. Porque está claro que esta empresa es su vida. El entusiasmo infantil con el que describe sus productos es prueba de ello. Nunca le había visto así. Así lo demuestran también las caricias que dedica a los planos que le entregan los ingenieros a lo largo de la visita. Estas caricias
no son tan íntimas como las que ha compartido conmigo unos minutos antes, pero son igualmente cariñosas. Lo oigo también en la risa fácil que muestra mientras comemos con el equipo de marketing en la sala de conferencias. Sabe los nombres de cada uno de sus empleados, así como la tarea que desempeñan para él. Enumera sus cargos con el entusiasmo con el que un niño dice de corrido los datos de sus futbolistas favoritos. Tanto mi equipo como yo tomamos notas sin parar. Pero hasta cuando mi bolígrafo echa humo sobre el papel, mi mirada sigue desviándose hacia él. Todo lo que lo rodea me fascina. Hasta la manera que tiene de moverse cuando nos lleva a la reunión con los directivos de la empresa.
—No deben olvidar que este lugar es mucho más que una empresa para Alfonso y para mí — comenta amablemente el vicepresidente mientras me estrecha la mano.
Luego se la estrecha a Asha, luego a Taci, etcétera. El señor Herrera está de pie un paso por detrás de él. Domina la sala sin necesidad de pronunciar palabra.
—Sobre todo para Alfonso —prosigue el hombre—. ¿Su casa? Alfonso está cómodo en su casa, claro, pero donde de verdad vive es aquí. Este es su verdadero hogar.
Esta información me coge desprevenida. Mi carrera profesional siempre ha sido una parte muy importante de mi vida. El éxito me motiva, el fracaso me estimula... Pero la empresa para la que trabajo... ¿Alguna vez me he sentido allí como en casa?
El señor Herrera suelta una risilla y sacude la cabeza.
—Tú no eres mucho mejor que yo, Will. Si yo me paso aquí setenta horas a la semana, tú te pasas sesenta y ocho. Por eso tu mujer me odia tanto.
Sus bromas son afables, cordiales. Más que eso, son fraternales. ¿Alguna vez he considerado familia a Tom Love, Nina o Dameon?
Contemplo cómo mi equipo le dedica sonrisas acartonadas y asiente repetidamente con la cabeza a todo lo que dice este hombre, Will, que ahora habla entusiasmado sobre futuros proyectos y ambiciones corporativas. No conozco a mis colaboradores; conozco, claro, las estrategias que emplean, su ética laboral, su capacidad intelectual, pero no sé qué los diferencia realmente de los demás. No sé cuánto tiempo hace que Taci lleva esa alianza en el dedo, ni quién se la puso ahí. No sé por qué en el lugar en el que Dameon solía llevar un anillo solo queda una marca hecha por el sol. No sé de quién son las fotos que lleva Nina en el medallón de Tiffany que siempre le cuelga del cuello. Y ellos no me conocen a mí. Si me conocieran, les hubiera sorprendido mucho más que llevara el pelo suelto.
La única en la que alguna vez me he parado a pensar es Asha. Irradia una seductora energía oscura, más oscura que su pelo negro o que sus indios ojos marrones. Lleva un vestido más ajustado de lo que yo jamás me pondría para ir a la oficina, pero logra que resulte aceptable conjuntándolo con una recatada americana azul. En cualquier caso, es inevitable preguntarse qué ocurre cuando sale del trabajo y se quita la americana. ¿Tiene otra vida? Mientras me lo pregunto, me doy cuenta de que, aunque esté en lo cierto, sería muy hipócrita por mi parte criticarla por ello.
Ahora el señor Herrera me está mirando. Lo noto sin necesidad de devolverle la mirada. Este hombre es capaz de meterse en mi cabeza con la misma facilidad con la que se mete en mi cuerpo. Desvía la mirada hacia la mesa del vicepresidente, que no difiere mucho de la mesa sobre la que me he sentado hace poco más de una hora dispuesta, húmeda, suya.
Cohibida, cruzo los brazos sobre el pecho. Estoy en una habitación rodeada de desconocidos, ¿qué pensarían de mí estos desconocidos si lo supieran? ¿Qué pensarían si lo vieran? ¿Me mirarían del mismo modo que me miraba Sonya?
Las imágenes se agolpan en mi mente con tal celeridad que no logro ni capturarlas ni eliminarlas. Me veo sobre la mesa, rodeada por mis compañeros de trabajo. Me los imagino observándome mientras él me desviste. Veo cómo sus ojos siguen la trayectoria que describe mi blusa de seda al caer al suelo; es la primera prenda de una cascada de ropa que no cesa hasta que lo único que queda sobre mi piel es el aire fresco y el cálido tacto de Alfonso Herrera. Oigo el suave murmurar de nuestro público mientras él explora mi cuerpo con el suyo, mientras me abre con sus manos y su boca...
Noto cómo se acercan a mí mientras cada beso, cada roce, cada caricia me hacen sucumbir. Contemplan cómo Alfonso ruge de deseo y cómo me penetra. Relámpagos de placer recorren mi cuerpo, y después el suyo; el impacto nos hace estremecer mientras la sala entera suspira y jadea.
Estoy totalmente expuesta ante todos ellos. Y en ese momento sí me entienden. Entienden toda mi complejidad. No solo ven a la ambiciosa mujer de negocios que da consejos a los directores generales del mundo; no solo ven a la señorita educada que sabe qué cuchillo utilizar para cada plato en los restaurantes de cinco tenedores de la ciudad. Ahora saben que la misma mujer que puede guiarlos hacia el poder y el éxito, la misma mujer que es capaz de superar todos los retos profesionales, puede desatar un caos delicioso cuando el hombre apropiado la toca de la manera apropiada...
Estupefacta ante esta escandalosa fantasía, doy un respingo para escapar de ella, pero lo que más me perturba es la idea de que el hombre que está en el otro extremo de este despacho pueda ser el hombre apropiado para mí. Cuando lo miro, me doy cuenta de que sigue observando la mesa. Sus ojos abiertos se mueven agitados como si estuvieran en fase REM. Él también está imaginándose cosas sobre ese escritorio.
No he sido yo la única que ha estado fantaseando. Solo hemos compartido un mero gesto y, al hacerlo, hemos llegado a compartir un espejismo similar. Hace apenas una semana que vi a este hombre por primera vez y ya lo conozco mejor que a Nina, Asha, Dameon o Taci. Sé lo que desea. Me desea a mí.
Suspira en silencio. Soy la única persona que nota cómo su pecho se eleva ligeramente. Camina por el despacho distraído, sin objetivo aparente. Pero yo sé sus intenciones. Cuando se dirige a la ventana, se cruza justo por delante de mí. En ese preciso instante apenas nos separan unos centímetros. Es una señal ínfima, un gesto insignificante con el que trata de decirme que quiere estar
cerca de mí. Lo que me sorprende de veras es que en su rostro veo algo más que deseo: veo frustración, determinación... Y quizá hasta una confusión similar a la mía. Will, que sigue hablando y respondiendo a las preguntas del equipo, dirige la mirada hacia Alfonso, que mira por la ventana en una actitud pasiva. Las pronunciadas arrugas que cruzan la frente de Will se le marcan aún más.
Alfonso no suele comportarse así. Will nota que está reaccionando ante algún elemento invisible que él no logra identificar.
«Ajá, le has llamado "Alfonso" en lugar de "señor Herrera"». Mi pequeña diabla se regocija ante mi proximidad, cada vez mayor, con el hombre que la ha desatado. Mi ángel niega con la cabeza en silencio y piensa en Dave, el hombre que me compra rosas y rubíes.
—Entonces, ¿su plan ahora es lograr un posicionamiento óptimo antes de salir al gran público? —pregunta Asha mirando al vicepresidente, aunque noto que con el que sintoniza de verdad es con Alfonso.
—Hacerlo en el momento oportuno es crucial —responde Alfonso en voz baja. Se gira para dar la espalda a la ventana y sonríe a Asha, pero su sonrisa tiene un toque melancólico—. Tenemos que proyectar fuerza y debemos enterrar las vulnerabilidades en fosas tan profundas que pasen años hasta que alguien sea capaz de encontrarlas. No podemos permitir que los grandes inversores tengan una imagen de nosotros y los pequeños, otra. Esa contradicción provocaría teorías conspirativas sobre tráfico de influencias y prácticas poco éticas. Nuestra imagen de gigante debe ser universal.
—Todas las empresas tienen sus debilidades —dice Asha—. Si dan la impresión de que son demasiado buenos para ser ciertos, los inversores no creerán en ustedes.
—Creerán en nosotros porque quieren que estemos acordes con el mito que ellos mismos han creado —explica Alfonso—. Nuestro trabajo consiste en ayudarlos a ver lo que quieren ver y en ser quienes ellos quieren que seamos.
Agacho la cabeza y miro cómo resplandece el sólido parqué bajo mis tacones italianos. Sí, conozco a Alfonso Herrera mejor que a todos los que están en este despacho. Lo entiendo porque, al menos hasta cierto punto, me entiendo a mí misma.
ESTÁS LEYENDO
El desconocido (AyA)
Teen FictionTrilogia erótica. HIstoria original Kyra Davis. Soy responsable, previsible, fiable. La chica en la que todo el mundo confía. Menos esta noche. Esta noche seré la chica que se acuesta con un completo desconocido. Anahi Puente es una adicta al tr...